Siete: El Protector (Azul)

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"Podemos creer que todo lo que la vida nos ofrecerá mañana será repetir lo que hicimos ayer y hoy. Pero si prestamos atención, percibiremos que ningún día es igual a otro."

Su risa era lo más hermoso que jamás había escuchado o visto. Era todo un espectáculo. Primero sonreía tiernamente dejando escapar una risita melodiosa, para después soltar una carcajada dulce que la hacía mostrar sus dientes perfectos, tiraba su cabeza hacia atrás como mirando al cielo, su cabello la acompañaba meciéndose ritmicamente y yo no podía evitar detenerme a admirar semejante belleza.

Caminamos lentamente hacia la cafetería, yo intentaba hacerla reír en cuanto se me presentaba la oportunidad, y ella curiosa me hacía todo tipo de preguntas.

Cuando llegamos a nuestro destino ya le había contado que era estudiante de último año de licenciatura en música, que tengo un perro labrador llamado "Galuppi" en honor al compositor, que una vez a la semana doy clases de música en un colegio de niños de primaria, que no tengo hermanos, que vivo solo pero veo a mi madre mínimo cada tres días, y que nunca conocí a mi papá porque se fue de casa antes de que aprendiera a caminar.

Cuando llegamos a la puerta de entrada se detuvo bruscamente y exclamó sorprendida: "¡No puedo creer que aún no sepa tu nombre!"

"El protector"

"Eso no es justo, yo no tengo memorizado todo un libro acerca del significado de los nombres."

"Entonces tendrás que adivinar."

"Daniel... Pedro... Jorge... José... ¿Juan?"

Esta ves fui yo quien soltó una carcajada. "Ésta será una larga tarde..."-. Dije sonriente mientras sostenía la puerta de la cafetería para que ella pudiera entrar.

Nos sentamos en un cómodo sillón en la esquina, ella pidió un capuchino y yo un expreso. El aroma de su café era dulce como ella, me atrapaba en todo momento. Me di cuenta de que habíamos estado hablando de mi todo este tiempo, así que dicidí preguntar más sobre su vida.

"Es complicada"-. Dijo un poco cortante.

"Creo que tengo tiempo..."-. Contesté en tono burlón, tratando de hacerla sentir en confianza, sin temor a mostrar quién es en realidad.

"Me gustan las rosas blancas... las rojas me dan mala espina."

Solté una carcajada porque no me esperaba semejante aclaración. Me impresionaba su opinión tan firme.

"¿Por qué mala espina?"

"Las rosas rojas están sobrevaloradas, todo el mundo espera recibirlas... todo el mundo las regala, cuando están enamorados, cuando están arrepentidos, cuando alguien está enfermo... son comunes. Todos ven en ellas el color de la pasión, pero a mí sólo me traen malos recuerdos."

Antes de que le pudiera preguntar a qué recuerdos se refería, Leila continuó: "En cambio, las rosas blancas me dan esperanza, tal vez porque el blanco representa la paz, o porque simplemente me gusta encontrar bello algo que comúnmente a la gente le pasa desapercibido."-. Suspiró y cambió de tema repentinamente: "Estoy terminando la carrera de danza, no tengo mascotas, soy hija única, y a partir de mañana viviré sola."

La miré sorprendido. "¿De verdad? Vivir sola es un gran paso."

Mientras le daba un sorbo a su café hizo un gesto de que aún no había terminado la historia.

"No fue desición mía... digamos que la vida se encargó de encaminarme a esto."

"No entiendo."

"Mi historia es un poco complicada, pero mi vida en resumidas cuentas es la siguiente: mi mamá murió de cáncer cuando yo tenía seis años. De las visitas que le hice al hospital lo único que puedo recordar son las rosas rojas que estaban en su mesa de luz. Sólo eso, ¿puedes creerlo? Es como si mi mente quisiera protegerme de algún recuerdo doloroso, así que la única imagen que me proporciona es esa. Trsite ¿no?"

Apenas iba a contestarle cuando Leila siguió hablando impidiendo que diera mi punto de vista. "Crecí con mi papá como hija única hasta que se enamoró y se casó con Raquel tres años atrás."

"¿Quién es Raquel?"

"Mi papá conoció a Raquel en una subasta que organizamos a beneficio de la ACM."

"¿ACM?"

"Asociación de Cáncer Mundial. Raquel es una pintora reconocida, y algunas de sus obras fueron subastadas esa noche... se conocieron, se enamoraron, se casaron y vivieron felices para siempre."-. Dino en un tono un tanto sarcástico.

"¿Raquel es tu madrastra?"

Sonriendo contestó simpática: "Madrastra suena a bruja con verruga en la nariz en un cuento de hadas. Raquel es una mujer bastante normal comparada con una malvada de cuento..."

Mientras jugaba con la servilleta continuó con la historia: "Como decía, Raquel no es la típica madrastra maldita, simplemente ella y yo nunca fuimos muy cercanas. Tal vez tenga que ver con que mi papá y yo nos entedíamos a la perfección; fueron muchos años de convivir, sólo teniéndonos el uno al otro y me parece que era algo difícil de entender para ella... o eso creo."

Mirándola a los ojos asentí comprensivo, sus ojos sinceros y brillantes me enternecían. De pronto su mirada se tornó triste, miró hacia abajo y su voz se transformó adoptando un tono melancólico, como luchando para no quebrarse.

"Mi papá y yo teníamos una especia de tradición desde que murió mi mamá. Una vez al año, sin importar qué tan ocupado o qué tan difíciles pudieran estar las cosas en la escuela o el trabajo, nos dábamos un tiempo e íbamos de campamento a las afueras de la ciudad por un fin de semana, Una rutina muy cliché... tiendas de campaña, fogatas, asar bombones, historias de terror, mirar las estrellas e intentar reconocer constelaciones... ya sabes... momentos de calidad entre padre e hija."-. Leila hizo una breve pausa, parecía estar luchando para contener las lágrimas.

"Este año no tuvimos la oportunidad de hacerlo. Teníamos todo listo para el próximo fin de semana... si voy sería demasiado doloroso, pero tampoco quiero dejar de hacerlo porque sería ir olvidándolo poco a poco, sería como aceptar que en realidad no está... que nos dejó hace dos meses. Me rehúso a aceptar y asimilar que perdí a mi mejor amigo, a mi cómplice y a mi única familia verdadera en un estúpido accidente automovilístico."

Pude notar que estaba haciendo todo lo posible para no quebrarse, no se permitía llorar, quería hacerse la valiente. Miró hacia el techo y una lágrima se le escapó rápidamente escurriéndose por su mejilla, intentando esconderse. Sin pensar, mi mano la detuvo tocando delicadamente su rostro, fue un reflejo, un impulso que si bien hizo que los dos nos sonrojáramos fue lo mejor que pude haber hecho, ya que sentí el calor de su piel. Nos miramos por unos instantes fijamente y nos sentamos en silencio por unos minutos, no hacía falta decir nada, fue un momento mágico.

"Lo siento mucho... de verdad."

Leila sonrió. "Sé que voy a ir... quiero ir, tengo que hacerlo por los dos, debo despedirme."

"Si quieres te acompaño"-. Le dije convencido.

"Tu nombre te sienta bien... el protector"-. Dijo con una sonrisa.- "Te lo agradezco mucho, pero sé que es algo que tengo que hacer sola, por mucho que me duela."

Pude notar lo sencillo que sería enamorarme de ella, sería algo sin esfuerzo. Era sin lugar a dudas la chica más peculiar e interesante que había conocido. ¿Me creería si le dijera que me parecía hermosa por dentro y por fuera?

Aún no había terminado nuestro encuentro y ya estaba ansioso por tener otra oportunidad de hablar con ella.

A través de la ventana algo afuera de la cafetería me llamó la atención, pegué un salto sin decir nada y corrí hacia afuera.

Regresé en menos de un minuto, Leila estaba aún sentada en el sillón mirándome confundida. Con una sonrisa le mostré lo que tenía en la mano, una rosa blanca.

"Tienes razón, 'El Protector' me queda bien, pero puedes llamarme Darío."

Soñando Despierta [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora