La noche anterior mensajeó a Matsukawa para preguntarle si logró hablar con Iwaizumi, pero jamás le contestó. Esa mañana se enteró por Hanamaki que aprovechó la festividad sin clases del Día de la Constitución para hacer un viaje familiar. Eso explicaba por qué se negó cuando quisieron salir a comer el martes feriado en vez del viernes.
Se tapó la cara con las manos y gruñó. ¿Por qué no podía dejar el tema Iwaizumi durante un rato?
Estaba preocupado. Podía admitir que extrañaba el tiempo juntos, hablando de nadas mientras se pasaban el balón de vóley o comentando tonterías durante las películas de fin de semana. No obstante, no sólo extrañaba los momentos que pasaban, sino que lo extrañaba a él entero y eso era mucho más problemático.
A la tarde salió a dar una vuelta con la excusa de necesitar un poco de aire fresco, cuando en realidad sólo buscaba encontrarse con él.
Luego de una hora caminando se dio cuenta que las coincidencias no se deben esperar. El azar no funciona así. Armado de valor, decidió mandarle un mensaje.
Iwa-chan (ง •̀_•́)ง :
Ven al parque con el balón (/◔ ◡ ◔)/
¿Qué respuesta consiguió? Breves minutos después, Iwaizumi le clavó el visto.
Oikawa se sentó frente al lago y se abrazó las piernas. Las nubes amenazaban con lluvia desde el día anterior, pero no eran más que nubes presumiendo sus colores grises. Pensó que quería llorar, pero eso se sentía muy patético y mucho más en un lugar público. Así que se quedó sentado, pensando en nada y tratando de calmar su desolación.
A veces estaba tan ocupado y se esforzaba tanto en mostrar su buen humor al mundo que olvidaba lo liberador que era sentirse mal. Se lo permitió por un rato, reflexionando sobre mucho y poco con la compañía del viento turbando las calmas del agua.
Iwaizumi lo pilló desprevenido cuando se sentó a su lado. No sabía cuánto tiempo transcurrió (quince, veinte minutos, quizás), pero había estado inmóvil y pensativo un buen rato. Solo. Aquel sentimiento asqueroso y detestable que se le pega a uno como un chicle. Y crece y crece y jamás decrece por cuenta propia.
Desde que eran pequeños, su mejor amigo borraba la soledad de manera automática. Se alegró de que, después de todo, apareciera.
―Me demoré porque vine directamente del hospital. Tampoco traje el balón.
― ¿Del hospital? ―inquirió, olvidándose por completo que le pidió la pelota para jugar un rato.
― Acompañé a mi padre porque tenía turno.
― ¿Está bien?
― Sí, sí. Era un chequeo rutinario.
― Ah.
¿Eso era todo? El sentimiento de seguridad se le desprendía de la piel como si hubiera sido un baldazo. Se deslizaba como gotas al suelo, dejándolo mojado y expuesto al frío. Apretó más los brazos alrededor de sus piernas y observó a Iwaizumi, enojado con él y consigo mismo.
Ese idiota era del que estaba enamorado. No era el hombre más lindo del mundo, mucho menos de la escuela. Tenía mal genio, un sentido del humor que va y viene y su cabello era horrible. Sus ropas no eran para nada estéticas, sus personajes favoritos eran raros y los días en que lo oía reírse se asustaba porque tal vez el apocalipsis comenzó y no se dio cuenta.
Pero tenía un millón de cosas bonitas en las que ni siquiera quería pensar. De verdad, no necesitaba más razones para estar enamorado.
Y distraerse hizo más llevadero el silencio incómodo. Al menos, de su parte. Iwaizumi observaba el lago con ese ceño fruncido que tan mal le quedaba dibujado en el rostro. No tenía idea en qué estaba pensando.
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Diez días
RomanceHanamaki apuesta a que si Iwaizumi y Oikawa agregan amor físico a su relación, ambos caerán enamorados en diez días. Matsukawa apuesta a favor de Hanamaki, Iwaizumi piensa que es una pésima idea y Oikawa está seguro de que será dinero fácil.