Capítulo 7

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     Las horas restantes de instituto transcurrieron con extrema lentitud. Después de haberle expresado a Castiel mi conformidad respecto a hacer el trabajo con él, no volvimos a dirigirnos la palabra. Eso sí, todo lo que no llegamos a exteriorizar con nuestras propias cuerdas vocales, parecieron manifestarse con el simple brillo de nuestros ojos.

     Al terminar el instituto, recogí mis cosas y, como siempre, me dirigí a la taquilla para guardar algunos libros y coger otros. Estaba a punto de terminar mi cometido cuando sentí una presencia tras de mí. Nada más girarme, me encontré con los ojos plateados e intensos del pelirrojo.

     Se aproximó un tanto más y apoyó una de las manos en la taquilla de al lado, acercándose a mí—. ¿Tienes algo que hacer hoy? —preguntó sin más, sin apartar su mirada de la mía.

     —E-ehm... N-no sabría decirte —contesté, apartando un tanto la mirada, algo intimidada por aquellos orbes metálicos que comenzaban a volverme loca con tan solo verlos, y fijé la vista en su camiseta de Winged Skulls de color rojo—, tengo que hacer los deberes, estudiar, ordenar un poco la habitación... y, bueno, supuestamente sigo castigada. Sin portátil y sin poder salir.

     —Supuestamente —volví a mirarlo al notar el tono sarcástico con que dijo aquello y observé cómo una sonrisa de lado se había dibujado en su rostro—. Quedamos hoy, en mi casa. Supongo que ya sabes cómo llegar —iba a reprocharle, pero me interrumpió—. Dile a tus padres que hemos quedado para hacer el dichoso trabajo —me quedé pensativa por unos instantes, pero finalmente acabé asintiéndole—. A las 5 como el otro día. Más te vale no hacerme esperar esta vez, enana.

     Tras decir aquello último, se apartó ligeramente de mí y, tras sonreírme, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la salida del instituto, manteniendo la mano levantada para despedirse de mí.

*     *     *

     Tras llegar a casa, dejé rápidamente la mochila en mi habitación y me apresuré a ir a la cocina para ayudar a mis padres a poner la mesa. Mi idea era hablarles sobre el hecho de que me dejasen salir esa misma tarde durante la comida, pero una vez que nos sentamos en la mesa, papá encendió la tele y, como siempre, empezaron a hablar de temas arbitrarios entre ellos, algunas deudas que se habían quedado atrasadas y que debían de ser pagadas antes de que se amontonasen con otros pagos.

     El sonido de la tele de fondo y la conversación entre mis padres comenzó a incomodarme cada vez más sin poder evitarlo. Pocas veces habían sido las ocasiones en que mis padres me habían castigado, y eso, sumado al respeto que les tenía, me causaba cierta tensión.

     Recuerdo que una de las veces que fui castigada fue cuando, de pequeña, con unos 9 o 10 años, me pillaron cogiendo dinero de la cartera de mi madre para poder comprarme algún capricho. Se enfadaron mucho conmigo, pero tras disculparme con ellos y prometerles que no lo volvería a hacer, me perdonaron y me dijeron que si necesitaba dinero para cualquier cosa, que pidiese antes permiso y ellos mismos me lo darían si consideraban que era necesario. Desde entonces, me he vuelto algo más ahorradora con el dinero. Algún aspecto positivo tenía que sacar de aquella experiencia, ¿no?

     En un momento dado, dejé el tenedor sobre la mesa y alcé la vista hacia ellos. Al ver que no seguía comiendo, ambos desviaron la vista hacia mí—. ¿No vas a comer más? —mi madre se mostró levemente preocupada.

     —Ehm... No es eso —hice una pequeña pausa y respiré profundamente para sacarles el tema—. Hoy en clase nos han mandado un trabajo en grupo y, he acordado en quedar en casa de un compañero —antes de que pudieran decir nada, los interrumpí—. Sé que estoy castigada, es por eso que intentaré avanzar el trabajo lo más que pueda y me encargaré de volver lo antes posible a casa.

     Al terminar de decir aquello, vi cómo el gesto de mi madre se suavizaba, mostrándose conforme con mis palabras. Sin embargo, mi padre seguía sin estar muy convencido.

     —¿De qué asignatura has dicho que era el trabajo? —preguntó.

     —De literatura. Por lo visto el trabajo es bastante extenso y nos ha dejado dos semanas para terminarlo, así que tendré que quedar más días además de hoy —al ver que iba a volver a preguntar algo, añadí lo siguiente—. El profesor nos indicó que es obligatorio y que cuenta como nota de examen, así que es importante que lo entregue la fecha indicada —mi padre suspiró.

     —En fin, si no hay más remedio... —hizo una pequeña pausa, suavizando un poco el gesto—. Pero más les vale a los de tu grupo acompañarte hasta la puerta de casa cuando vuelvas.

     —Papá, no soy una niña pequeña. Puedo volver sola.

     —¿Sola? ¿Para que te pase algo mientras vuelvas? ¡Ni hablar! —frunció levemente el ceño—. Si no pueden acompañarte, iré yo mismo a recogerte.

     —¡Está bien, está bien! No volveré sola, lo prometo.

     Tras aquella conversación, el almuerzo siguió como de costumbre, aunque, al analizar lo que habíamos dicho, parecía como si mis padres creyesen que el grupo en sí éramos más de 2 o 3 personas, cuando en realidad solo éramos Castiel y yo. Finalmente, decidí no aclararlo, ya que de ser así, mi madre no pararía de interrogarme y mi padre se pondría en modo sobreprotector. Hablar de chicos delante de ellos nunca fue una buena idea... Ya había aprendido la lección y si algo había aprendido era que cuanto menos supiesen de cualquier relación que tuviese con algún chico, mejor.

     Al terminar de comer y de ayudar a recoger un poco la mesa, subí las escaleras que conducían al segundo piso para ir a mi habitación.

     A pesar de estar castigada, había conseguido mi cometido: los había convencido para ir a casa de Castiel. Aunque era cierto que el trabajo contaba como nota de examen y que deberíamos empezarlo lo antes posible, podía intuir que ese día no llegaríamos a avanzar demasiado, o al menos, si le dejaba caer mi decisión.

     No podía evitar sentir los nervios a flor de piel.

[CDM] Jugando con fuego (¿Castiel o Lysandro?) - PAUSADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora