Dos

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Marinette despertó en una de las celdas del calabozo, sentía como dolorosas punzadas invadían su cabeza, esto hizo que una mueca de dolor apareciera por su rostro. Balbuceó palabras incoherentes y cerró los ojos con fuerza, se preguntó cómo había llegado a ese lugar y los recuerdos llegaron a su mente.

Trató de ponerse de pie sin éxito alguno ya que sus piernas no funcionaban del todo bien en ese momento, cualquier movimiento que hacia, era como si mil agujas estuvieran clavándose despacio por todo su cuerpo. Escuchó quejidos de dolor en el otro lado de la celda y con esfuerzo miró la silueta que estaba tirada en el suelo y se removia en la oscuridad.

Abrió los ojos con sorpresa al darse cuenta que era Adrien el que estaba tirado en el suelo encadenado por brazos y piernas. Quiso llorar al verlo de tal manera, todo era su culpa, él no debería estar allí.

Por instinto propio se levantó aguantando todo el dolor que sentía, era como auto torturarse. Trató de acercarse al extremo de la celda donde lo único que los separaba eran los gruesos barrotes de acero, pero al hacerlo fue jalada con violencia de vuelta a su lugar, regreso a ver que era lo que le impedía llegar hasta él, unas cadenas sujetas a sus muñecas enviaban que se acercara al rubio, trato nuevamente de acercarse lo mas posible, pero éstas se ajustaron más a sus muñecas haciendo que jadeara del dolor que le producían. Cayó de rodillas y miro al rubio con lágrimas brotando de sus ojos.

—Adrien... —hablo por lo bajo mientras sentía como las lágrimas descendían por sus mejillas.

Los ángeles eran conocidos en ese lugar por no expresar sus sentimientos tan abiertamente, especialmente si era hacia alguien y si se trataba de algún ser del inframundo no podía haber ningún tipo de sentimientos que no fuera el de la indiferencia. Pero después de haber conocido al rubio todo eso cambio para ella, se volvieron tan unidos que en ese entonces se asusto al sentir como su corazón palpitaba desenfrenado por su cercanía. Cada momento que pasaba con él era tan perfecto y único.

—Adrien. —volvió a llamar la azabache esperando con ansias a que él levantara su rostro.

Quería ver esos ojos que la estremecían cada vez que la veían, ese brillo singular que solo ella tenía el privilegio de poder ver.

Su alegría fue infinita cuando los ojos del rubio se encontraron con los suyos. Aunque había algo raro en ellos, ese brillo que tanto anhelaba apreciar ya no se encontraba.

—¿Qué haces tú aquí? —pregunto el rubio sin fuerzas, aunque no pudo esconder la sorpresa al ver a un ángel encerrado en el calabozo. Creía que solo los seres como él iban a parar en ese oscuro lugar, ni siquiera recordaba como terminó ahí y por que estaba encadenado si ya estaba encerrado; era ilógico.

—¿Estás bien? —preguntó la azabache con preocupación.

Si de por sí Adrien ya estaba sorprendido, lo hizo aun más al escuchar la pregunta de esa hermosa chica. Jamás se pudo haber imaginado que la especie de los ángeles se molestaría en tan si quiera dirigirle una mirada. En especial a un demonio.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué no me respondes...? Adrien soy yo... Marinette. —su voz tembló al imaginar que los guardianes cumplieron su promesa de hacer que el rubio se olvidara de ella.

Se veía confundido y la miraba con cierto temor, ella recordaba que aunque los demonios se mostraran superiores les tenían miedo, sobretodo si era solamente uno de ellos en su mundo.

—N- no. Esto no puede ser verdad... D- dime que me recuerdas, por favor dímelo. —rogó con lágrimas que no dejaban de salir de sus ojos haciendo que nuevamente sus mejillas sonrojadas se volvieran a humedecer.

Por otro lado él solo la miraba entre sorprendido y preocupado, ¿de verdad era un ángel? O solo era una impostora mas, tal vez era alguien de su especie que se había disfrazado y buscaba rescatarlo resultando mal, y ahora los dos estaban encerrados en ese lugar.

Marinette no paraba de llorar pero se detuvo cuando escuchó como las puertas del calabozo eran abiertas y varios guardianes entraban por estas. Llegaron hasta quedar delante de la celda del rubio y sin compasión alguna lo arrastraron hasta dejarlo delante de la suya. Se culpaba por todo lo que sucedía, ella tenía toda la culpa, solo quería despertar, quería pensar que eso que estaba viviendo era una pesadilla.

—Esto es lo que has ocasionado, Marinette. Todo esto que le ha sucedido a este patético demonio ha sido por tu culpa, absolutamente todo. —hablo uno de los guardianes dirigiéndose nuevamente al rubio.

No tenían que recordárselo, sabía que era su culpa, pero obviamente lo hacían para que sufriera más.

La azabache gritó como nunca cuando presenció como le arrancaban los cuernos dejándolo inconsciente, para después llevar su cuerpo fuera del lugar. Las cadenas también se ajustaban más a sus tobillos y muñecas teniendo la sensación de que pronto sus extremidades también serían separadas de su cuerpo tratando de soltarse.

Abrieron su celda y la obligaron a salir, se retorció tratando de deshacerse de su agarre, pero fue inútil. Sintió como sujetaban sus alas. Marinette cerro sus ojos con fuerza y apretó los labios impidiéndole así gritar para cuando arrancaron sus alas sin compasión alguna.

Ángeles y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora