Sábado

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Se despertó temprano; le sucedía los fines de semana que no trasnochaba. Era también la costumbre de madrugar los días de semana, supuso. La cama estaba terriblemente calentita esta mañana y tardó un rato en ubicarse a sí mismo en la casa de Iwaizumi.

También tardó un rato largo en comprender que Iwaizumi tenía su respiración contra su nuca y le rodeaba la cintura firmemente con su brazo. Todo su cuerpo estaba pegado a la espalda de Oikawa y no tenía la menor idea de cómo reaccionar.

Debería volver a dormir. Aprovechar esta ocasión única en la que Iwaizumi lo confundió con la almohada que solía usar para expresarse románticamente en sus noches de soledad (o por lo menos así pensaba fastidiarlo cuando despertara), pero era imposible. Estaba tan nervioso que no había manera de que el sueño regresara. Tenía calor por culpa de su mejor amigo, por las sábanas y porque estaba rojo de pies a cabeza. Las manos le sudaban y maldita sea, que jamás se sintió así por nadie. Las mujeres no lo ponían tan ansioso, ¿Por qué? ¿Dónde estaba la diferencia?

Era demasiado. Lo lamentaría, pero no podía mantenerse así o tendría un colapso mental.

― Hajime ―murmuró con la voz rasposa del sueño y los nervios―. Hajime. ¿Qué estás haciendo?

Su respuesta fue pegarse más a su cuerpo y bostezar contra su piel. Oikawa iba a morir en esta cama, ¿Quién lo diría?

― Hajime ―exigió con debilidad.

― Qué.

Los músculos alrededor de su cintura se tensaron y se retiraron con rapidez. Iwaizumi maldijo al aire repetidas veces y se sentó en la cama, alejándose de él. Sí, Oikawa lo lamentaba, porque no se sentía más tranquilo. Ahora debería lidiar con la conversación, y lo haría, obviamente, a su manera. Se sentó a su lado con una forzada sonrisa burlona.

― Si Matsukawa y Hanamaki se enteraran...

― Te mato.

Se rió, producto de la vergüenza. Todavía sentía la cabeza caliente y quería creer que no estaba sonrojado. El pecho lo tenía en llamas y el corazón no paraba de joderlo. No estaba acostumbrado a esto, no con Iwaizumi. Con una chica era diferente, porque entonces podía darse vuelta y llenarle de besitos la cara; sería correspondido con una risa avergonzada y feliz, justo como ese estúpido sonido que salió de su garganta hace unos segundos.

Pero con Iwaizumi todo debía ser más complicado, y no sólo por su género, sino porque eran ellos y siempre fue así. No era algo que quisiera cambiar, las bromas y las burlas eran una parte valiosa de la relación, pero últimamente las usaban y abusaban como autodefensa.

La mente de Oikawa era una enredadera de pensamientos.

Y que Iwaizumi se hubiera tildado en el tiempo y el espacio observándolo no ayudaba.

― ¿Qué?

― ¿Qué de qué?

― Que por qué me estás mirando así ―se quejó Oikawa.

― ¿Ya no puedo mirarte? ―dijo con actitud agresiva, cruzando sus brazos contra el pecho.

― Puedes mirarme lo que quieras, pero no sé exactamente qué pensar cuando no dejas de mirarme luego de dormir toda la noche conmigo de esa manera.

Estaba bromeando. El tono era de broma. Era todo un chiste. Quería relajar el ambiente, pero aun así, Iwaizumi comprendió a la perfección la duda que ocultaba su voz. Oikawa era sincero cuando no sabía qué pensar, en especial por aquello que el otro le había dicho frente al lago. No dejaba de pensar en la apuesta, dormían juntos y ahora no le quitaba los ojos de encima, ¿Qué diablos significaba eso? Y se suponía que Oikawa era el gurú del amor, y no tenía la más mínima pista de ello. Porque Iwaizumi no aplicaba en lo que haría comúnmente la gente enamorada.

¿Alguna vez estuvo enamorado?

No que Oikawa lo supiera.

Iwaizumi se inclinó un poco y entrecerró los ojos.

― Eres bastante estúpido, ¿No?

Oikawa pestañeó y lo observó salir de la habitación.

Quería seguir indagando, pero que tal si, no sé, qué tal si no lo hacía, ¿Eh? Abandonó la cama con la esperanza de que el lio en su cabeza y todas sus inquietudes se quedaran en ella. Por supuesto que no lo hicieron, pero resolvió que no preguntaría y disfrutaría del pequeño lapso entre que despertó hasta que arruinó las cosas. Así podía fingir, por un ratito, que era correspondido.

Diez díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora