Capítulo 20

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Cobijados por aquel sonido relajante del agua de la pequeña cascada, el canto de algunos pájaros y el crujir de las ramas de los árboles por acción del viento, el par de hombres se entregaban a ese beso que tanto pedían sus labios. Sin conocer las razones exactas, aquellos sujetos tan diferentes entre sí, fueron construyendo un amor paulatino y fuerte, el resultado era el que en esos instantes experimentaban, un ósculo que más que una unión carnal, era la unión de dos almas que se encontraban separadas y por fin después de muchos años, se lograban unir.


Separándose por la falta de oxígeno, pero aún abrazados a la cintura del otro, se contemplaban, no hacía falta mencionar una sola palabra para hacerse saber lo que su agitado corazón sentía. La mirada zafiro de Gustavo se posaba sobre la del ranchero, una de las características físicas que más encantaron a Nacho del citadino, eran esos ojos color mar, una tonalidad que nunca en su vida había visto. Aquella mirada era tan profunda y a la vez tan transparente, que no dejaba lugar a dudas que el amor que profesaba al otro hombre era correspondido. La cercanía les dejaba claro que el corazón de los dos bombeaba sangre más rápido que de costumbre, latía con tanta fuerza que los dientes les castañeaban por la intensidad de lo que vivían. No hablaban, pero esas miradas dejaban claro por primera vez lo mucho que estaban enamorados el uno del otro. Acercándose nuevamente sellaron aquella silenciosa confesión con un beso más intenso que el anterior.


El mundo no existía para ese par de amantes, quizás por tal razón no contemplaron aquella petrificada figura entre los matorrales, una que se encontraba a una escasa distancia de ellos, una mujer frustrada, dolida, sorprendida, pero sobre todo enojada. Apretando los puños, Sabrina deseaba salir y golpearlos con la primera roca que encontrara en el camino, golpearlos hasta que ninguno de los dos pudiera volver a dirigirse una mirada como la que acababan de dedicarse. La sangre le hervía, los ojos parecían centellearle, contra una mujer la lucha habría sido frontal, sus encantos tarde o temprano habrían surtido efecto, pero contra un varón, contra un macho como ese no tenía herramienta alguna, su físico tan diferente no podría lograr ganarle, por tal razón maldecía a aquel ranchero que apenas y conocía, le bastaron unos cuantos minutos de verlo para odiarlo más de lo que odió al desaparecido Adán. Con las lágrimas a punto de salir, silenciosamente se retiró, desconocía aun el motivo, miedo tal vez, debía irse, no deseaba seguir contemplando aquel amor, aquella evidencia de que su amado Gustavo prefería a otro hombre.


Con el semblante desencajado, la mirada perdida y sin ánimos, la guapa chica llegó donde la camioneta. No hablaba, no miraba con la misma emoción con la que se había ido, era una mujer en apariencia distinta. Lorenzo sonreía, lo había descubierto, sabía que Sabrina había descubierto a Gustavo. Le alegraba en demasía el resultado de su argucia, era momento del segundo paso, y para persuadirla había resultado muy hábil. Esa mujer estaba enamorada y por recuperar al citadino sabía que sería capaz de venderle su alma al diablo, de eso se aprovecharía, usaría aquella arma a su favor, ese amor entre machos sería su llave maestra para lograr darle el tiro de gracia a Nacho. Esperó pacientemente a que la mujer subiera, como todo buen cazador, debía esperar a que la presa estuviera cerca, muy cerca.


La portezuela se cerró y la mujer giró la llave para dar marcha. Quería irse, deseaba salir de ahí lo más pronto posible.

– Tú lo sabías ¿cierto? – la voz seca de la fémina sonó mientras conducía.

– Sí, lo sabía, y te lo había advertido – no hizo falta entrar en detalles, sabía de qué hablaba.

Entre MachosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora