28.Desastre.

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Cuando desperté ya era por la mañana, la gran fogata ya se había apagado y todavía no había mucha gente en movimiento, por lo que me percaté de que todavía era temprano.
Maya seguía durmiendo en el mismo lugar, pero yo ya no tenía más sueño, así que decidí levantarme, desayunar algo y explorar el lugar.

Cuando desayuné me adentré en el bosque para volver al lugar que Maya me enseñó anoche. Tomé un sendero y caminé un buen rato hasta que el camino se bifurcó.

Derecha o izquierda.

Tomé el camino de la derecha y o seguí mientras oía el murmullo de los pájaros despertándose y el ruido del agua mientras corría. El camino se acababa. Ahora que lo pienso no tengo ni idea de dónde estoy. Seguí mi instinto y me guíe por el ruido del agua.

Cada vez estaba más cerca.

Al final llegué hasta ella. Crucé unos matorrales y allí estaba. Una pequeña cascada que acababa en un lago.

Todavía era por la mañana y me sentía lleno de energía, normalmente detrás de las cascadas había una cueva, ¿no?
Mi curiosidad iba más allá que mi capacidad de pensar, rodeé el lago y entré en la cueva que había detrás.

Fría, oscura y húmeda.

Así era la cueva. No esperaba encontrarme un tesoro ni nada por el estilo aquí dentro, sólo me apetecía explorar.

No había luz y no tenía linterna, así que recurrí a la opción más lógica. Mi móvil. Desbloqueé la pantalla y le subí el brillo al máximo para poder ver mejor.
Las paredes eran gruesas y muy rugosas, en algunos espacios había dibujos que simplemente no podía entender, pero lo que sí podía distinguir eran las manchas que había en ellas.

Sangre.

No me preguntes cómo sabía que era sangre, sólo lo sabía. Pensar que alguien había muerto aquí me ponía los pelos de punta. Estaba decidido a marcharme, pero algo me llamó la atención.

Me adentré más en la cueva y en un momento en el que mi pie tocó el suelo me di cuenta de que sonaba raro. Sonaba diferente.

Estaba hueco.

El suelo era de piedra maciza, pero en ese tramo no parecía estar bien sujeto. Saqué mi daga e hice palanca con ella. La piedra no parecía moverse pero seguí intentándolo.
Un ruido me llamó la atención y me desconcertó, era muy familiar. Como el suelo no se movería de allí salí de la cueva para ver lo que era.

El sonido se intensificó, esta vez más claro. Aullidos. Ya los había escuchado bastantes veces a los lobos blancos. Sabía distinguirlos. Los "lobos rojos" aullaban con más maldad, era una señal para matar. Volví a escucharlo y entonces me percaté de quiénes eran.

Corrí dentro de la cueva y volví a hacer palanca decidido a coger lo que hubiera debajo del suelo.

Nada. Estaba más sujeto de lo que pensaba. Los aullidos se repetían y me hacían trabajar con más presión que nunca. Desesperado, cogí una piedra de al lado y golpeé el suelo frenéticamente, justo donde el suelo falso y el de verdad se juntaban.

Empezó a agrietarse y metí mi daga por última vez para comprobar que lo que había debajo sería nada más y nada menos que nuestra salvación.

-¿Era eso lo que buscabais? - me sobresaltó su voz.

Maya Watson.

Cuando me desperté Alan ya se había ido.

Últimamente había estado muy raro, como muy distraído. Demasiado como para darse cuenta de que cada vez que se me acerca me pone nerviosa. Respecto a eso, todavía me sigue confundiendo mucho, demasiado para saber lo que era verdad siento.

¿Qué pasa si se lo digo y me rechaza? No creo que sienta lo mismo que yo ¿verdad?

Cuando me quise dar cuenta, todo el mundo corría de un lado a otro desesperados. Lo que presentí que iba a ser un caos.

Tonta de mi. Me había quedado dormida, estaba tan cansada. Cogí mis cosas y desperté a Nakawé.

-¿Qué pasa? ¿A dónde vamos? - preguntó con sueño.

-Mira a tu al rededor. Tenemos problemas, arriba - dije mientras miraba en todas direcciones en busca de una persona.

Mi mirada sólo estaba puesta en encontrar a Alan, ese chico irresponsable que me estaba volviendo loca la última semana. Cada vez me gustaba más estar con él. Podíamos contárnoslo todo. Después de eso me repetía una y otra vez que estaba siendo débil. Cuando estaba con Alan el rostro de Dylan aparecía en mi mente. Me prometí a mi misma que si un día lo encontraba se iba a acordar de mí.

La gente empezó a alterarse todavía más. Algunos decían que habían visto a los "lobos rojos" , otros que el fin del mundo llegaba.

El gran jefe llegó y puso orden, la gente se dirigió a una sola dirección para ponerse a salvo y yo salí corriendo en la dirección contraria para encontrar a Alan. No sabía dónde estaba ni que le había pasado.
Pasar entre toda la gente me costó, me empujaron, me pisaron y me gritaron. Yo sólo pensaba en una cosa.

-¿Por qué siempre os acabamos encontrando? No sabéis esconderos bien, siempre os encontraremos. No hay refugio dónde huir - dijo la persona en la que más me dolía pensar.




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El Lobo RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora