Martes

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A las tres de la mañana supo que no iría a la escuela el día siguiente. O mejor dicho, el día de hoy, porque ya era martes. No podía conciliar el sueño y también sabía que no dormiría esa noche. Decidió ir a prepararse un sándwich a la cocina y tomarse las siguientes horas para aclarar sus sentimientos. Para saber qué eran, qué forma tenían, qué color, qué sabor, qué querían de él, qué querían de Iwaizumi, serían frágiles o contra viento y marea, infinitos o a corto plazo, genuinos o dubitativos...

Comió dos sándwiches y un paquete de galletitas. Se sentía ansioso y no quería volver a la cama, pero lo hizo de todas formas. Prendió el celular, como esperando encontrar un mensaje de alguno de sus amigos, a las cinco de la mañana de un martes. Se arropó a sí mismo y trató de dormir otra vez, como si tener la panza llena anulara el manojo de nervios en el que se convirtió.

A las siete de la mañana se rindió. Prendió la computadora y buscó una serie nueva con la cual obsesionarse.

A las seis de la tarde, Iwaizumi cruzó la puerta con aire prepotente. Oikawa vestía una camiseta azul gastada y enorme y unos bóxers blancos. Estaba envuelto en sábanas mirando Game of thrones como si estuviera de vacaciones.

― Tu mamá me dijo que le mentiste diciendo que estás enfermo ―Iwaizumi tiró su morral escolar a un lado y se cruzó de brazos en frente suyo―. Te mandé unos mensajes y no contestaste. Si me dices que faltaste porque te desvelaste con una serie, voy a golpear tu estúpida cara.

― ¡No! ―se quejó, cerrando la notebook.

La cama se hundió cuando Iwaizumi puso su peso en ella. Oikawa corrió las piernas e hizo a un lado la máquina para prestarle atención a su mejor amigo, quien no hacía nada sencillo la cuestión del crush. Le mandó mensajes y como no contestó vino preocupado a verlo. Su corazón latía con fuerza y quería morirse en ese momento. Ni siquiera lograba entender la situación del todo. Siempre fue así, ¿Por qué ahora se sentía diferente? ¿Por qué lo ponía nervioso ahora? ¿Por qué se sentía incómodo? Hubiera preferido enamorarse de cualquier persona en el mundo, menos él.

De verdad, sólo quería dormir y no despertar más. Hibernar dos o tres años. Eso sería estupendo.

― Matsukawa y Hanamaki están raros ―dijo Iwaizumi, observándolo por el rabillo del ojo―. Les pregunté si sabían por qué no habías venido y automáticamente comenzaron a ignorarme. Te juro que esta semana no los soporto.

Oikawa asintió, tratando de alcanzar su mente en la luna para buscar alguna manera de salir de esta. Pero su mejor amigo algo sospechaba, porque de inmediato dijo:

― Me estoy perdiendo de algo. ¿Qué está pasando?

Oikawa no era una persona sincera. Se acostumbró a la superficialidad superficial, a la hipocresía hipócrita, a jugar un juego inventado por sí mismo para los demás. O por lo menos, así lo veía él con la cantidad de personas que se le acercaban sin conocerlo, ya sea por sus habilidades en el vóley o por su cara bonita. Tendía a necesitar un descanso, momentos de sinceridad absoluta, donde pudiera decir y hacer lo que se le antojara. E Iwaizumi era su vacación personal del ámbito social. Nunca se dio cuenta lo malo que era eso hasta que, casi sin pensar, sin poder rescatar su mente del espacio, se sinceró de la forma menos explícita que se le ocurrió:

― Les regresé el dinero ―su mejor amigo abrió la boca lleno de confusión― porque perdí la apuesta.

Iwaizumi comprendió que no era una broma más rápido de lo que pensaba. Quizás tenía mal aspecto, ¿Lo tendría? Se llevó los dedos al rostro, seguro tenía ojeras.

Dios mío, qué acababa de hacer.

Con un infinito letargo, ocultó su rostro con las manos. No sentía tristeza. Era extraño, como si todavía no pudiera procesar las consecuencias. Le recordó a la primera vez que llegó a las finales y perdió contra Shiratorizawa. Alentó a su equipo, saludó a los del contrario, escuchó música alegre durante el viaje de vuelta y tuvo una rica cena en su casa. Y al otro día, cuando se dio cuenta que no jugaría en las nacionales, cuando el vacío se transformó en sentimientos concretos, se largó a llorar en silencio en la privacidad de su cuarto. Esta vez no se sentía diferente, a excepción de aquel bicho que le carcomía el cerebro advirtiéndole que esto era mucho más grave que lo del partido.

― ¿Estás diciendo... lo que yo creo que estás diciendo? ―inquirió Iwaizumi con tono tentativo.

Oikawa bajó los brazos y evitó su mirada. Esto era humillante. Asintió lentamente.

― Por eso necesito tiempo para... ―se encogió de hombros con desgano, la vista clavada en las sábanas y las manos alrededor de las mismas― no sé. Necesito tiempo. Pensar, uh, supongo.

― Oh, hum, sí. Entonces me voy.

Iwaizumi amago un gesto indescifrable con las manos, continuó dudando y finalmente se puso de pie. Luego, se largó.

Ese fue el rechazo más frío que había recibido.

Pero tampoco se quejaba. No quería hablar del tema, todavía no quería aceptarlo, no quería... nada. Por hoy, no quería nada. Abrió la netbook otra vez y siguió con su serie.

Diez díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora