Capítulo 19

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Luego de un día lleno de actividades y emociones, el oscuro manto estrellado cubrió por completo el cielo de San Margarito. El sonido de los grillos cantando, la quietud de la noche y las motitas centelleantes que eran los cocuyos, enmarcaban aquella tranquilidad. Era la hora en la cual la gente, normalmente, dormía, sin embargo, un par de hombres no podían cerrar los ojos. Por demás había sido extraño ese día. Sin ser muy conscientes de ello, los dos se extrañaron, durante horas estuvieron separados por diferentes razones, y encontrarse con la escena de uno con otro besando a otras personas no fue lo más agradable. Sin la camisa, y con las sabanas a la altura del abdomen, Gustavo miraba al techo, parpadeaba lentamente, no tenía sueño, pensaba, analizaba qué estaba ocurriendo en su vida, cómo en menos de un año dejó de ser el hombre que siempre fue, para convertirse en un sujeto más libre, a su parecer, más sincero y más feliz.


Sus orbes color azul se fijaban en el poco visible foco, no le ponía atención ni mucho menos, simplemente dirigía a ese punto su mirada. La imagen del rostro de Nacho se apareció en su memoria, y como acto reflejo sonrió de lado mientras negaba con la cabeza. Recordó el beso que se dieron en el camino, aquel con el cual se prohibieron volver a besar otros labios que no fueran los de ellos, lo reconoció, estaba furioso de que otra boca hubiera podido probar aquellos gruesos y tentativos labios, eran suyos, le pertenecían, para ese momento, su semblante alegre se había transformado a uno serio, verdaderamente le irritó ver a esa muchacha besar al ranchero, suspiró mientras seguía viendo al foco, con la respiración calmada y serena tuvo el valor de por fin reconocer algo que ocurrió desde hacía ya un tiempo...


– Eres el tipo más atrabancado, hablador y juguetón que he conocido, además de que eres a veces demasiado inocente, pero también pese a todos tus defectos eres un hombre bueno, y lo lograste desgraciado, lograste tenerme así, de este modo, absurda y locamente enamorado de ti, de un hombre, algo que jamás imaginé, me enamoré de otro hombre...– incrédulo de poder decirse aquellas palabras, sonrió, lo aceptaba, estaba enamorado de aquel ranchero, su corazón, su cerebro, cada célula de su cuerpo lo admitía, amaba a ese hombre, sin embargo aún no sentía el valor para decírselo a él, era capaz de demostrárselo con hechos, pero no así con palabras, aunque no importaba demasiado, lo más relevante era lo que sentía, lo que experimentaba, y ciertamente le gustaba sentirlo, le gustaba ser feliz y dentro de esa alegría estaba incluido el hijo de Remedios, el tipo al que quería con todo su ser. Volteó la cara al lado derecho de la almohada y se dispuso a dormir pensando en lo feliz que era y en aquella persona que lo tenía de ese modo.







Si existía algo contrario a tener la armonía y calor de hogar, ese era el lugar donde se cimentaba la casa de Lorenzo Gavilán. En la sala, sentado en un viejo y conservado sillón, teniendo a un lado una vieja lámpara eléctrica que apenas alumbraba un par de insignificantes metros, la cual estaba colocada sobre una pequeña mesa de madera, el antes mencionado fumaba un puro, el tono rojizo de la punta se encendía con más intensidad a cada calada, dicho acto le servía para pensar, los puros, un vicio heredado por su padre le servían como aliciente para motivar a su mente y pensar con mayor claridad. Entrecerraba los ojos recordando la escena de la cual había sido testigo horas antes, recordaba al par de machos besándose en la boca sin temor alguno, definitivamente no era algo que le agradara y menos tratándose de su peor enemigo, tenía en sus manos una información valiosa, demasiado interesante, por su progenitor sabía que para muchos en el pueblo esas cosas no eran muy bien vistas, alguna vez le platicaron la historia del hombre que se terminó matando a causa de ser de gustos raros, le divertía la idea que ese pudiera ser el final de aquel que tantos problemas le había ocasionado, pues era precisamente lo que había deseado incontables veces... Verlo muerto. Aun recordaba la ocasión en la que se escondió entre los matorrales cercanos a la gruta, lo vio solo y sin defensa, aprovechó para dispararle, le había dado, pero no fue algo mortal, a los pocos días ya estaba recuperado, lo odió aún más por haberse salvado. Gavilán estaba empecinado en recuperar las tierras que alguna vez fueron de su familia, la gruta era una de las más bellas propiedades que alguien pudiera tener, y por tal razón la quería de vuelta, el que su padre las perdiera con el padre de Nacho en un desafortunado juego de cartas le parecía lo más patético que le hubiera pasado a esa familia, por esas tierras, Lorenzo había sido capaz de asesinar...

Entre MachosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora