Saga Londres 2 " Rebelde Rendición "

Capítulo Veintiocho

Mientras seguía a Sanders por el pasillo, se preguntó que querría esta vez Lady Agatha. No estaba dispuesta a dejarse engañar de nuevo y pensaba decirle lo que opinaba de ella aunque fuera lo último que hiciera en su vida.

Esa mujer había estado a punto de separarla de Gabriel por haberla creído. Ella tenía también parte de culpa, por supuesto, por no dudar de sus palabras, pero Lady Agatha había actuado con premeditación y maldad, dándole a entender que Grabiel se había comportado de manera horrible con su propia prima a sabiendas de que ella lo había manipulado todo. Él se lo habia explicado y a ella no le había hecho falta que Damon se lo verificara. Creia ciegamente en él. ¿Como no hacerlo cuando todo ella, corazón, cuerpo y alma lo hacían?

Con cada paso se sentía más y más enfadada y respiraba profundamente tratando de calmarse. No le iba a dar el gusto a esa mujer de ver lo que le importaban sus artimañas y el daño irreparable que habia podido ocasionar.

No estaba dispuesta a que otra vez fueran separados por problemas que nada tenían que ver entre ellos dos. El la amaba y ella a él, aunque aún no se lo hubiera dicho con palabras pero si con cada gesto con cada mirada y entregándose a él confiada.Aquella entrega estaria guardada en su corazón como el mayor de sus tesoros.

El día después de esa noche inolvidable, repasando cada palabra dicha y cada gesto, se dio cuenta que ella no le había respondido a su declaración de amor. Tan dichosa había estado de escucharle decir que no la había olvidado y seguía amándola que se había dado por satisfecha con abrazarlo, besarlo hasta morir y alguna que otra cosa más que hacían que se le pusieran rojas hasta las orejas, y después de eso no habían estado a solas en ningún momento y no iba a decirle rodeadas de personas que lo amaba de igual manera. Ella quería que cuando esas palabras salieran de su boca, él le prestara toda su atención y no susurrárselas apresuradamente entre los giros de un vals

Sanders le abrió una puerta y se apartó para permitirle el paso con una sonrisa que ella trató de corresponder pero que estaba segura de no haberlo conseguido del todo. Estaba tan tensa como la cuerda de un piano.

Recorrió la habitación con la mirada hasta que localizó a su visita y se acercó hasta situarse frente a ella. No debería de haber ido. Esa mujer hacía que se le revolviera el estómago.

Le sorprendió ver lo delgada que estaba. No la recordaba tan enjuta. Los ojos le sobresalían demasiado y los pómulos se le marcaban confiriéndole una apariencia algo inquietante. Miraba a todos lados sin fijar la vista en nada en concreto y un músculo le palpitaba justo en la mandíbula. Parecía algo desquiciada y no le extrañaría que realmente lo estuviera.

-Señorita Remington, agradezco enormemente que me haya recibido.- Sé retorcía las manos hasta hacerse crujir los huesos y el sonido le producía escalofríos a Marion.- Sé que no es el momento adecuado pero usted es la única que puede ayudarme.-

Marion había ido dispuesta a decirle cuatro palabras y marcharse pero no puedo evitar sentir compasión por el estado en el que se encontraba y todo el enojo que sentía se evaporó en un segundo.

- No sé como puedo ayudarla y realmente tampoco estoy segura de querer hacerlo.- Dijo con firmeza pero sin el tono belicoso que había pensado emplear.- Usted no me ayudó precisamente con aquella visita, más bien trató de malograr mi compromiso con su sobrino y ambas sabemos que es inocente de lo que usted pretendía acusarle.-

Tenía que decir lo que pensaba y no le importó el gesto dolido de la mujer. Eso es lo que tendría que haber hecho la primera vez que se encontraton. Defender a Gabriel y confiar en él y por el contrario, lo había condenado sin tan siquiera escucharlo. Nunca más volvería a dudar de él. Nunca.