Oikawa se lanzó en los brazos de Iwaizumi y restregó la cara contra su hombro.
― Estoy tan cansado.
Su mejor amigo le frotó la espalda. Por supuesto que sabía sobre el escaso sueño de anoche, porque ambos se mensajearon hasta las tres de la mañana quejándose de la cantidad de textos que debían estudiar y mandándose audios para aclarar las dudas del otro.
Oyó a Iwaizumi bostezar y al levantar la cabeza, vio la expresión de aprobación de Matsukawa y Hanamaki.
Este fue el abrazo más largo que habían tenido. Y era confortable.
Iwaizumi se separó. Tenía las mismas ojeras que su espejo reflejó en Oikawa al levantarse. Para devolverle parte de la confianza que ganó en el abrazo, le pegó en los cachetes con suavidad y le sonrió.
― Suerte.
― Primero tenemos que entrenar ―Iwaizumi se deshizo de él y se fueron a cambiar, ignorando a los otros dos que ya parecían fangirls en busca de algo de acción únicamente por dinero.
Desagradables.
Los de tercer año iban aflojando el entrenamiento día a día, excepto Oikawa. No podía acostumbrarse al hecho de que ya no tenía caso seguir sobre-exigiéndose porque no tendrían otro campeonato este año. No por eso faltarían, pero tampoco se esforzaban tanto como antes. No obstante, Oikawa se negaba a aceptarlo.
Que el año se estuviera por terminar implicaba más que separarse de Aoba Johsai, donde tenía tantos recuerdos valiosos. Era empezar de nuevo en otra parte, lejos de sus amigos. Era la primera vez que Iwaizumi no estaría al comienzo de una etapa nueva en su vida y tampoco sabía qué pensar de ello. El resto no mostraba inseguridades respecto al futuro, ¿No las tenían?
Iwaizumi le echó una mirada extrañada al final del entrenamiento. Supuso que fue por la cantidad de pases que erró por tener la cabeza en las nubes. Agradeció que nadie mencionara nada.
Matsukawa y Hanamaki tuvieron la maravillosa idea de que se fueran a sus casas tomados de la mano. Fue hilarante el horror que Iwaizumi no pudo contener al oírlos. Empezó a gritarles negativas entre violentas obscenidades que hacían a Oikawa incapaz de pensar en la gravedad del asunto. Claro, hasta que Hanamaki amenazó con dar por terminada la apuesta a favor de él y Matsukawa.
― Eso no es justo ―intervino Oikawa.
― No pueden negarse ―insistió Matsukawa.
― Voy a tirar sus cadáveres al río ―se repitió Iwaizumi en voz baja.
Al final, los diablos terminaron por ganar. Aceptaron sólo porque iban para lados opuestos, y ni bien doblaran en la esquina la cursilería homosexual se terminaría. Matsukawa y Hanamaki se quedaron en la puerta del colegio observando cómo Oikawa tomaba la mano de su mejor amigo por obligación, caminando con disimulado apuro para llegar al final de la calle.
― Tienes manos horribles ―bromeó Oikawa.
― Tus manos también son callosas ―espetó Iwaizumi―, como cualquiera que juegue vóley, imbécil.
― Pero también te sudan.
En la esquina, Iwaizumi le dio una patada y Oikawa rompió en risas. Era imposible que alguien pensara que podían ser buena pareja. Apestaban siendo románticos el uno con el otro y su risa contagió a su mejor amigo, que entendía perfectamente lo estúpido de la situación. También somos pésimos para elegir amigos, se dijo al pensar en los rostros burlones de Matsukawa y Hanamaki.
Lo importante era que no había mejor ejemplo que este día para demostrar qué tan desesperados estaban esos dos por ganar una apuesta que ya perdieron.
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Diez días
RomanceHanamaki apuesta a que si Iwaizumi y Oikawa agregan amor físico a su relación, ambos caerán enamorados en diez días. Matsukawa apuesta a favor de Hanamaki, Iwaizumi piensa que es una pésima idea y Oikawa está seguro de que será dinero fácil.