Capítulo 35.

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Despierto un poco molida, y la razón es porque un chico castaño duerme a mi lado y sus brazos me envuelven

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Despierto un poco molida, y la razón es porque un chico castaño duerme a mi lado y sus brazos me envuelven.

Lo miro durante unos segundos, y miles de pensamientos se instalan en mi cabeza.

Es cuestión de semanas cuando él se marchará y mi único recuerdo será su fino rostro blanquecino, esos labios delgados y rosados que varias veces he tenido el privilegio de besar. Y esa sonrisa tan única en él, los pequeños hoyuelos que se forman en sus mejillas al reír, y sus colorados cachetes cada vez que siente pena.

Chicos como él, son difíciles de encontrar y más aún preservar.

Yo lo encontré, pero quizá no estará conmigo lo suficiente. Que injusta es la vida algunas veces. Hace que encuentres a una persona maravillosa, te cambia la vida y te hace querer seguir luchando, porque sabes que la recompensa serán sus brazos.

Y después de la nada, se va.

Observo como sus ojos se aprietan y frunce su entrecejo, abre un ojo, pero al tener contacto directo con la luz lo cierra de nuevo.

— Buenos días, dormilón —beso su mejilla y una sonrisa preciosa aparece en su cara.

— Buenos días linda —por fin los abre y besa mi nariz. —Espera, ¿días? Mierda no avisé.

Brinca de la cama como una ráfaga y busca sus zapatos, me divierte mirarlo tan histérico.

— ¿Qué hora es? —pregunta apurado abrochandose sus zapatos.

Tomo el reloj del buró.

— Son las 9.

— Soy hombre muerto. —Comienza a lamentarse, toma su suéter y se acerca a besar mis labios delicadamente, pero no por eso menos intenso.

— Tengo que irme —susurra con pesar.

— No te preocupes, lo entiendo.

Da un último beso en mis labios y sale de la habitación.

— Más tarde te hablaré —es lo último que escucho.

La sonrisa permanece en mi rostro. Anoche fue fantástico, llegamos a casa y quiso pasar un poco más de tiempo conmigo. Comimos palomitas y nieve, y cuando mis ojos se cerraban por el sueño, subimos a mi habitación.

Él quitó sus zapatos y se acomodó a mi lado, lo miré con confusión y al darse cuenta pronunció:

— Me quedaré hasta que duermas.

A sentí, me causo gracia que ni siquiera tuviera la delicadeza de preguntar, pero ese detalle solo me emocionó más.

Al parecer, él también se quedó dormido, y ahora quizá tendrá el castigo del siglo. Espero que lo entiendan.

Me tomo una ducha rápida, ya que deseo ir con mi madre un rato.

Espero que ahora si hayan buenas noticias. Ya son dos semanas y ella aún no despierta, pero tengo la fe en que lo hará.

******

Llego al hospital y solicito poder pasar a verla.

— Tendrás que esperar un poco, tiene visita. —Fue la respuesta de la recepcionista.

Me parece extraño, no tengo idea de quien sea esa visita. Quizá alguna amiga, o amigo, yo que sé.

Pero mis dudas se olvidan cuando miró a una persona que yo conozco a la perfección saliendo del cuarto de mamá.

Imposible no saberlo, sus ojos y cabello son perfectamente una replica a los míos. O más bien, la replica soy yo.

— ¿Que hace usted aquí? —Mi voz suena grave, y sin tener la sutileza de siquiera llamarlo "padre" lo encaro.

— Hija... —viene directo a mi, pero retrocedo. Él entiende que no lo quiero cerca y no insiste más.

— Vete, vete, largate —grito, y varias personas colocan sus ojos sobre mi, pero no me importa. Solo quiero que se vaya.

— Perdón, de verdad estoy muy arrepentido.

— Me vale mierda lo que tú sientas, por tu culpa ella está en coma —lo señalo, mis ojos comienzan a hundirse de lágrimas.

— Lo sé, lo sé —susurra con lágrimas en sus ojos —de verdad estoy arrepentido.

— Vete.

El silencio se apodera entre nosotros. Dado que él no se marcha, decido pasar de él y entrar a la habitación, pero ese señor toma mi brazo.

— Decidí hacer lo correcto —lo miro de reojo. Sus ojos se encuentran rojos de tanto llorar.

— Me entregaré. Merezco que me encierren tras las rejas por esto.

Sus palabras tocaron mi corazón, y aunque se que es lo correcto, no puedo evitar sentir tristeza, y ¿cómo no lo haría? Es mi padre al fin de cuentas.

Mi perfecta familia ha sido destrozada, y eso me desgarra el alma.

Quiero abrazarlo, despedirme de él, decirle que pese a todo  yo iré a visitarlo, que lo perdono y que sé que mi madre igual lo perdona.

Pero todo se resume a eso, en solo querer. Porque la realidad es que no lo haré, no puedo perdonarlo. Por más que quiera, no lo logro ni lograré.

Así que lo miro a los ojos, esas pupilas tan idénticas a las mías, esa mirada de súplica es el último recuerdo que tendré. Pero por mi madre y por mi, debo alejarme.

Me safo de su agarre, una lágrima recorre su mejilla. Pero junto el valor suficiente para dejarlo ahí.

— Ya te estás tardando. —es lo último que digo, antes de entrar a la habitación de mi ahora inconsciente madre.

CUARENTA DÍAS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora