Ocho: Baila como si nadie te viera (Rosa)

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"El amor no es estar parado como el desierto, ni recorrer el mundo como el viento, ni verlo todo desde lejos. El amor es la fuerza que transporta y mejora el alma del mundo."

Era el primer día de clases. La escuela era imponente, el patio estaba repleto de niños que corrían soltando carcajadas a mi alrededor, los chicos más grandes jugaban baloncesto y un grupo de niñas estaba sentado en el piso comiendo sándwiches.

En un lugar repletos de chicos de mi edad me sentía absoluta y totalmente fuera de lugar, mi más grande deseo era mimetizarme con lo que me rodeaba. Odiaba ser la "chica nueva", la sensación de no pertenecer me agobiaba. ¿Por qué no podía ser una chica normal? ¿Por qué insistió papá en mudarse a esta ciudad donde no conozco a nadie?

Los niños seguían corriendo cerca de mí, estaban jugando a las escondidas. Yo los miraba sentada en una banca, esperando que me hablaran, que se interesaran por conocer a la niña nueva, pero nada.

Finalmente, dos de ellos me miraban a la distancia, uno le susurraba algo en el oído al otro, quien reía. Después de un rato se acercaron a mí.

"¿Cómo te llamas?"-. Dijo el susurrador, a quien reconocí ahora de cerca. Él y su familia vivían a dos casas de la mía, su papá y el mío habían charlado algunas veces, pero él y yo nunca cruzamos palabra. Ahora pude notar que le faltaban los dos dientes delanteros. Se veía gracioso.

"Leila"-. Le dije algo tímida.

"¡Qué nombre tan raro!"-. Dijo el segundo, un pecoso desaliñado.

"Yo te conozco. Eres la niña nueva que no tiene mamá"-. Dijo el chimuelo malcriado.

Sólo bajé la mirada, no me estaba gustando la conversación. El pecoso soltó una carcajada chillante.

"¡No te rías!"-. Dijo enojado el chimuelo. El pecoso lo miró confundido en silencio, con cara de cahorrito reprendido.

"La nueva es rara. Mi papá me dijo que su mamá se enfermó de algo muy raro y luego se murió, seguro la niña rara la embrujó"-. La sonrisa del pecoso se desvaneció, pero el chimuelo parecía disfrutar de la situación, su mirada era retadora y tenía una sonrisa maliciosa dibujada en su rostro.

"¡Eso no es cierto!"-. Grité parándome de un brinco.

"¡Claro que sí! Tú la emburjaste, es tu culpa."

"¡No!"-. Gritaba mientras lágrimas gigantescas escapaban de mis ojos.

El chimuelo me señalaba riendo al tiempo que yo lloraba desconsolada. El pecoso me veía horrorizado, como temiendo que lo fuera a embrujar a él también. Hasta que, de pronto, la carcajada del chimuelo cesó.

Levanté la mirada, confundida, y me encontré con un puño. El puño viajaba a toda velocidad hacia la cara del chimuelo burlón; todo fue muy rápido, la carcajada del malioco niño se transformó en un chillido de dolor mientras salía sangre por su nariz, el pecoso se alejaba corriendo. El chimuelo con lágrimas de dolor y un rostro endemoniado gritaba: "¡Leila es una bruja!", y finalmente se alejó cubriéndose el rostro, aterrado.

Secándome las lágrimas busqué al dueño del puño. No podía creer lo que veía. Era una niña.

Delicada, delgada, mucho más bajita que yo, su cabello enrulado, negro, despeinado y esponjoso, era más grande que su cabeza. Unos enormes ojos almendrados y una sonrisa traviesa reveaba sus simpáticos hoyuelos.

"De ahora en adelante seremos las mejores amigas"-. Dijo con seguridad.

Lucía tuvo razón, a partir de ese día fuimos inseparables. Ella con la personalidad de un torbellino, y yo con la personalidad de una oruga. Ella me decía así cada vez que me veía triste o callada. "Eres como una oruga, calladita, que pasea lento por todos lados, pero un día harás un capullo y no serás la misma, vas a revolotear como una mariposa."

Soñando Despierta [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora