Capítulo 25

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En el enorme patio de la Casa Grande, cobijados por la noche llena de estrellas tintineantes, el par de jóvenes conversaba cerca de la entrada. Poco tiempo habían tenido para conversar de una manera tan tranquila, de sentirse cómodos y sobre todo, de estar únicamente ellos dos, disfrutándose el uno al otro.


– ¿Y es muy lioso lo que viniste a decirle al güero? – preguntó Ángeles con algo de inquietud.

– Sí, es un tema delicado, tiene que ver con las cosas por las cuales llegó a este lugar – contestó Héctor, para luego dar un suspiro con el cual exhaló vaho, pues la noche era fría, como casi todas en aquel pueblo cercado por montañas.

– Tiene que ver algo la Sabrina esa ¿verdad? – preguntó, pero el tono fue más aseveración que cuestionamiento.

– ¿Cómo sabes de ella? – con la sorpresa en la cara, el amigo de Gustavo miró directamente a la chica.

– Porque esa vieja está aquí, en el pueblo – el rostro de Héctor se terminó de desencajar, desde que había llegado y por los diferentes acontecimientos que habían ocurrido, nadie se tomó la molestia de mencionarle ese pequeño, pero importante detalle.

– ¿Sabrina está aquí? – aún incrédulo de lo que estaba escuchando el joven varón cuestionó solo para corroborar que lo que sus oídos habían escuchado era verdad.

– Sí, vino para acá, estuvo en la casa, le gritoneó a mi madre y a Nacho, por eso fue que me la surtí el otro día en el pueblo, esa vieja me da muy mala espina, y no hace falta que me lo digan, yo sé que ella no es una buena gente, es mala... bien mala – con pesadumbre la chica contestó mientras se abrazaba a sí misma.

– ¿Te hizo algo? ¿Se atrevió a tocarte? – con preocupación Héctor tomó suavemente a la mujer por los hombros para cerciorarse que no tuviera un rasguño.

– Táte tranquilo, ten por seguro que a esa le fue más peor, le di la tunda de su vida, a ver si así aprende a no meterse con los míos – sonriente la chica respondió.

– ¡Ay Ángeles! – con fuerza abrazó el menudo cuerpo de la muchacha – En verdad que no sé cómo es posible que en tan poco tiempo de vernos y de conocernos me hayas cautivado, creo que es un encanto de este pueblo, todos lo que llegamos aquí y a esta casa, terminamos enamorados – comentó de forma casual para luego darle un beso en la frente.

– ¿Lo dices por tu amigo? – cuando la joven le hizo esa pregunta, él cayó en cuenta de lo que acababa de insinuar.

– ¿A qué te refieres? – indagó un poco antes de aclarar algún punto.

– No nos hagamos tarugos, estoy segurita que tú sabes qué quiero decir, no te creo tan menso como pa' no haberte dado cuenta de lo que ocurre entre mi hermano y el güero ¿o sí? – la mujer lo miró expectante.

– Así que lo sabes ¿verdad? – el hombre le sonrió.

– ¡Claro que lo sé! y desde hace harto, desde el día que tu llegaste a este pueblo por primera vez – le confesó mientras se recargaba de su pecho – El día que nos quedamos platicando en tu cuarto, y que me dio miedo que mi mamacita nos descubriera y pensara cosas que no eran, salí con cuidadito, y cuando me asomé vi a esos dos dándose un beso en la sala, al Nacho le tocó dormirse en el sillón y por eso los descubrí – le dijo en voz baja, aspirando el aroma del perfume que el hombre utilizaba.

– ¡Vaya! Con que desde ese día lo sabes, yo lo he descubierto apenas hoy, cuando tu hermano y mi amigo se abrazaron en el establo luego de lo que pasó con el caballo, ahí me di cuenta que Gustavo ya no buscaba aquello que por tanto tiempo esperó de la persona equivocada – en el mismo tono de voz le respondió, mientras que con sumo respeto acariciaba la espalda de la fémina.

Entre MachosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora