Capítulo 3

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Ambos hombres se miraban fijamente hundidos en una especie de duelo, Gustavo veía detenidamente al moreno ranchero que tenía enfrente y el cual le apretaba la mano. Sus rasgos duros, su mirada recia y su callosa mano mostraban un poco de la fuerza fálica que el otro poseía, sin embargo no se amilanaba, pese a aquellas características no lo intimidaba, él también era fuerte, no eran en lo absoluto similares, sin embargo la intención de mostrar quién era el más fuerte era lo único que compartían, rivalidad que presentaban pese a no conocerse.


--Mira mijo, Tavito busca chamaba, ¿no tienes algo en el rancho para él? – Martha intervino sacando un poco de sus cavilaciones al par de hombres.

--No sé, tengo que verlo – respondió Nacho sin dejar de ver al otro directamente.

--¡Ya chamaco! Suéltalo que se ve que el güerito este trae hambre – Remedios intervino separándolos – A ver, ven pa' ca Tavito, siéntate para que te sirvan, tú también Martha, ándenle – el más joven asintiendo se dirigió a dónde le habían indicado.

--Sí, muchas gracias – terminando el duelo de miradas, Gustavo fue al lugar que dejó libre la mujer y tomó asiento.

--Vas a ver orita mijo, el mole que se prepara en esta casa es el mejor del pueblo, lástima que mi comadre, que en gloria esté – la acompañante del citadino se santiguó – ya no lo prepara, pero dejó la receta, a ver si se la pido a la Micaela – el otro sonrió.

--¡A ver tú, Nacho! ¡Ándate a la cocina y tráeles un plato a los dos! – el joven la miró incrédulo, él tendría que servirle al fuereño.

--¿Yo madrecita? – preguntó esperando la negativa.

--No, el atarantado de Jacinto seguramente – mirándolo reprobatoriamente y dándole un golpe en la nuca la mujer prosiguió – Muévete tarugo, ¡¿qué van a pensar de mí?! Que crié un malora maleducado, ¡muévete! – y empujándolo lo mandó por los platillos.

--Ay Remedios, cómo le hicites al pobre de Nachito – se compadeció Martha.

--Nada, ese chamaco si no lo traigo así se manda y ya quiere hacer lo que le da la gana, no, no... – exasperada tomó asiento junto al chico recién llegado.

--Y por cierto ¿On tá la María? No la he visto, ¿vino? – la mujer que tomaba un jarro de café cuestionó el paradero de la hija menor.

--Si vino, debe andar a fuera con las chamacas echando el chisme, deja la llamo pa' que te salude.



En la parte de afuera, las chicas seguían emocionadas por la escena que presenciaron unos minutos antes, aquel hombre desconocido y de fina apariencia las había dejado intrigadas así como sorprendidas.

--¡Vaya!... con un hombre así, hasta los hijos me saldrían bien bonitos – comentaba risueña Meche.

--Yo con ese muchacho olvido al Pedro, al Pablo y al que sea – otra dijo.

--Pos yo igual chamacas, hasta voy dejando de lado al Jacinto – suspiró la otra.

--Ay yo igual – María suspiró con semblante propio de una enamorada – ¡Está re chulo el hombre ese! y tiene unos brazotes bien grandotes, de esos que deben apretar bien fuerte – se abrazaba simulando lo que decía, sin darse cuenta de las caras que sus amigas de enfrente le hacían – Y debe dar unos besitos bien dulces con esa boquita rosadita que tiene – las muchachas le hacían señas – Y ese pelito... debe ser bien suavecito... como pelo de bebé – suspiró, sin embargo la escena terminó abruptamente.

Entre MachosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora