Capítulo 23

1.2K 129 26
                                    




Luego de haber dejado instrucciones precisas a los abogados de Business Center, esa misma noche Héctor empacó lo que consideraba indispensable: ropa, instrumentos de higiene personal, y sobre todo la documentación de la cual le habían comentado, resultaba imperioso ir con Gustavo, lo que descubrió era algo muy serio. Cada vuelta que el hombre daba por su habitación para guardar algo en la maleta, le provocaba la impetuosa necesidad de hacerlo con rapidez, temía por la seguridad de su amigo. Había buscado a Sabrina, lo último que supo de ella era que salió del hospital y que no regresó a su departamento. Le inquietaba desconocer el paradero de aquella mujer. Tenía entendido, por parte de los abogados de los socios de la empresa, que debido a su complicidad con Adán en poco tiempo se le giraría una orden de aprehensión, la mandó buscar, pero no podía perder tiempo, debía poner al tanto al dueño de la compañía lo antes posible. A primera hora de la mañana siguiente partiría rumbo a San Margarito.



Los primeros rayos del sol alboreaban dando de lleno a aquella casa que se había convertido en el hogar de Prado San– Millán. Las gallinas comenzaban a recorrer el patio en busca de alimento, detrás de ellas los pequeños pollitos color amarillo que las seguían. El ruido de los demás animales cerca comenzaba a escucharse. Era el momento de iniciar una nueva jornada.

La gente de la Casa Grande comenzaba a dejar claro que se había despertado. Remedios junto con la anciana Consuelo, revisaban que el desayuno estuviera listo. El olor a café recién hecho podía percibirse, su calidez también. El aroma pronto llegó a las fosas nasales de Gustavo quien se lavaba la cara en la pileta de agua hecha de piedra que estaba en el patio. Esa bebida era su nueva adicción, no podía iniciar bien su mañana sin haber ingerido un humeante jarro de café. Poco a poco la familia comenzaba a reunirse a la mesa.

Juntando sus manos, en silencio cada quien hizo la oración correspondiente, la cual duró un par de minutos, luego de ello comenzaron a degustar sus alimentos.

– ¡Oigan ustedes! llegaron muy tarde ayer – comentó la matriarca de la casa al par de hombres que estaban presentes.

– Si es cierto, bueno, yo ni siquiera los oí porque me quedé bien dormida – Ángeles también habló. Los jóvenes hombres se miraron para luego soltar una discreta sonrisa.

– Pos es que amacita, teníamos que ir a ver que las vacas estuvieran en su lugar – Nacho se excusó.

– ¡Ah! Y también los bueyes debían estar en el suyo y mira nomás, llegaron como a las dos de la mañana – la mujer los miro intercaladamente.

– Bueno señora, técnicamente si eran las dos de la mañana llegamos temprano – Gustavo mencionó logrando por completo la atención de la seria cara de Remedios.

– ¿Con que te gusta andar de chistosito, Tavito? No vaya siendo que te dé de palos pa' ver si así ya no se te anda ocurriendo llegar temprano.

– ¡Ay señora! ya deje a los chamacos en paz, si quieren andar en el monte solos, pos déjelos, nomás que no salgan con tarugadas – intervino la anciana quien llevaba una canasta con pan.

– ¡Por eso te quiero harto, mi Consuelito! – exclamó el ranchero feliz por verse defendido.

– Nunca van a cambiar – la madre de Nacho puso los ojos en blanco para seguir desayunando, esa querida cocinera siempre sería la alcahueta de su hijo.





Entre MachosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora