Capítulo Ocho

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Llegó al apartamento completamente extenuado.

La noche había sido demasiado larga y pesada. El loco que perseguía a Nick, tenía que serlo para hacer lo que había hecho, había decidido sin problema alguno que al no surtir efecto sus intentos de matarlo, le haría pagar quemando uno de los barcos que ambos poseían mediante la compañía de importación/ exportación. Concretamente el Syrene, el barco con el que llegó a Londres y al que tenía especial afecto.

Le había prendido fuego en un acto de lo más ruin. No importaba que gran parte de la tripulación se encontrara ya a bordo porque esa mañana debían de iniciar la travesía. No le había remordido la conciencia que familias enteras perderían a padres, maridos e hijos.

Se despojó de la ropa con desgana dejándola de cualquier manera sobre la silla. Sólo tenía ojos para la cama que el bueno de Robson le tenía ya preparada. Simplemente debía deslizarse entre las sábanas y cerrar los ojos para quedar profundamente dormido.

Se sentó para poder quitarse las botas, era absurdo despertar al viejo mayordomo para eso, aunque Robson, sin duda, opinaría que era parte de sus obligaciones y no le gustaría nada el que no hubiera contado con él para llevarla a cabo.

Debido al cansancio le fue imposible quitarse la bota izquierda y decidió dormir con ella puesta. Por supuesto los pantalones tenían que quedarse también, era imposible quitárselos sin desprenderse antes del calzado.

Se lavó lo mejor que pudo con el agua preparada en un jarro y se miró al espejo apoyando las manos en la pared.

Por un momento durante esa noche, pensó que algo saldría mal y ocurriría una catástrofe. Sacaron lo toneles de pólvora del barco para evitar que las llamas llegaran hasta ellos y los hiciera saltar por los aires y durante todos aquellas malditas horas luchando por apagar el fuego, su único y exclusivo pensamiento fue Marion.

El imaginar la posibilidad de no volver a verla lo golpeó tan fuerte que se asustó. Como un imbécil había creído dominar la situación pero el control lo había perdido desde el mismo instante en que piso suelo londinense.

Siempre había sido así con ella. Le hacía actuar en contra de su naturaleza. El era un hombre lógico y calmado. En su vida no tenía cabida las decisiones apresuradas y los actos irreflexivos pero cuando la conoció todo aquello se había ido al traste y ahora volvía a pasar de nuevo.

Se secó los brazos con movimientos enérgicos.

¡Qué demonios iba a hacer a partir de ahora!. Tiró la toalla con rabia a través de la habitación.

Marion era la persona más orgullosa, testaruda y altiva de cuantas había tenido la desgracia de conocer y en esos momentos él no era precisamente santo de su devoción.

Se tumbó sobre la cama y se cubrió los ojos con el antebrazo intentado poner en orden sus ideas.

Estaba Lord Dowden, que aún no había aparecido y eso le crispaba un poco los nervios. Cuanto antes solventara ese tema mejor, pero sería imposible hacerlo si el maldito caballero se negaba a regresar, ¿no?.

Realmente el punto que más le preocupaba era el de Damon. Si su amigo decidía seguir adelante con su cortejo, ella parecía estar más que dispuesta a alentarlo, no podría inmiscuirse porque ante todo era su amigo y para él la amistad era lo primero.

Pero tampoco podía permanecer impasible viendo como día tras día avanzaba en su conquista y eso lo colocaba en una incómoda encrucijada.

Luchar por Marion haciéndole daño a Damon en el caso de que sintiera algo más que simple amistad por ella o dejar que su romance floreciera y entonces ser él el que se consumiera de rabia.

Saga Londres 2 " Rebelde Rendición "Donde viven las historias. Descúbrelo ahora