Capítulo 2

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Bianca miró a su alrededor con cautela antes de despojarse de la máscara de despreocupación que solía usar cada vez que estaba en una fiesta concurrida. Al notar que nadie estaba cerca, soltó el aire despacio y frunció el ceño hacia la hierba que pisaba. Él había estado ahí, qué gran desgracia. ¿Cuándo había vuelto? ¡Por poco se había descubierto a sí misma!

Ah, eso sí, lo había disimulado con rapidez ya que eso era lo que había aprendido a hacer durante años. La práctica la había ayudado a no delatarse, a no mostrar a los demás lo que no se permitía admitir ni para sí misma. Era imposible, era absurdo, era una traición.

Una traición a la persona que más quería en la vida después de sus padres. ¿Cómo podía sentir algo tan terriblemente incorrecto? ¿Por qué si sabía que era prohibido no podía dejar de soñar, de anhelar, de desear?

Cerró la mano en un puño, con fuerza, determinada a alejar de su mente la imagen que se estaba formando. Era más que imposible, en todos los sentidos, solo no tenía razón de ser. ¿Por qué él? Dios, en verdad, ¡¿por qué él?!

Tanto tiempo negándolo, esforzándose por eliminar cualquier resquicio de un sentimiento que nunca debió aparecer y nada. No lograba apagarlo, simplemente no sucedía. Era un fracaso total, una pérdida de tiempo y eso había impulsado su decisión de enterrarlo a cualquier precio. ¿Qué tan difícil podía ser?

Todo lo que requería era que lo olvidara. Ni siquiera debía odiarlo, aunque eso habría ayudado un poco a su maltrecho orgullo, pues el disgusto que ella le causaba era evidente. Además, él se había marchado. ¡Cuánto había agradecido que él se fuera! No importaba lo mucho que extrañara su presencia, era mejor que él no estuviera cerca. Mejor para ella. O no. Realmente no. Para nadie... o para todos.

¡Rayos!

¿Cómo había terminado su corazón en medio de aquel lío? Y nuevamente venía a su mente la pregunta que nunca tendría respuesta, que no lograría descifrar. ¿Por qué él?

Y, como si los sentimientos que ella le provocaba no estuvieran más allá del odio, él era el único hombre que jamás podría tener. Su mente lo entendía, su corazón lo sabía, en el fondo de su alma eso estaba absolutamente claro. No lo tendría, pero eso no evitaba que lo amara. Con locura. Apasionadamente. Irremediablemente. Era tarde cuando había notado lo que sentía. No había habido vuelta atrás.

Él único en su corazón. El novio de Ciana Ferraz. Sí, aquel que jamás podría tener era Darío Zeffirelli, el prometido de su adorada hermana gemela. ¡Qué excepcional sentido de la oportunidad tenía en verdad!

Sí, ella ya estaba enamorada. Ese era el gran secreto que guardaba bajo llave en su corazón. Por eso no podía mantener una relación estable, por eso hacía cualquier locura que pudiera para alejar más a Darío, lo que fuera necesario para que él no notara lo que sentía. Tenía tanto miedo de que él fuera consciente... o peor, que Ciana lo supiera.

No podría soportarlo. No solo era su hermana, era su mejor amiga. Quería tanto a Ciana que no lograba entender como había terminado enamorada de su novio. En verdad, Darío no tenía nada extraordinario, es más, quizá fuera el hombre más alejado de su ideal... si llegara a tener alguno.

No lo sabía. No quería pensar en un ideal porque había solo una imagen que venía a su mente y... ¡¡No!!

Ojalá pudiera borrar esos tres meses que estuvieron juntos antes de que él se decidiera por su hermana gemela. Si eso fuera posible, ella nunca habría sido consciente que debajo de esa fría apariencia había fuego y pasión. Risa y humor. Lealtad y valor. Darío Zeffirelli era un hombre complicado y con tantas facetas, absolutamente fascinante. Eso era todo. Y era más de lo que podía soportar.

Regresó sobre sus pasos y observó a Kevin Sforza apoyado en la pared exterior de la casa. Él había sido uno de sus pretendientes hacía un par de años y desde que había vuelto a Italia había parecido que iba a reanudar sus atenciones. Lo estaba haciendo muy bien, se estaba interesando en ella y en sus actividades predilectas. Disfrutaba el tiempo con este nuevo Kevin, mucho más maduro y más propenso a mostrar su notable inteligencia. Cuando lo había conocido, no pasaba de ser un muchacho superficial, bromista y un tanto inmaduro. Probablemente el mismo concepto que la mayoría esgrimía de ella.

Ya era un esfuerzo tener que mantener una fachada como para manejar a alguien que realmente era así, verse reflejada en Kevin no la agradaba además que era aburrido tener a alguien que podía ser su copia, solo que en versión masculina. No había alentado a Kevin ni a nadie en aquel entonces.

Pero ahora... era diferente. Él era diferente. Ella quería pensar que era diferente. Su entorno y situación era diferente. Claro que había una sola cosa que no había variado en absoluto. Su corazón. Su secreto. Y el dueño de los dos seguía siendo Darío.

Bianca tomó aire y pegó una sonrisa infantil a su rostro, aquella practicada y perfeccionada, que encantaba a quién la mirara, obligándolo a devolverle la sonrisa. Como en efecto hizo Kevin. Sí, él y todos quienes la miraran, excepto Darío. Él jamás le sonreiría, mucho menos en correspondencia a una sonrisa que ella le hubiera brindado primero.

–Hola, Kevin –Bianca se apoyó en la pared junto a él– ¿qué tenemos aquí?

–No mucho –entrecerró los ojos y se encogió de hombros– lo acostumbrado.

–¿Las mismas personas?

–Y las mismas actividades, presumo –Kevin arqueó una ceja–. ¿Quién es el hombre que llegó con Ciana?

–¿Darío? –inquirió atragantándose con su nombre. Carraspeó y volvió a tomar el control de sus emociones, que por un momento se habían desatado–. ¿A qué te refieres con quién es?

–A eso. Quién es. No lo conozco.

–¿Por qué lo conocerías? –preguntó perspicaz. Un brillo de admiración asomó a los ojos azules de Kevin.

–Porque es italiano y pertenece a este selecto círculo. ¿Me equivoco?

–No. Él es Darío Zeffirelli.

–Ah. –Bianca observó la expresión de Kevin. Parecía estar haciendo alguna clase de cálculo mental. Asintió antes de preguntar– ¿y él vendría a ser...?

–¿Él? –Bianca intentó relajar su tono de voz– ¿Darío?

–Sí. Él.

–Él es... –le costaba. Cielos, cómo le costaba siempre– es el prometido de Ciana.

–¡¿El prometido de Ciana?! –exclamó con fuerza pero con expresión absolutamente calmada– ¿qué quieres decir?

–¿Acaso Ciana no te lo dijo? –preguntó Bianca sorprendida, pues su hermana había sido amiga de Kevin por varios meses y era extraño que no lo hubiera mencionado. Kevin empezó a negar pero se quedó quieto, en tensión. Bianca adoptó una posición similar cuando notó la fría mirada sobre los dos.

Él había regresado al jardín central y los estaba mirando despectivamente. Por un segundo. Su interés había regresado a la joven que llevaba de su brazo. Ciana.

–Sí, me lo dijo –contestó Kevin a su pregunta anterior y murmuró algo más, que ella no alcanzo a distinguir.

Bianca observó el férreo control que Kevin ejercía sobre sí mismo. Era admirable y también muy revelador. De pronto sintió que la atención de Kevin ya no recaía sobre ella, sino sobre alguien más. Su hermana Ciana. ¿Era posible...?

Por supuesto que ellos habían pasado mucho tiempo juntos en ausencia de Darío pero... no, era imposible. Ciana jamás... ella nunca... ¡Cielos, era Ciana! La persona más leal, responsable y seria que había conocido jamás. No, claro que no. Estaba imaginando cosas. Quizá Kevin sentía... algo. Pero eso no significaba que Ciana correspondiera a aquello o que tan siquiera lo hubiera alentado.

Un amor así (Sforza #5.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora