Jueves

13.6K 2.1K 461
                                    

 Despertó angustiado por un sueño. Se dijo a sí mismo, incluso en voz alta, que no importaba. No me importa. No me importa no me importa no me importa. Se iba a levantar, se prepararía el desayuno y luego saldría a la escuela.

Se giró y, por primera vez en mucho tiempo, rompió en llanto.

Todo estará bien hasta fin de año. Cuando Iwaizumi y yo nos separemos en la universidad, nos distanciaremos. Iba a ser así de todas maneras. Pero él no me buscará si yo no lo busco.

No lo sabía con certeza, pero ese fue el mensaje confuso que le dejó la pesadilla. Ese era el pensamiento que tanto lo perseguía, que traspasaba hasta el inconsciente y se metía en sus sueños. Iba más allá de estar enamorado de él: era el miedo al cambio, a la soledad, a perder a su mejor amigo. La parte romántico sólo lo ponía más sensible, lo tornaba mucho más pesado de lo que era antes y volvía aquel no me importa en algo imposible de creer.

Se limpió las lágrimas.

Sí me importa.

― ¿Dormiste?

Iwaizumi parecía realmente preocupado. Oikawa no tenía escusas: el espejo le mostró los mismos ojos irritados por el llanto, que gracias al cielo, el otro confundió con una mala noche de sueño.

― No podía dormir ―mintió.

― Estás durmiendo horrible ―comentó él en tono de regaño―. Como te vayas a enfermar...

― Lo sé, lo sé ―se quejó ante la amenaza impertérrita.

Sabía que estaba poniendo a Iwaizumi en una situación en la que nunca estuvo al no sacar un tema de conversación. Generalmente, podía hablar los veinte minutos que había entre sus casas y el colegio sobre algo tan nimio como su desayuno o sobre el perro del vecino que se asomó por la cerca antes de que se encontraran. Pero apenas desayunó y no vio ningún perro. Ni siquiera había práctica, cancelada a último momento por dificultades del entrenador. Ni medio tema para conversar. De todas formas, no sentía ánimos de hablar y parecía que Iwaizumi no sabía lidiar con eso, algo gracioso si tenemos en cuenta el cómo se quejaba a diario de cuánto parlotea.

Y antes de entrar al colegio, sintió una mano dudosa sobre el hombro. Oikawa hinchó el pecho de aire y se dio la vuelta, enfrentando otra vez a lo que tuviera que enfrentar. Se sintió extrañamente valiente al ser directo en toda la situación, pero eso no borraba el apretón de angustia que llevaba en el pecho.

― ¿Te sientes bien?

Ambos sabían que no.

― Necesito tiempo.

No sabía qué más decirle.

Se alejó hacia la escuela. Fue dramático. Se sintió dramático. Como en las películas, que cortan una escena de repente, cuando el resto de la conversación no tiene relevancia en la historia. Pero ya le quedó muy claro que su vida no era una película.

― ¿Vas a soltar esa frase estúpida? ―dijo Iwaizumi en su espalda, atravesando la puerta de entrada atrás suyo―. Porque nunca entendí a qué se refieren las personas con eso.

― No estoy bromeando ―bufó, subiendo las escaleras sin mirarlo.

― Yo tampoco. Te estoy preguntando porque de verdad no sé qué significa y qué diablos tengo que hacer yo, Oikawa.

Su tono enojado y preocupado reemplazó la angustia con culpa. Sólo un poco.

Ralentizó su paso para subir a la misma altura. Al ser del mismo año estudiaban en el mismo piso, pero no compartían el mismo curso. Seguía pensando en que era una lástima, considerando cuántas horas de aburrimiento podría haber pasado fastidiando a su mejor amigo en horas de clase.

― No tienes que hacer nada ―respondió con cansancio, voz flaquita, voz débil, voz que no quiere ser voz―. Yo soy el que necesita tiempo para acostumbrarme.

― Oh. Okay. Está bien.

Y la culpa se desvaneció otra vez, pero la angustia ya no era angustia, era una masa grande e inflada, llena de sentimientos mixtos, tristes y cálidos. Porque, por menos sentido que tuviera, la estaba pasando mal pero tenía el apoyo de su mejor amigo. Y éste era el quid del problema y todo se convertía en un círculo vicioso sin sentido. Básicamente, se convertía en amor.

Iwaizumi le dio una última palmada fuerte en la espalda y Oikawa forzó una sonrisa de mentirita antes de que cada uno se dirigiera a su curso.

Diez díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora