Josh.
Aparto a todos y me acerco hacia donde Miranda se encuentra. Sus ojos están fijos en esa camilla que es jalado por doctores y enfermeros. Sin rodeos me paro frente a esa camilla deteniendo al personal del hospital.
— Niño, no estorbes, el tiempo es valioso en estos momentos —logro percibir la voz de un enfermero, pero no puse atención.
Mis ojos estaban enfocados en esa cama con sabanas azules. Mis piernas temblaron y sentía que en cualquier momento me derrumbaría.
Andrea era quien estaba en esa cama. Con cables por doquier y una mascarilla en la boca, que solo me sirvió para darme a entender que estaba realmente grave. Algo más que noté, fue que su cuerpo estaba lastimado, al igual que su rostro tenía raspones y en su nariz tenía un algodón, por lo que fue fácil suponer que le sangraba.
Miranda se acerco rápidamente conmigo y me tomó de los hombros.
— Josh, tenemos que hacernos a un lado para que los doctores hagan su trabajo —me susurró en mi oído, su voz se escuchaba temblorosa y era evidente su nudo en la garganta.
Me hice a un lado. Encontrandome fuera de mi. Esa imagen, fue horrible. Andrea... Mi Andrea. Y yo no pude hacer nada para evitarlo.
Debí haber entrado con ella. Debí insistir, debí haberla salvado.
No soy consciente de que estoy llorando hasta que siento un par de dedos limpiando mi mejilla.
— Todo va a estar bien, Josh —me brinda palabras de aliento Miranda. Pero después de lo que vi, temo por lo peor.
— ¿Son familiares de la chica? —se acerca a preguntar una enfermera de los que venían rodeando la camilla.
Al instante saltamos de nuestros lugares Miranda y yo, dudando de nuestra respuesta. Si decimos que no, es probable que no nos permitan pasar.
— No, —se adelanta Miranda, yo maldigo mental mente — pero él es su novio.
Despistado, giro a encararla, pero ella sólo levanta sus hombros dictandome con su mirada que guarde silencio.
— ¿No hay ningún familiar? ¿Sólo ustedes? —cuestiona la enfermera.
— Su madre también está internada. —respondo. La enfermera sólo se limita a abrir los ojos, pero disimula bien su asombro. Se marcha no sin antes prometer que cualquier cosa, seremos informados.
Una vez solos, no puedo más y me dejo derrumbar. Me siento en el suelo, coloco mi cabeza entre mis manos y rodillas y lloro. Lloro como nunca lo había hecho antes.
Bueno, si que he llorado como en estos momentos.
Es un dolor indescriptible que se instala en mi pecho. No quiero perderla.
No quiero perder a alguien que quiero de nuevo.
Me culpo una y otra vez. No hice nada, no lo evité. Pude haberlo hecho pero fue inútil.
Como si Miranda leyera mis pensamientos, tomó lugar junto a mi y susurró:
— ¿Sabes que no es tú culpa, verdad?
— Sé que lo es. No hice nada. —contesto amargamente.
— Fue un accidente. No debes culparte, es lo peor que puedes hacer.
— Ni siquiera sabemos que fue lo que sucedió. —Digo ésta vez encarándola.
— Lo sabremos, tranquilizate, ella está viva, y mientras lo esté existe esperanza.
Quiero creer en sus palabras. En verdad que necesito aferrarme a algo para creer que lo que dice es cierto, pero no lo encuentro. Yo mismo la acabo de ver, he visto la cara de preocupación de los doctores.
Siento como Miranda toma mi cabeza y me atrae hacia ella en un abrazo. No lo pienso, y recargo mi cabeza en su hombro, mientras ambos nos mantenemos en silencio, llorando.
— Avisaré a Sandra sobre esto—dice con la voz ronca, esculcando su pantalón en busca de su celular.
— ¿Son amigas? —he visto como la trata, y sin duda está muy lejos de ser llamada "amiga".
— Lo es, —contesta casi inmediato —que Sandra tenga un carácter horrible, no significa que no le preocupe Andrea.
Y sin más, se aleja unos pasos de mi para hacer esa llamada.
Mientras continuó sentado, esperando noticias, saco de mi bolsa de pantalón una hoja, junto a ella salió la de Andrea. Una lágrima cae en ese papel, borrando algunas letras.
Tomo un lápiz que pedí prestado en recepción, y me dispongo a escribir algo para Andrea:
" Motivo número dos por el que vale la pena vivir: tienes personas que te aman, incluyéndome. "
Guardo esa hoja, ella tiene que vivir y tiene que leerla.
Tiene que saber, que me tiene enamorado.
— ¿Es usted familiar de la joven que acaba de ingresar? —un médico se acerca a mi, a lo que yo asiento enérgicamente.
— Puede pasar. La joven se encuentra fuera de peligro —escuchar esas palabras, lograron que pudiera respirar de nuevo — se encuentra dormida, claro que aún falta ver como reacciona al medicamento.
Entusiasmado, me dirijo junto al médico a la habitación en la cual se encuentra Andrea.
Y ahí está.
Acostada en esa cama, con sus bellos ojos cerrados, los cual deseo con el corazón pueda volver a verlos.
Me acerco rápidamente con ella y tomo su mano. Escucho a lo lejos que tan sólo tendré unos minutos con ella.
La observo detenidamente. Miro como sus largas pestañas negras cubren el verde de sus ojos. Como sus labios carnosos, permanecen estáticos en una sola linea; quién diría que hace apenas unas horas los besé.
Sus mejillas tienen en leve sonrosado, se mira más pálida de lo normal, pero no por eso menos hermosa.
No tengo palabras por decirle. Me siento sin voz, siento que lo único que puedo hacer es permanecer en silencio y contemplarla. Tuve miedo de perderla.
No sé si podría haber pasado por lo mismo de nuevo.
Mis lágrimas brotan de mis ojos sin césar y no evito detenerlas.
Es en éste momento, en el cual me siento más seguro de permanecer a su lado siempre.
Coloco la nota que escribí hace unos momentos en su mano derecha. Con delicadeza la abro, y pongo esa hoja. Cuando abra los ojos será lo primero que verá.
Ese pensamiento me hace sonreír.
Doy media vuelta dispuesto a marcharme, pero me detengo.
Regreso hacia donde ella se encuentra, y con cuidado depósito un beso en esos hermosos labios rosados.
—Te amo. — Digo en voz baja. Para final mente depositar un beso en su frente y marcharme.
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CUARENTA DÍAS.
Short StoryTodo tiene un fin, y el mío, llegará más pronto de lo que te imaginas. Una vez me dijeron, que era de cobardes arrancarse la vida. Pero yo no creo en eso. Cada persona que dio el paso mortal, fue porque tuvo sus motivos. Yo tengo, cuarenta motivos...