Viernes

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Hanamaki faltó el día anterior porque estaba enfermo. El resfriado no le impidió ponerse mandón en cuanto al abrazo, que para Oikawa ya no significaba nada más que una rutina.

Lo que fue un intento de sus amigos por encender la llama del amor con contacto físico iba fracasando día a día. Oikawa no se sentía diferente e incluso Iwaizumi se estaba acostumbrando, o sólo se había cansado de rezongar. Cualquier cambio que hicieran juntos, generalmente se daba de manera natural, y esta no era la excepción. Estaba todo bien.

Claro, hasta que Hanamaki y Matsukawa empezaron a entrever su derrota. Ese mismo día, antes de que se fueran, se pusieron más exigentes con... todo. A Oikawa no podía importarle menos y fingía que no los escuchaba, pero Iwaizumi explotaba a cada sugerencia que hacían, tales como usar la ropa del otro como hacen las parejitas lindas en los mangas shojo o dormir en la misma cama cuando pasaran juntos la noche del sábado. Eran irritantes.

Oikawa se entretuvo un rato observando a Iwaizumi gritarles amenazas, pero era imposible. Siendo sincero, no veía cuál era el punto. Ellos ya habían usado la ropa del otro en múltiples ocasiones. Algún día que llovió muchísimo, otro día donde pelearon y terminaron en el barro, otro día donde Oikawa tiró accidentalmente su vaso de jugo sobre Iwaizumi... Eran miles las veces que habían necesitado un cambio de ropa en la casa del otro. No era raro. La ropa de él era cómoda porque le quedaba más suelta, aunque prefería la suya porque tenía brazos y piernas más largas; las mangas y pantalones de Iwaizumi siempre le quedaban cortos. Los shorts se le caían. Si le daban a elegir, preferiría siempre su propia vestimenta. No había nada de romántico en ello.

Oh, excepto alguno que otro abrigo de él. Unos pocos eran perfectos y le quedaban cómodos.

― ¿Serían felices si usamos la ropa del otro? ―preguntó interrumpiendo la discusión.

Matsukawa y Hanamaki sonrieron. De verdad eran un par de demonios.

― Por supuesto.

― Absolutamente.

― Mmh ―asintió Oikawa correspondiendo sus sonrisas―. Entonces ya está. Le robé esto a Iwa-chan a principio de año ―respondió, tocando la sudadera que tenía puesta.

Nadie contestó. Oikawa tomó sus cosas y los dejó atrás, luego del entrenamiento sólo quería tirarse en su futón a holgazanear.

Iwaizumi no dijo nada en el camino, pero sabía que estaba agradecido por haber intervenido. Sus amigos no los molestaron más, y no tenían por qué hacerlo. Después de todo, tenían lo que querían. Le quitó esa prenda, como dijo, a principio de año y era tan cómoda que ignoró todos los intentos de su mejor amigo por intentar recuperarla. Al final, se dio por vencido y pasó a ser de Oikawa.

No era la gran cosa. Seguían ganando la estúpida apuesta.

Diez díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora