Dieciocho: Ocaso (Rosa)

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"El miedo a sufrir es peor que el propio sufrimiento. Ningún corazón sufrió jamás cuando fue en busca de sus sueños, porque cada momento de búsqueda es un momento de encuentro..."

Desapareció de la nada, sin darme la oportunidad de conocer su nombre. Lo busqué por todos lados y me pareció una eternidad. En el bosque, la pradera, el lago, bajo el viejo roble, en la cabaña... bueno, menos en el último piso. Ese lugar me da escalofríos. Ahí pierdo mi voluntad, hay una vibra extraña y presiento que si subo podré encontrarme con la lechuza otra vez.

Desde la primera vez que la vi sucedieron cosas extrañas. Me pierdo, la lechuza tiene un efecto sobre mí que desconozco pero sé que me hace daño. Me paralizo y siento que caigo en un abismo profundo en donde no puedo respirar, no puedo ver ni escuchar y de pronto todo se apaga, hasta que tiempo después aparezco en el dormitorio recostada en la cama sin recordar nada, sin tener noción de cuánto tiempo pasé inconsciente y, con una sensación de angustia impresionante. Es por eso que evito a la lechuza, y, en cambio, busco a las hadas, pues ellas me tranquilizan y me cuentan las más maravillosas historias.

Esos cuentos hablan de otras princesas que se encuentran perdidas al igual que yo, pero un príncipe las rescata y viven felices para siempre. Me pregunto si el misterioso chico es mi príncipe.

Definitivamente aparentaba ser uno, pero se notó un tanto confundido cuando le pregunté si venía a salvarme, y eso me pone triste porque quiero que sea él.

Deseo que sea el indicado porque mi corazón piensa que sí, y no es fácil discutir con el corazón. Pasamos poco tiempo juntos, pero la sensación que me generó estar a su lado es adictiva, me siento totalmente atraída hacia él.

Por un lado tengo miedo de equivocarme, de creer que él es quien he estado buscando pero que sea sólo un obstáculo entre lo que debería ser. ¿Cómo saber si un hombre es la persona que tu corazón ha estado buscando? ¿Ese final feliz de cuento de "y vivieron felices para siempre"?

A veces el corazón se equivoca, ve lo que quiere ver, y pasa por alto señales evidentes de que una persona no es la indicada para nosotros, que nos puede hacer daño. Sin embargo el corazón es ciego por elección, decide no ver la realidad porque puede ser dolorosa. Pero lo que termina siendo más doloroso es cuando nos damos cuenta de que esa persona no era quien creíamos, que todo fue una falsa alarma, que no estaba destinado a ser, aunque en el momento que sucedió todo fuera muy real para nosotros.

Eso es lo que temo con el chico desaparecido, me parece poco razonable que al momento de verlo a los ojos haya sentido que él es quien quiero que me rescate.

No puedo dejar de pensar que sería perfecto, que todo en él me encanta. Su manera de caminar, hablar, hasta la forma en la que dijo mi nombre. Nunca lo había escuchado de esa manera, me gustaba como sonaba. Incluso ahora que estoy pensando en él puedo sentir que estoy sonriendo de oreja a oreja. El corto tiempo que duró nuestro encuentro fue mágico y me dejó com ganas de más.

Un relincho de caballo me regresó a la realidad y antes de que pudiera asimilar lo que estaba pasando, lo escuché gritar mi nombre. Era él, había vuelto en un caballo blanco, como en las historias que me cuentan las hadas. Sentí a mi corazón sonreír.

"Regresé", dijo casi sin aliento, "me costó trabajo encontrarte pero aquí estoy."

"¿A dónde te fuiste? De repente desapareciste, ¿qué pasó?", pregunté aún sin entender nada.

Él se veía apresurado, como si no tuviera mucho tiempo, hablaba a mil por hora, descontrolado.

"Sarah, no sé cuánto tiempo tenga, pero quiero pasarlo contigo."

Sonreí aún más (si eso era posible) y corrí a abrazarlo, fue instintivo, ni siquiera lo pensé porque de haberlo hecho no me hubiera atrevido y él me correspondió abrazándome fuertemente, no quería dejarme. Puso sus labios sobre mi frente, calentando mi piel con su aliento.

Sin decir nada corrimos hacia el lago, donde se encontraba una canoa de madera tallada con diferentes figuras, me acerqué para distinguir qué eran. Entre algunas de las figuras se encontraban una taza de café, un libro, una rosa, una zapatilla de ballet, una oruga, una aguja... todas ellas me hacían sentir algo pero no podía distinguir qué, así que decidí ignorar esa sensación y disfrutar del momento con el enigmático chico.

Él se subió a la canoa y extendió su mano en señal de que lo siguiera. Al momento de sentarnos, observé que el sol se ocultaba. La noche había llegado y yo no lo había notado de tan emocionada que estaba.

El anochecer había invitado a una enorme luna. Grande y rosa como una toronja. Brillaba en el cielo, alumbrando la noche con olor a jazmín.

En la oscuridad, luciérnagas de todos los colores volaban a nuestro alrededor iluminando nuestro paseo por el lago. Navegamos en silencio un rato, no hacía falta decir nada, era un momento perfecto y sólo bastaba con vernos a los ojos. Las estrellas en el cielo estallaban como fuegos artificiales, se pulverizaban en azúcar pigmentada y caían sobre nosotros. Permanecíamos sentados cubiertos en polvo de estrellas, mirándonos fijamente.

"Tengo que confesarte algo", dijo en tono preocupado, "no soy un príncipe. Quisiera serlo, pero debo ser sincero contigo. Sé que tú estás buscando a un príncipe, pero te pido que me des la oportunidad de..."

"¿Cómo te llamas?", lo interrumpí.

"Darío", contestó serio.

"El Protector", dije con una sonrisa.

"¿Cómo sabes eso?"

Su pregunta me puso a pensar... en realidad no sabía cómo era que yo conocía el significado de su nombre, cerré los ojos tratando de concentrarme y recordar cómo es que sabía eso, pero era inútil.

En el momento que abrí los ojos me encontraba sola en la canoa, Darío había desaparecido nuevamente.

Soñando Despierta [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora