Capítulo 39.

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Finalmente, el día llegó

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Finalmente, el día llegó.

Me encuentro fuera del reclusorio a la espera de un hombre con ojos castaños verdosos, idénticos a los míos y mirada pérdida, gracias a los acontecimientos pasados.

Me he decidido en hablar con él, me di cuenta, que el pensar que mamá se enojaría si yo le doy una oportunidad a mi padre, sólo era un pretexto para cubrir mis verdaderos sentimientos; no quería hablar con él, porque no lo aceptaba como un padre ya.

Y hasta el momento, aún creo que será difícil poder llamarlo "papá" de nuevo, será sumamente complicado poder verle a los ojos y no sentir rencor, me hizo pasar momentos horribles. Llegó al punto en el que hizo que me quisiera quitar la vida, si bien, él no fue el único culpable, sí tuvo gran parte de ello.

Mamá no quiso venir, dijo que ya habría el momento para arreglar los asuntos con mi padre. Me recalcó que no regresarían, ya no, pero supongo que ella quiere un divorcio pacífico.

Muevo mis piernas nerviosa, mi pierna derecha no deja de temblar y choca constantemente con la mesa en la que me encuentro sentada a la espera de papá.

Finalmente, lo miro caminar hacia mi, sus ojos se abren de la impresión y se humedecen, los míos quizá también están llorosos. Toma asiento frente a mi, se inmutó completamente a abrazarme, supongo que no quería que lo rechazara.

— Hola —me saluda con su labio inferior temblando por la emoción, o tal vez sea nervios.

— Hola. —contesto con mi voz realmente ronca. Poco más, y el volumen de mis palabras sería nulo.

— Me alegra bastante que vengas a verme —trata de sonreír, más le es casi imposible, sólo logra hacer que sus labios tiemblen.

— Creo, que debería escucharte. —Susurro.

— Lo que yo hice no tiene justificación alguna. —Toma un largo respiro y baja su mirada. No quiere verme a los ojos. —Lastimé a tu madre y a ti, no una vez, si no miles. Las humille, las lastime emocional y físicamente. Y todo, porque quería que se fueran de la casa, quería quedarme con ella para así poder...

— Meter a tu amante. —Terminé por él. Pronunciar esas palabras hizo que sintiera un coraje inmenso.

— Sé que estuvo mal —fue su débil respuesta.

— Lo estuvo.

— No quiero pedir perdón, porque sé que no lo merezco, cuando golpee a tu madre yo estaba borracho, ella comenzó a rogarme para que dejara a la mujer con la que estaba, yo le decía que no lo haría, pero tu madre comenzó a enloquecer y llorar, gritaba y tiraba todo lo que encontraba en su camino, se puso tan mal hasta llegar al grado de hincarse y rogarme que no la dejara.

Mi boca estaba completamente abierta, no podía creer que ella hubiera llegado a tal punto, pero ahora miro a mi madre que quiere luchar y zafarse por completo de esos recuerdos, y me siento orgullosa de ella.

CUARENTA DÍAS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora