Capítulo 24

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Luego de aquella terrible noticia, Nacho se encontraba en el establo. El caballo que usaba Gustavo se mostraba inquieto, como si entendiera qué estaba ocurriendo. El ranchero, el citadino, Héctor y Jacinto miraban al moribundo animal. El cuaco cerraba los ojos con cansancio, su respiración era demasiado pausada. El hijo de Remedios se había agachado para acariciar la cabeza de su fiel compañero de andadas. Era un animal íntegro y muy apegado a Nacho, desde el día que el potrillo nació y su dueño lo vio, fue como si se hubieran aceptado desde el principio, sabían que serían compañeros desde ese mismo instante.


Ahora, el agonizante animal se hallaba tirado en el suelo, dando los últimos respiros de su vida. Miraba al hombre que lo cuidó desde siempre e intentaba moverse, sin embargo, el cuerpo ya no le respondía.


– ¡Ándale tú! te tienes que poner bueno, hay que ir a pasear por los pastizales, tu eres fuerte mi Tanagra, tienes que ponerte sano – le intentaba dar ánimos, el animalito únicamente lo miraba como si comprendiera lo que su jinete le decía – Acuérdate que tenemos pendiente ir a que conozcas una novia, pa' que tengas tus crías y una sea pa' mí – con suavidad tocaba el limpio pelaje del equino.

– No sé qué pasó Nacho, palabra que cuando yo lo dejé estaba bien, lo juro – un compungido Jacinto intentaba excusarse.

– Tranquilo, él sabe que no es tu culpa, pero por ahora es mejor que no digas nada, él no te va a escuchar, tiene algo más importante qué hacer – poniéndole una mano sobre el hombro al muchacho lo intentó calmar, era cierto, Nacho no iba a hacerle caso mientras estuviera tratando de animar a su caballo.

– Ya Tanagra, tú táte con calma, te vas a poner bueno y sano y... y vamos a ir a andar por la montaña – el animal comenzó a respirar aún más lento de lo que lo estaba haciendo, sus ojos cada vez se cerraban por más tiempo, los dos lo sabían, el final se acercaba – ¡Ay Tanagra! ¿Y ora con quién voy a salir a cabalgar? – su voz se quebró, los presentes notaban que realmente el ranchero quería a su animal, habían sido compañeros durante años, y el vínculo de entre ellos era amistoso, fueron inseparables desde que el ranchero comenzó a convertirse en hombre, fue su cómplice en aquellas noches que salía a andar con el simple pretexto de querer ver el amanecer, fueron compañeros desde que el animalito nació.

De repente el equino comenzó a mover la cabeza violentamente, su cuerpo se sacudió haciendo que los que se encontraban ahí cerca retrocedieran unos pasos. El ranchero se puso de pie.

– ¡Cálmate! Te vas a lastimar, Tanagra – con los ojos cristalizados Nacho miraba a su amigo retorcerse durante unos segundos, impotente ante la escena no pudo más que apretar los puños con ira, rabia... tristeza. El animal dio un último y fuerte relinchido para después quedarse en completa y silenciosa calma – Ya andas rumbo a onde vas a poder trotar a gusto, adiós Tanagra... mi fiel Tanagra – una lágrima escapó de su ojo derecho, su caballo había muerto, miraba el cuerpo inerte del cuaco y no podía creer que ya no cabalgarían juntos nunca más.



Gustavo se acercó al ranchero abrazándolo por la espalda, le transmitió su fuerza, su energía consoladora. Nacho de pie, y el citadino abrazándolo por detrás, colocando su cabeza en el hombro del jinete triste, Jacinto no pensó nada extraño, estaba más concentrado en llorar por la inesperada muerte del caballo, no así Héctor, sin palabras y sin necesidad de explicaciones entendió a la perfección qué era aquello que su amigo le tenía que decir, sonrió discretamente.

– Al fin encontraste lo que tanto habías buscado en personas equivocadas... – Dijo para sí mismo, esos dos tenían algo que los unía de forma tan profunda, que quien pudiera ver más allá de las apariencias descubriría con mucha facilidad.

Entre MachosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora