El hombre caminaba de lado a lado como si se tratara de un animal enjaulado a la espera de atacar al primero que se acercara a burlarse, así, de esa misma forma, algo irritado, cansado y sobre todo harto de la situación, Lorenzo no paraba de moverse de un extremo a otro, analizaba hasta dónde había llegado, lo que había sido capaz de hacer, en su cuarto las ventanas estaban cerradas, las cortinas avejentadas corridas, solo una pequeña lámpara de buró iluminaba la estancia, pero su luz era bastante tenue, apenas y se podía distinguir lo que había a un metro de distancia.
Respiraba cual toro al que se le provoca. Sus ojos denotaban la furia que sentía. Había llegado a su límite, sabía que iba por todo o por nada. De soslayo miró la menuda figura de María de los Ángeles, atada de pies y manos, recostada en la cama, aún adormecida por el golpe que le había dado. Muy pronto se sabría que él la tenía en su poder, y conociendo como conocía a su rival la iría a buscar, era cuestión de horas para que la batalla final comenzara. Su único objetivo había sido recuperar las tierras que alguna vez fueron suyas, sin embargo, Nacho se negó en todo momento a dárselas, ese era el motivo de años de odio, de desprecio, de fraguar una lenta y dolorosa venganza: por la tierra.
– Tú y toda tu parentela se van a quedar con la tierra... – hablaba a una durmiente Ángeles, la miraba con desprecio infinito, con ganas de estrangularla en ese mismo instante – ¡Pero con la del camposanto! ¡Ahí es onde van a terminar tú y tu hermanito! – vociferó. La miró fijamente, se acercó y pudo notar que el vestido de la muchacha se había levantado unos centímetros, dejando al descubierto un poco más de piel, la morena y tersa piel de la hermana de su enemigo, sonrió ladino, dentro de todo lo que sentía, algo se le había ocurrido.
Cerca de la puerta del cuarto, inamovible, pensativa y cauta, una figura masculina fumaba un puro mientras observaba a Lorenzo en todo lo que hacía.
En la Casa Grande el alboroto se había desatado, Nacho se desquitaba con el viejo árbol de naranja que estaba en el patio. Cada golpe que daba hacía notar como aquel hombre hervía de rabia, tan solo bastaron unas cuantas horas afuera y ello resultó suficiente para que alguien ingresara a su casa para causarle una de las penas más grandes que había experimentado. Su madre luego de hablarle, se desmayó, a ella y a Consuelo las habían golpeado. Al que peor le fue había sido Jacinto, la sangre de su cabeza no dejaba de emanar, todo parecía indicar que con el joven fue con el que más se ensañaron. A toda prisa Héctor regresó al pueblo para traer consigo al doctor. Debía apresurarse, pues el joven trabajador de Nacho estaba en riesgo.
Con una frustración similar, Gustavo apretaba los puños, mientras miraba el cuerpo dormido de la anciana cocinera, le parecía increíble que alguien se atreviera a tratar así a una mujer que únicamente era buena con las personas. Estaba herido, se habían atrevido a dañar a la que ya consideraba su familia. No se desquitaba golpeando como el ranchero, pero si imaginaba todos los escenarios posibles en los que los responsables de aquella infamia pagarían su atrevimiento.
De un instante a otro, no pudo evitar mirar el momento en el que el ranchero entró corriendo, se dirigía a uno de los cuartos del fondo, se estremeció un poco al saber qué era lo que había ahí, por tal motivo no dudó ni un segundo en ir tras él.
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Entre Machos
RomanceDos hombres, dos mundos distintos. Cada uno con sus sueños, cada uno destilando masculinidad. Uno forjado en el bullicioso y cosmopolita clima citadino, el otro arreciando sus fuerzas y facciones en el arduo trabajo del campo. Un crimen unirá sus ca...