Cadenas (Parte 1)
"Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuese viejo no se apartará de él"
Proverbios 22:6, RVR 1960.
Joshua Carvajal:
Una cadena, ¿representaba eso mi sangre? No lo sé, pero desde muy pequeño comenzaba a sospecharlo. Y lo que más me temía era que el señor Octavio me advirtió de aquello.
Blanca Obregón, mi abuela, fue abandonada por sus padres y vivió en casa de unos tíos. Tuvo que encargarse de todos los quehaceres del hogar, como una sirvienta. Una madrugada, teniendo catorce años, su tío entró a su habitación para abusar de ella. No sé cómo lo hizo, pero escapó, no sólo de esa difícil situación, sino también de esa casa.
Llegó a refugiarse en el hogar de un amigo que veía cada vez que iba al mercado para comprar toda la lista de cosas que sus tíos le mandaban. Ese sujeto dejó de ser su amigo y se convirtió en su pareja, teniendo veinticinco años, siendo ya emancipado económicamente.
De este vínculo nació mi madre, Ana Carvajal. Presenció gran parte de las peleas de mi abuela con su pareja, y las discusiones aumentaban cada vez más, hasta que llegaron los golpes, platos rotos, gritos, sangre, la policía, y la final una reconciliación.
El círculo vicioso se repetía, y mi madre se crío en ese ambiente tan difícil. Sin embargo, su padre le pagaba los estudios, y en la escuela secundaria tuvo una amiga, la cual fue un gran apoyo en esos tiempos tan tormentosos.
Mi mamá crecía, teniendo dieciséis años, comenzó a hartarse de lo que parecía un auténtico aquelarre. Mi abuela peleaba con su concubino, y mi madre se involucraba, pues, mi abuelo tenía graves problemas de carácter, maltratándolas a ambas. Y una noche mi madre no aguantó aquello, no quiso vivir más en ese ambiente, y se escapó.
Fue a dar a la casa de su mejor amiga, aquella que conoció en la secundaria, y allí fue hospedada. La familia de su amiga la recibió con gusto, al principio todo marchaba bien, aunque poco a poco la fueron tratando como si fuera la sirvienta del lugar.
Mi mamá para ganarse el pan tenía que encargarse de todos los quehaceres, dejando aún lado su futuro. Los padres de su amiga cada vez eran más déspota contra ella, haciéndola sentir que sólo servía para eso, para ser como una esclava.
Un día unos familiares llegaron de visita, entre ellos, un joven muy apuesto, cabello castaño claro, piel blanca, facciones perfectas, y una sonrisa deslumbrante. La guinda del pastel era una personalidad que enamoraría a cualquier chica. En eso, se fijó en la belleza de esa doncella que estaba esclavizada ante las circunstancias que le puso la vida.
El encantador sujeto se llamaba Henry Marín, y un día convenció a los dueños de casa para sacar a pasear a mi mamá, y así conocerla mejor. Ella quedó muy encantada con el joven que aparentemente sentía algo.
La cita terminó y mi mamá volvió a casa de su amiga, enamorada. Pero se sentía triste, porque esa tarde mágica no volvería, ya que esos familiares regresaron a sus casas. Ella dormía en una habitación sola, en un colchón no muy cómodo y con un ventilador que no refrescaba mucho. Y noches más adelante escuchó una piedra cayendo en la ventana. Se levantó y abrió el ventanal para qué pasaba, y abajo en el patio estaba el Henry.
Mamá sonrió y saltó por el ventanal, ambos se escabulleron a un bar, donde hablaban, compartían, y se enamoraban cada vez más. Henry le prometió sacarla de ese mundo, incluso, le prometió un mundo nuevo, algo que llenaba a mi mamá de esperanza y esto hacía que el amor que sentía fuese más fuerte.
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El Dolor que me llevó a tu Camino
Teen FictionAlegre, sabia y querida, esas eran tres palabras que definían a Liseth, una jovencita de dieciséis años con el sueño de convertirse en una gran Psicólogo para ayudar a muchas personas. Siendo hija de pastores, quería servirle a Dios y llenars...