Capítulo 28 - FINAL

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San Margarito de las Cumbres, un pueblo pintoresco que aún conserva sus llamativas callejuelas de piedra, casas que mantienen su estilo antiguo, con paredes de adobe y techos de teja. Como punto central, el kiosco de la plaza principal que se erige como una de las principales atracciones para cualquiera de los pocos turistas que llegan hasta ese lugar. Aquel pueblo en medio de las montañas amado por los que lo habitan, con su característico frío mañanero que cala los huesos, aun siendo nativo del lugar y estando acostumbrado a ese clima, propicia el jarro de café por las mañanas, el cual es la batería necesaria para cualquiera que viva ahí, es su manera de despertar completamente, ese es el sitio que era el hogar de Nacho.


Luego de una larga caminata, en una de las colinas del lugar que rodea el pueblo, unas botas algo humedecidas por acción del rocío del pasto, dirigían sus pasos rumbo al lugar al que pocos van pero que tiene más de una lágrima derramada. Con calma, sin apresurar el paso, sintiendo el viento frío del amanecer rozar su duro rostro, Nacho avanzaba con tranquilidad. Llevaba puesta una chaqueta de cuero color café, pues la temperatura a esa hora era bastante baja, en la mano derecha llevaba un ramillete de flores blancas. A unos metros vio la entrada, una rejilla hecha con palos de madera unidos por alambre que hacía las veces de puerta. Había llegado al cementerio del pueblo. Colocando su ofrenda en el piso, abrió el falso, y una vez hecho, volvió a tomar sus flores y se adentró al sitio.


Decenas de tumbas se podían mirar, unas construidas con concreto, otras más sencillas, simplemente mostraban el montón de tierra el cual indicaba que ahí estaba un cuerpo. En todas ellas una cruz ya fuera de metal, cemento o madera, con el nombre y fecha de muerte de aquellas personas que yacían en su última morada. Algunas tenían veladoras a medio terminar, otras el viento ni siquiera las dejó empezar. Las botellas de plástico cortadas por la mitad que hacían las veces de floreros tenían aún agua y unas cuantas flores marchitas, las coronas fúnebres hechas de plástico en algunos casos estaban demasiado maltrechas.


El ranchero detuvo sus pasos al encontrarse con la que buscaba, conteniendo la respiración no pudo evitar que los ojos se le aguaran. Miró la cruz de madera y sin poder más, una indiscreta lágrima salió de su ojo izquierdo, la vista comenzaba a nublársele. Pidiendo permiso al difunto del sepulcro al lado, colocó su ofrenda unos momentos ahí para tener las manos libres y poder amontonar la tierra de aquella tumba. Lloraba sin dejar su labor, con las manos completamente sucias, acomodaba las veladoras que se habían caído. Cuidaba que la cruz quedara muy derecha, las flores que se habían podrido las quitó para poder reemplazarlas. Con el dorso limpio de su mano, retiró las gotas saladas que emanaron de sus ojos, quería tener la mirada libre para hacer bien su trabajo de depuración. Luego de varios minutos en completo silencio y soledad, se incorporó para ver que efectivamente el sepulcro estuviera perfecto.


– Te extraño harto, pero harto...– dijo al frente, como si el cuerpo que reposaba en ese frío lugar pudiera escucharlo otra vez – No sé por qué te fuistes, pero te extraño...– las lágrimas volvieron a salir, odiaba que lo vieran llorar, por esa razón lo hacía a solas, cuando nadie podía verlo y daba rienda suelta a su dolor, había pasado ya un tiempo desde aquel trágico suceso y le costaba mucho trabajo superarlo, sobre todo tratándose de un hombre al que quería tanto. Se abrazó fuertemente así mismo y miró unos segundos en silencio – Ira, te traje flores, son blancas, y huelen rete bonito, ojalá te gusten, pos aunque nunca quisistes parecer delicado, bien que te veía cuando las olías en el campo – el ramo ya estaba en su lugar, suspiró viendo la cruz – Ya me tengo que ir, porque me necesitan en la casa, hoy se matriomonia la Ángeles, y debo ayudar en lo que haga falta, no digo más... pos porque me voy a poner a chillar, y pos mejor...– apretó los puños en señal de frustración – Mejor ya me voy... – quitándose con rudeza las últimas gotas de agua, salió a prisa de aquel sitio que tanto le dolía visitar, aquel lugar donde no quería permanecer por mucho tiempo.

Entre MachosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora