Capítulo 6 Dulce Mentira

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Podemos cerrar los ojos a lo que no queremos ver, pero, no podemos cerrar al corazón a lo que no queremos sentir.

Sus labios se posaron sobre los suyos con extremada delicadeza, tanta que le pareció repulsiva. Uno de sus ojos se mantuvo entre abierto, viendo así los cerrados del menor. Contuvo su sonrisa lo mejor que pudo.
¿Qué tan ingenuo podía ser su niño?
Aprovechó el momento en que entre abrió sus labios e introdujo su lengua, la del menor, tan inexperta, no pudo siquiera pelear por el control.
¡Oh! Había olvidado por completo que él era el primero en todo.
Tenía tanta suerte...
Un mes había pasado desde que se habían conocido.
Siempre que el pequeño llegaba a casa llorando, él estaba allí para consolarle.
Había hecho un buen trato con aquel viejo hechicero, era tan fácil de obtener, tan insignificante.
¿Un alma?
Eso podía dárselo con solo un chasquear de dedos, incluso podría darle la de su actual niño cuando se aburriera de él.
¿Qué ganaba él?
Muchas cosas, pero aún no era el momento para utilizar su truquito. Aunque eso no significaba que nunca lo iba a hacer.
Acarició las caderas del menor y en su descuido,bajo, hasta poner ambas manos  en su trasero. Sintió al menor sobre saltarse al apretarlas.
Sería tan fácil hacerlo suyo, someterlo sería pan comido...pero su diversión terminaría demasiado pronto. Le gustaba...lo difícil.
Se separó de mala gana, él no necesitaba respirar, pero, lamentablemente el pequeño sí.
Un hilo de saliva bajaba por barbilla, siguió su caminó hasta llegar a su cuello y prontamente a su pecho. Re lamió sus labios, cuanto le habría gustado ser él quien hubiese hecho ese recorrido.
— ¿Te ha gustado mi forma de comerte? — preguntó con la burla, aunque obviamente el pequeño inocente no logró captarlo. Asintió tímidamente, ganándose así por primera vez una sonrisa sincera del mayor.
Realmente se estaba llevando el premio mayor.
Suspira intentando no mostrar su ahora malestar.
Había momentos, en que deseaba odiarlo por hacerlo sentir tan débil, tan humano. Aunque a la vez creía (pues jamás admitiría) que al ver sus ojos cafés, este le ayudaba a poder recuperar un pedacito de su anterior vida como humano. Y esos momentos en que se volvía asquerosamente vulnerable, era los que solía aprovechar para ganar su corazón. Que irónico era el hecho que inconsciente le ayudase a avanzar en su propósito de destruirlo.

  ***

29 de setiembre, Munich

Sus ojos verdes vieron a su atacante llenos de miedo. No deseaba morir, no así, tenía tantos sueños, tantos años por vivir como para que le fueran arrebatados.
— P-Por favor...no me mates, p-puedo hacer lo que quieras — se aguantó sus ganas de llorar lo mejor que pudo. Deseo con todo su ser poder ablandar aunque sea un poco el frío corazón de ese despiadado ser.
Vio fijamente esos ojos color ámbar, intentando encontrar algo en el que lograra tranquilizarle, pero para su desgracia no lo encontró, su desesperación aumento, haciéndole lloriquear como lo haría un niño perdido, asustado por el abandono de sus padres.
Tal vez fue sus ojitos verdes llenos de lágrimas, o quizás el hecho de que era un niño fue lo que le impidió matarlo, o tal vez...solo deseaba jugar un poco más.
Le tendió su mano para ayudarlo a levantarse, y tras unos segundos con algo de duda el pequeño la tomó.
No sabría decir que fue exactamente lo que sintió al tocar a ese pequeño, pero fuera lo que fuese deseaba sentirlo otra vez. Le hacía sentir...vivo.
 —¿Cómo te llamas? — preguntó tras unos minutos de silencio. Su mirada nunca se apartó de esa verde que le veía aún con desconfianza.
—W-William...— tartamudeó, de una forma que le pareció extremadamente tierna

La mascota del depredadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora