Capítulo 2

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Bastaron unos minutos para que el jinete de Tanagra llegara a la casa grande. Rodeada por una barda de piedra de alrededor un metro de altura, un amplio jardín con árboles de naranja y limón, una que otra gallina corriendo para escapar de la anciana cocinera que la quería atrapar, se erigía la enorme y antigua casona, pese a su aspecto de inicios del siglo XX, no se notaba descuidada, conservaba su estilo post-revolucionario, de amplios ventanales sin protección hechos de madera, cubiertas por dentro con viejas cortinas, pero muy elegantes, macetas colgando del largo barandal del balcón en la segunda planta, puertas igual de madera, y una escalinata que daba paso a la entrada principal, ese era su hogar, el que compartía con su madre y hermana, desde la muerte de su padre, él se hizo cargo de las mujeres de su hogar y de todo lo relacionado con el rancho.

--¡Jacinto! Hazte cargo de mi Tanagra, llévala a beber agua y cepíllala – se bajó rápidamente dándole instrucciones el muchacho que llegaba.

--Sí Nacho – el aludido se apresuró a entrar a la casa.

Pronto estuvo dentro, una casa amplia, cálida y con olor al desayuno que se estaba elaborando. Sonrío complacido, pero pronto se le borró el gesto.

--¡Se supone que debías estar aquí para acompañarme a la misa de cabo de año de mi comadre Matilde! – una mujer de aparentemente sesenta años, vestida con una blusa con encajes en los puños, una falda color negro y un velo en la cabeza del mismo color lo miraba reprobatoriamente.

--No se enoje madrecita, yo creí que era mañana – el joven, quitándose el sombrero se disculpaba.

--¡No sé qué voy a hacer contigo Nacho! Ni porque fue tu madrina de bautizo tienes un poco de consideración – la mujer negaba mientras revisaba su bolso – Ándate a limpiar la cara y apúrate, que si no llegamos al sermón no nos vale – moviendo las manos como ademán de correrlo, el hombre obedeció – ¡Este hijo mío, no es más bruto porque no es más viejo! – Volteó la cara a la escalera y gritó – ¡Ándale María de los Ángeles! Apúrate que se nos hace tarde – presionaba a su hija menor para que bajara.

--Ya voy mamá – una jovencita de veinte años bajó la escalera, vestía un ceñido vestido negro que le llegaba debajo de la rodilla y un velo en la cabeza – Ya estoy lista ¿Y Nacho? – preguntaba mientras miraba a todos lados.

--Se fue a lavar la cara – respondió la mayor – ¡Consuelo! – llamó a una persona, prontamente apareció una anciana.

--Dígame patrona – la de cabello cano esperaba instrucciones.

--Mis hijos y yo vamos a ir a la misa de mi comadre, te encargo que hagas un caldo de gallina para que cuando regresemos esté listo – le indicaba lo que debía hacer.

--Sí, namás deje que agarre a la condenada gallina porque corren bien duro – respondió la más baja y anciana.

--Bueno, te lo encargo y si no puedes dile al holgazán de Jacinto que te ayude – la otra asintió

--Ya madrecita, cuando usted diga – apareció el hombre de la casa – ¡Consuelito! ¡Qué chula amaneció hoy! – se acercó y besó la vieja mejilla de la mujer.

--¡Ya estate! No seas lambiscón chamaco – la mujer reía apenada.

--¡Oh por eso! Uno que te dice lo chula que estás y te pones remilgosa – sonreía.

--¡Ya! Te voy a hacer tu salsa macha, pero ya vete – Consuelo le contestó.

--¡Por eso te quiero viejita! – la volvió a besar y ahora a abrazar.

Entre MachosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora