"Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento"
Eclesiastés 12:1, RVR 1960.
Mi padre nos trajo al hospital más cercano lo más rápido posible. Aparcó y me llevó entre sus brazos, corriendo por la emergencia del hospital pidiendo la atención médica de inmediato. Mientras, Joshua caminaba lentamente con la ayuda de Eliezer y Gustavo, igualmente mostrando gestos de dolor por el proyectil incrustado en su abdomen.
Nos colocaron en dos camillas y nos sacaron algunas placas. Luego de otras evaluaciones, me ingresaron al quirófano para sacarme aquel proyectil en el mulso de mi pierna izquierda.
Aquella noche lluviosa, con ese inmenso dolor en mi pierna, pude reposar cuando la anestesia comenzaba a hacer efecto en mí y mi conciencia se desprendía de toda realidad. A pesar de todo, sabía que no era yo sola, Joshua también sufrió el impacto de la otra bala, y me preocupaba. Sin embargo, no pude pensar más en él, ni en más nadie, porque quedé inconsciente ante los efectos anestésicos.
– ¡Liseth! – Sentí que alguien me llamó. Yo lentamente desperté y vi a la doctora quitándose los guantes de lates; tenía un tapa boca – ¿Cómo te sientes? – Asentí con mi cabeza. Estaba en la camilla. Un suero recorría hasta llegar a la vía que conectaba en mi vena – Es hora de trasladarte al piso de arriba.
Unos enfermeros rodaron mi camilla y me sacaron del quirófano. No podía ver bien debido a la anestesia, sin embargo, desde lejos escuché la voz de mi papá que suponía que estaba en la sala de espera junto a los otros chicos.
Mi camilla la siguieron rodando hasta llegar al ascensor. Luego subieron hasta el piso correspondiente y me trasladaron a mi habitación. Me pasaron a mi cama, colgaron la bolsa de suero en el sostenedor de metal y se marcharon. Algunas ventanas mostraban la vista panorámica de Bahía.
El cielo estaba oscuro, supuse que era de madrugada, y aunque no sabía nada de Joshua, decidí dormir hasta que por la mañana pueda preguntar por él.
Desperté un poco más estable. Se encontraba mi padre sentado en un banco mirándome fijamente, y su cálida sonrisa se esbozó por su rostro.
– Cariño – Dijo papá –. Gracias a Dios ya todo pasó.
Estaba arropada. Me levanté y me quedé sentada. Froté mis párpados y luego miré a papá con mi cara aún de sueño.
– ¿Y Joshua? – Pregunté.
– Se encuentra un piso más arriba, en la parte de cirugía.
– ¿Está bien? – Volví a preguntar.
– Sí, pudieron extraerle la bala. Sin embargo, necesita descansar. Lo encontraron muy deshidratado.
Esto me dio un poco más de tranquilidad. Me quité el edredón que cubría mis piernas, y mi muslo estaba totalmente vendado.
– Pronto vendrán los doctores para hacerte la cura – Comentó papá. Yo volví a mirarlo. No parecía molesto, y creo que debería estarlo, por todo lo que hice. Igual él me miraba con esas verdosas pupilas que me heredó, y a la final dijo –: ¿Por qué lo hiciste?
– ¿Ah? – Mi cabeza aún estaba un poco inactiva para procesar una pregunta como aquella.
– ¿Por qué te escapaste sin permiso? – Reiteró papá – Fue muy peligroso.
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El Dolor que me llevó a tu Camino
Dla nastolatkówAlegre, sabia y querida, esas eran tres palabras que definían a Liseth, una jovencita de dieciséis años con el sueño de convertirse en una gran Psicólogo para ayudar a muchas personas. Siendo hija de pastores, quería servirle a Dios y llenars...