Capítulo 8

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     Mientras esperaba ansiosa a que la hora de quedar en casa del pelirrojo llegase, intenté distraerme todo lo que pude con lo primero que se me venía a la mente.

     En una primera instancia, me apropié del baño y me di una larga y relajante ducha, dejando que el agua caliente acariciase cada centímetro de mi piel, consiguiendo relajarme por completo y dejando que mi mente se mantuviese totalmente centrada en cada gota que golpeaba mi espalda de forma estremecedora.

     Tras aquello, y con toda la desgana del mundo al tener que abandonar aquella maravillosa ducha, salí del baño y procedí a vestirme sin demora.

     No podía evitar estar ciertamente nerviosa. Tal vez porque iba a estar a solas con un chico en su casa; quizá porque ya me había acostado con él, o simplemente por el hecho de que ese chico era precisamente Castiel, pero la cuestión era que no sabía qué podía ocurrir estando allí los dos solos. Aunque bueno..., en realidad, sí que me lo imaginaba, pero no conseguía hacerme a la idea.

     Ciertas imágenes volvieron a rondar mi mente al pensar en aquello y el sonrojo no tardó en colorear mis mejillas.

     Sin pensarlo mucho más, terminé de vestirme y de secarme el pelo al poco tiempo y, mientras acababa de preparar la mochila con todo lo necesario para adelantar todo lo posible el trabajo y buscar algunas cosas más, no tardé en darme cuenta de que el tiempo se me había echado encima.

     Ya casi era la hora, y si quería llegar a tiempo, tenía que ir corriendo hacia la parada de autobús y coger el que fuese en dirección hacia la casa del pelirrojo.

     Y eso fue lo que hice.

***

     Bajé del autobús en cuanto este se aproximó a la parada más cercana a la casa de Castiel. No tuve que andar demasiado para finalmente llegar hasta mi destino.

     Mientras me aproximaba al lugar, no pude evitar repararme en los rasgos de aquella casa. Desde el exterior, se podía contemplar que era una sencilla vivienda de una sola planta, con un pequeño patio, un garaje y una azotea. La entrada del domicilio estaba bordeada por unas vallas blancas y una pequeña puerta a conjunto. Una vez frente a esta, podías ver claramente una pequeña caseta de perro al lado izquierdo del patio, aunque al parecer, no se encontraba ningún animal merodeando por allí.

     Al fijarme en aquello último, recordé cómo me había topado con aquel perro tan enorme la última vez que estuve allí, y me extrañó no encontrarlo por ningún sitio. Abrí la cancela con cierto nerviosismo y me adentré en el patio, aproximándome a la puerta de la casa. Inspiré profundamente tratando de tranquilizarme y, sin esperar un momento más, llamé al timbre, decidida.

     No transcurrió demasiado tiempo para que finalmente la puerta se abriese, dejando que el rostro del pelirrojo volviese a captar mi visión, mostrándome aquella sonrisa suya tan peculiar.

     —No pensé que serías tan puntual. ¿Tantas ganas tenías de volver a verme?

     "No sabes cuánto". Aquello resonó en mi mente inesperadamente y, al notar cómo el rostro comenzaba a enrojecérseme, aparté la mirada y dije lo siguiente.

     —¿Vas a dejarme pasar?

     El chico no respondió a aquello, simplemente se apartó de la puerta para dejarme entrar en la casa, pero justo cuando iba a hacerlo, unos gruñidos me alertaron. Aquel perro enorme se encontraba justo delante de mí, sin embargo, al contrario que la última vez, no me asusté y, para la sorpresa del can y de su dueño, me aproximé un poco y me agaché, acercando la mano al hocico del beauceron y dejándola en el aire, quieta, permitiendo al animal que me identificase, con el objetivo de tranquilizarlo.

     No pasaron ni diez segundos. El perro terminó de olisquearme y se dirigió sin más hacia el sofá para después tumbarse en el suelo, observándonos con curiosidad.

     Satisfecha, sonreí y finalmente me levanté del suelo, percatándome de que Castiel había cerrado la puerta.

     —Menuda presentación. Pensé que te daba miedo —dijo aproximándose a mí.

