Resplandecía la mañana en aquel pacífico lugar de las montañas, eran casi las once y media, y frente a la iglesia del pueblo varias personas estaban de pie aguardando el momento que fueran las once cuarenta y cinco, cuando la corrida que llevaba a diferentes pueblos y cuyo destino final era la ciudad capital iba a hacer su aparición. Nadie estaba tan nervioso como esos dos hombres que uno junto al otro miraban con cierto temor hacia la calle que bajaba del camino más alto del cerro, pues en cuanto el autobús apareciera significaba que el momento había llegado. Con cigarro en mano, Nacho expulsaba el humo en un intento vano por relajarse. Gustavo sentía una extraña incomodidad, veía con el rabillo del ojo los movimientos del otro.
– ¿Te gusta fumar, eh? – preguntó de forma casual el ojiazul.
– Nomás a ratos – expresó el otro luego de dar una calada.
– Es raro que lo hagas – dijo recargándose del poste eléctrico que tenía cerca.
– He hecho hartas cosas raras últimamente – sin decir más volvió a fumar.
– ¿Estás bien? – el citadino se veía imposibilitado a seguir evadiendo esa pregunta.
– Sí – un monosílabo seco y serio fue la respuesta que recibió.
– Te escuchas molesto – en ese instante los dos se miraron a los ojos, notaban que ninguno de los dos estaba tan tranquilo como quisieran aparentarlo.
– Pos cómo no estarlo – lejos de ser una pregunta, fue una afirmación por parte del ranchero.
– Tú sabías que este momento llegaría – le dijo en un tono calmado. Estaban un tanto alejados de los demás, por lo mismo podían platicar con cierta libertad.
– Ya lo sé, ya sé que tú tienes un mundo allá, con los tuyos, con tus gentes, con tu vida – botando el cigarrillo lo aplastó con molestia logrando despedazarlo en el suelo – Pero eso no quita que...– el mismo guardó silencio, no quería decir lo que estaba a punto de pronunciar.
– Aquí he pasado momentos maravillosos, jamás pensé adaptarme tanto a un lugar como este... un pueblo tan acogedor – comentó mirando a su alrededor, las casas antiguas con techo de teja, el kiosco al centro del parque que en las tardes servía como distractor para los grupos de amigos que ahí se reunían, la vieja iglesia del tipo colonial que tenía justo enfrente, y las montañas que cercaban por todos lados a San Margarito.
– No te tienes que ir si no quieres – argumentó el otro intentando esconder las verdaderas e inmensas ansias que tenía de decirle que se quedara.
– Tengo que irme, debo volver para recuperar lo que soy – cuando dijo aquellas palabras, sintió un leve golpe en el pecho, una tristeza momentánea lo invadió.
– Pos ni hablar güero, todo hombre debe hacer lo que debe, y tú tienes que ir a arreglar tus cosas – Nacho miró a la nada, él había aprendido a conocer a Gustavo y sabía que era un hombre de decisiones y de muchos pantalones, cuando algo debía hacer lo hacía y bien, quizás aquella era una de las razones por las cuales se enamoró de aquel extraño citadino.
– Es cierto, tengo que hacerlo – no estaba del todo seguro, pero pensaba que el ranchero sufría, sin embargo era muy bueno escondiendo esos sentimientos, no le gustaba causar molestias de ese tipo, lo conocía como el tipo dicharachero, alegre, pedante en ocasiones, pero con uno de los corazones más nobles que había encontrado en toda su vida, el hijo de Remedios lo atrapó mediante esa transparencia que mostraba, nunca había visto un ser humano tan honesto, Prado-San Millán había crecido en un mundo de apariencias, donde el valor de las personas radicaba en las marcas que ocupaban. En cambio, aquel hombre de campo, lo miró, lo sedujo y lo enamoró simplemente por ser quien era, el güero de ojos bonitos, sin mirar si tenía dinero o no, solamente por ser él mismo.
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Entre Machos
RomanceDos hombres, dos mundos distintos. Cada uno con sus sueños, cada uno destilando masculinidad. Uno forjado en el bullicioso y cosmopolita clima citadino, el otro arreciando sus fuerzas y facciones en el arduo trabajo del campo. Un crimen unirá sus ca...