Una semana ha transcurrido desde lo ocurrido con mi padre.
Él se entregó. Le dieron varios años de condena, y debo admitir que me dolió en el alma verlo en ese estado.
Una vez fui a verlo, pero no tuve el coraje de encararlo. No podía mirarlo, su sola presencia me lastimaba. Cuando acudieron a llamarlo, me levanté de la mesa y me fui, pude ver a lo lejos cómo él me buscaba con su mirada, de sus ojos destellaban chispas y salió con una sonrisa.
Sonrisa que segundos después fue borrada al no verme ahí. Visualice como limpiaba una lágrima traicionera que salía a la luz. Se notaba demacrado, sus ojeras eran visibles incluso desdé donde yo me encontraba.
Él no era el único que lloraba. Yo también lo hacía, ahí, en un rincón, en silencio.
Observé como con su camisa de preso se limpiaba el resto de lágrimas y dio marcha atrás hacia su celda.
Yo me fui triste, realmente triste, creí que podría ser fuerte pero me di cuenta que no.
Muy en el fondo deseo perdonarlo, visitarlo, intentar que las cosas entre nosotros mejoren. Pero, cuando miro a mi madre inconsciente, todos mis ánimos de querer arreglar las cosas desaparecen.
Tomo la mano de mi madre. Se nota bastante pálida a pesar de ser de tez morena. Sus labios se notan agrietados y los golpes en su rostro y cuerpo han mejorado considerablemente. Solo hace falta que despierte.
— Te extraño tanto —deposito un beso en su tersa mano. Quiero hablarle, sé que ella me escucha, ya pasé por eso.
— Me haces tanta falta, tu risa ya no está presente, tus abrazos a la hora de dormir los extraño como no tienes una idea —limpio algunas lágrimas que salieron a la luz —tienes que despertar mamá, aún nos quedan muchas cosas por hacer.
Beso su frente, una pequeña lágrima cae en ella y con cariño la retiro. Tomo su mano, quiero sentir su tacto. La abrazo y deseo no dejarla, quiero permanecer aquí, con ella.
Me levanto de la silla que coloque a lado de ella, y me despido en un susurro.
Al momento de querer soltar su mano. Algo que no me imaginaba sucedió.
Sentí como su mano se movió. Mi corazón late fuertemente y la observo fijamente, esperando que lo que sentí no haya sido fruto de mi imaginación.
Pero no lo fue, su mano se mueve de nuevo. Esta vez, fue mas visible. Sus dedos se movieron y acariciaron mi mano. La emoción en mi se hace presente y comienzo a gritar a las enfermeras o doctores para que me ayuden. En cuestión de segundos una enferma entra, un poco aturdida por mis gritos.
— ¿Qué sucedió? —cuestionó.
— Mi madre, movió sus dedos, dos veces, la sentí y la miré —hablo apresuradamente. La enfermera sonríe y sale en busca del medico.
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CUARENTA DÍAS.
Short StoryTodo tiene un fin, y el mío, llegará más pronto de lo que te imaginas. Una vez me dijeron, que era de cobardes arrancarse la vida. Pero yo no creo en eso. Cada persona que dio el paso mortal, fue porque tuvo sus motivos. Yo tengo, cuarenta motivos...