     —Los perros no me dan miedo. De hecho, me gustan. Pero comprende que la última vez que vi al tuyo, pensó que era una intrusa, además de que no sabía que tenías mascota siquiera —el chico sonrió al escuchar esto último.

     —Sí lo sabías. De hecho, te lo comenté una vez en el instituto —pasó por mi lado y se aproximó al sofá, le dio una suave y rápida caricia a su perro y seguidamente se sentó, dejándose caer en aquel mullido sitio—. Que no tengamos relación alguna, no quiere decir que no hayamos hablado nunca.

     —Eso es cierto, aunque no recordaba lo de tu perro —me aproximé al sofá también—. Por cierto, ¿cómo se llama?

     —Demonio —me hizo un gesto para que me sentase a su lado y le hice caso, quitándome la mochila de la espalda y dejándola con delicadeza en el suelo. Seguidamente, desabroché la cremallera y comencé a sacar los apuntes del tema que debíamos redactar—. Sabes que tenemos dos semanas para hacerlo, ¿no?

     —Claro, pero cuanto antes empecemos, mejor —la verdad es que el trabajo tampoco tenía más vuelta de hoja. No era tan extenso como le había comentado a mis padres, pero... así tenía la excusa perfecta—. Sino, ¿para qué habría venido hoy? —tras decir aquello, los nervios comenzaron a volver a mí al recordar mi verdadero propósito, y aún más al notar cierto movimiento por parte del pelirrojo, quien no evitó hacer una pequeña mueca.

     —Cierto... —se inclinó hacia delante y me miró fijamente, analizándome con aquellos orbes metálicos que tanto me empezaban a gustar—, ¿para qué habrías venido?

     Dejé de sacar cosas de la mochila nada más escuchar cómo repetía aquella pregunta. Sabía que estaba esperando una respuesta, que incluso sospechaba algo de mi respuesta, ¿pero era necesario sacar el tema tan pronto? Por dios, ¡si acababa de llegar! Quería dejar las cosas claras de una vez, pero toda aquella situación era nueva para mí y, sinceramente, nada me podía dar más vergüenza en aquel momento.

     Sentí el corazón latirme con fuerza y noté cómo un nudo se me iba formando en la garganta, impidiéndome decir cualquier cosa. Las mejillas comenzaron a arderme, pero a pesar de ello, le sostuve la mirada.

     Sus ojos se mantuvieron contemplando los míos, mis mejillas sonrojadas, mis labios anhelantes por volver a probar los suyos... Todas y cada una de las facciones que tenía y que hacía mi rostro sin quererlo. Quería que me besara como todas esas veces que había hecho antes, que me mostrase si su deseo de poseerme era igual o superior al mío, que me aferrase a su cuerpo y me acariciase hasta perder la cordura. Sin embargo, él se mostró inamovible, casi como si esperase algo. Como si esperase que yo diese el primer paso.

     ¿Era necesario torturarme de aquella manera?

     Impaciente y un tanto avergonzada, me aproximé a él tanto como pude, tomé su rostro entre mis manos y, sin esperar ni un momento más, planté mis labios sobre los suyos.

     Nada más hacer aquello, el pelirrojo al fin se movió. Deslizó una de sus manos por uno de los laterales de mi cuerpo y, finalmente, acabó posándola en mi nuca, haciéndome estremecer al sentir su contacto. Movió sus labios sobre los míos con cierta prudencia al pensar que podría volver a separarme de él, pero en cambio, en vez de alejarme, deslicé mis manos de sus mejillas hasta finalmente rodear su cuello con mis brazos, intentando acercarme aún más a él y, a la vez, queriendo profundizar un poco más el beso. Lejos de lo que yo me esperaba, el pelirrojo acabó despegando momentáneamente sus labios de los míos, presionando mi nuca con suavidad y masajeándola un poco con sus ásperos dedos.

     —...Dije que no haría nada que no quisieras —murmuró con voz ronca mientras se relamía un momento los labios—, y si es esto lo que quieres, más te vale no arrepentirte después.

[CDM] Jugando con fuego (¿Castiel o Lysandro?) - PAUSADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora