Capítulo 5

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– Solo los cobardes atacan así, a un hombre desarmado, pero ni modo, si así lo quieres así será, ¡tú le tocas un pelo al güero ese y yo te dejo como coladera Lorenzo Gavilán! – el aludido volteó, Prado miraba a Nacho sobre su caballo y apuntando un arma a la cabeza del hombre que lo amenazó.

– ¡Táte quieto Nacho! si solo saluda al amigo – el hombre comenzó a guardar la moruna en su funda mostrándose bastante quieto.

– ¡Pos jálale! porque aquí no tienes nada qué hacer – desde su lugar el ranchero seguía apuntando su pistola.

– Veo que están parando la cerca que tiré ¿Por qué? – bajando de su animal el joven se posicionó frente a Gavilán.

– ¿Por qué va a ser Lorenzo? pos porque no me gusta que mis tierras estén sin límites – y acto seguido enfundó su revólver.

– Te haces maje Nachito, estas tierras son mías, siempre lo fueron – los hombres se miraban fijamente, por su parte Gustavo se dedicaba a observarlos, a su parecer no se caían nada bien.

– Te recuerdo que hace años tu padre las perdió, así que amárrate los pantalones y deja de chillar como vieja – Lorenzo dio un paso al frente para intentar intimidar a Nacho, pero este lo miró indiferente.

– Te estás pasando mocoso – el hombre era unos años mayor que el hijo de Remedios, por lo que no lo consideraba a su altura.

– Pos si no quieres que el mocoso te rompa el hocico más vale que te vayas yendo – lo miró con un semblante de advertencia.

– Ya veo...– el mayor asintió – Pero que esto no queda aquí, estas tierras y la gruta son mías, y las voy a recuperar – lanzó la amenaza.

– Tá bueno, ¡Ora lárgate! – dejó salir las palabras con suma molestia. Sin dar réplica el otro se marchó en completo silencio desapareciendo entre la vegetación prominente del lugar.


El ranchero entrecerraba los ojos mientras se acomodaba el sombrero, comenzaba a hacer calor y durante unos segundos se lo quitó para refrescarse. El citadino lo miraba, no había mencionado palabra alguna desde que el otro se fue, pensaba exactamente qué era lo apropiado para decir, sin embargo sus pensamientos fueron interrumpidos por la masculina voz de su patrón.

– No me lo tienes que agradecer güero – mencionó Nacho mirando el paisaje completamente verde que tenía enfrente, amaba su tierra, el sol hacía ver los prados más verdes que nunca, el olor de la hierba se colaba por sus fosas nasales enamorándolo aún más de su lugar de origen.

– De cualquier modo gracias, aunque yo lo hubiera detenido sin necesidad de tu ayuda – contestó el ex empresario.

– No pos eso vi, que le ibas a quitar el machete con las manos ¿no? – se acercó y le agarró fuertemente las muñecas con la única intención de hacer su broma más pesada, sin embargo su sonrisa ladina se borró de inmediato al ver las extremidades de Gustavo.

– Te están sangrando güero – en efecto, las manos de Prado-San Millán tenían varias ampollas reventadas, al parecer era doloroso para el que las padecía puesto que apenas y rozó uno de los pequeños huecos escuchó un gemido.

– ¡Déjame! – Con violencia el citadino quitó sus manos de las del ranchero – Mejor vete a seguir con tus cosas y deja que yo siga con mi trabajo – con molestia se volteó a continuar con su labor.

– ¿A poco vas a poder? – sonrió divertido el dueño de las tierras.

– Quiero hacerlo – soltó secamente para continuar escarbando y enterrar el poste.

Entre MachosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora