Jueves

14.5K 2.3K 410
                                    

Iwaizumi osciló lejos de Oikawa con una mueca que denotaba fastidio. Él bajó los brazos abiertos, extrañado ante el rechazo.

―Matsukawa y Hanamaki no están aquí, así que... ―le explicó, interrumpiéndose a sí mismo para bostezar―. Así que no hace falta.

― La gente educada se tapa la boca ―lo fastidió, pero le restó importancia.

Inevitablemente, volvió a sentir una punzada de tristeza disfrazada de ira. Oikawa respiró profundo y empujó el pensamiento que sugería su necesidad de que su mejor amigo demostrara que le importaba. Era absurdo. La apuesta empezaba a tornarse estúpida por primera vez. No era un problema romántico, era amistoso, y eso lo ponía más incómodo. Sabía lidiar con las mujeres y sus sentimientos, lo había hecho desde pequeño. Pero para su desgracia, no tenía muchos amigos e Iwaizumi no era una persona fácil.

Estaba pensando demasiado en ello. Se obligó a cortar con sus inseguridades y se terminó de cambiar, vistiendo el uniforme del equipo con entusiasmo. Hoy tenía muchas ganas de jugar.

― Mamá dice que hace un montón no pasas por casa ―comentó Iwaizumi cuando salió de los vestidores.

― Fui el fin de semana pasado ―contestó Oikawa.

― ¿Por qué tienes que interrumpirme todo el tiempo? ―a pesar de ser una pregunta, sonó más como una exclamación, en especial después de que lo golpeara en el hombro.

― ¡Hiciste una pausa! ―levantó la voz, frotándose el hombro con un puchero.

― Tengo sueño, una vez que hablo más despacio y... olvídalo. Ahí viene Matsukawa.

― ¿Eso qué tiene que ver?

Matsukawa se unió a ellos a paso relajado. A Oikawa le irritaba que fuera del tipo de personas que siempre llega tarde, pero ya estaba acostumbrado. Lo que tal vez podía sorprenderle, era no ver a Hanamaki con él.

― ¿Dónde está Hanamaki? ―preguntó Iwaizumi como si le estuviera leyendo la mente.

― Hanamaki esto, Hanamaki lo otro, ¿A nadie le importa que yo haya llegado? ¿Hola, cómo estás, dulzura? ¿Nadie? ―dramatizó sin emoción, con una sonrisa que rozaba el cinismo personificado―. Más importante, ¿Ustedes estaban peleando?

― No ―dijo Iwaizumi, demasiado rápido como para ser sincero.

Y Oikawa encontró su oportunidad para meter en problemas a Iwaizumi, como si fueran dos niños y Matsukawa su madre.

― Sí, él me estaba peleando ―lo acusó, señalándolo con el dedo con decisión.

― Iwaizumi...

― ¿Qué? Yo no... No estábamos peleando. Al contrario ―su posición defensiva se derrumbó, bajando los hombros y torciendo la nariz con disgusto―. Iba a invitarte a casa el fin de semana. A eso iba, idiota.

― Oh.

― Nada de insultos, Iwaizumi ―retó Matsukawa, pero sonrió―. Disfruten su cita el fin de semana.

Oikawa encontró su misma mirada de odio y frustración en la de Iwaizumi. Comprensión silenciosa y compartida. Hicieron caso omiso a la broma de Matsukawa porque tenían bien en claro su relación y que ganarían la apuesta. El resto de la historia era toda inventada por el par de diablos que tenían, trágicamente, como amigos.

Diez díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora