No toda la distancia es ausencia, ni todo el silencio olvido.
Es muy posible que llevase ya un mes allí, o inclusive un poco más. Dejó de contar al enterarse de lo difícil que podría ser escapar y lo riesgoso que era intentar dar un paso sin antes haberselo informado al rubio. Este se ponía tan histérico que incluso llegaba a asustar, era como si temiese quedarse solo, como si la sola idea de que él pudiese escapar le resultase tan dolorosa que prefería mil veces clavarse una estaca en el corazón antes de ser abandonado, y realmente no podía entenderle.
¿Por qué se comportaba así? ¿Por qué se negaba a dejarle a ir? ¿Por qué no simplemente le comía?
Era tan confuso...
Por otro lado, estaba el hecho de que este le compraba cuando porquería quisiese, como si buscase de alguna forma comprar su cariño. Cosa que a su parecer era imposible.
¿El querer un vampiro?¡Ja! ¡Cuando los cerdos vuelen!
Le observó con nerviosismo, esta ya llevaba bastante rato en su habitación y por alguna razón comenzaba a preocuparle. Sentía un malpresentimiento.
-Hey, Tommy...¿Estás seguro de que mamá no se enfadará?- preguntó con cierto deje de temor el de cabello negro, dudando si seguir esa vez a su hermano mayor en esa pequeña travesura.
-No se enojará, solo vamos a tomar unas flores de la casa de la señora Ivonne y volveremos a casa. Ni siquiera lo notará, esa señora tiene muchas.
El pequeño se movió inquieto en su lugar, observando con sus ojitos verdes los mieles del mayor.
-Pero esa señora no nos quiere, Tommy tengo miedo.
-Confía en mí, no dejaré que nadie te dañe. Es una promesa.
-¿Thomas?- hace unos días su nombre le había sido revelado, desde entonces, esa se volvió su forma de llamarle. Y por alguna razón, el mayor parecía encantado de escuchar su nombre salir de sus labios, como si tal cosa fuese una dulce melodía para sus oídos.
¿Tan importante le era ser llamado así?
Era extraño ver a un vampiro siendo amable con un humano, esos que se suponían que no eran más que alimento, esos a los que no deberían tratar como los suyos. Ya era mucho decir que este hasta se había encargado de llenar el refrigerador y la despensa con comida que seguramente ni ingeriría, y de hacerlo seguro sería como terminar comiendo arena o algo sumamente asqueroso, pues de otro modo no habría vomitado la vez que había intentado ingerir lo mismo que él.
¿Debería de ofrecerle su sangre como agredecimiento?
No, de solo pensarlo sentía un escalofrío por todo el cuerpo. Le daba miedo, no deseaba sentir esos filosos caninos clavándose en su delicada piel.
(...)
Hambre, no había otra cosa que pudiese definir lo que sentía. Sentía su autocontrol irse lentamente y una debilidad adbergar su cuerpo.
¿Habría matado a William de haberse quedado en casa?
Sintió su corazón doler ante la sola idea, una cosa era perderlo una vez debido a su idiotez, otra era asesinarlo solo por sus deseos de comer.
Necesitaba sangre...rápido...
Su pobre víctima paso cerca del callejón donde se encontraba. Era una bella joven alrededor de sus dieciocho años, de tez blanca y salpicada en pecas, de llamativos ojos verdes y larga melena negra. Casi era identico a él y eso abrió más su apetito.
Rapidamente se puso tras de ella, dando pequeños y silenciosos pasos, haciendo que ni siquiera le pudiese ver venir antes que se lanzara sobre ella.
Lo último que se escuchó fue un grito que resonó por toda la cuadra hasta terminar por desaparecer.
Esa noche, a eso de las siete de la noche, otra chica desaparecio, siendo seguida prontamente por un hombre conocido por explotar a cada pobre que llegaba en su busqueda por un trabajo para poder ganar algo de dinero para su familia, recibiendo sin saberlo un poco de lo que en realidad ganaban entregado. Una joven inocente y un estafador, ambos muertos con tal de no hacerle daño a él.
ESTÁS LEYENDO
La mascota del depredador
VampireNunca debió cruzarse en su camino, nunca debió enamorarse del predador.