Capítulo 8

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–Sabes que puedes confiar en mí –soltó con tono casual una voz familiar, a sus espaldas. Bianca se sobresaltó, dejó el libro de lado y lo miró fijamente–. ¿Te asusté?

–Padre –dijo como si fuera un saludo y esbozó una leve sonrisa–. No esperaba verte en casa tan temprano.

–¿Es temprano? No lo había notado –Marcos Ferraz se acercó–. ¿Puedo acompañarte?

–Sí –Bianca señaló a su lado–. ¿A qué te referías?

–¿Cuándo?

–Lo que dijiste. Puedes confiar en mí. ¿Qué quieres decir?

–Creo que lo sabes bien.

–No sé por qué me sigue extrañando tu manera de empezar conversaciones como si las estuvieras retomando. Debería estar acostumbrada, lo sé, pero no lo logro del todo.

–¿Es un regaño, Bianca? –inquirió, divertido. Ella alargó la mano y la depositó sobre la de su padre.

–No. No, realmente –Bianca suspiró–. Te quiero, papá.

–Lo sé, cariño. ¿Estás bien?

–Sí.

–¿En serio?

–No.

–¿Puedo ayudar?

–Quisiera... no. No lo creo.

–¿Y si escuchara? Creo que soy bueno en ello.

–No lo dudo. Pero, no esta vez.

–Hum.

–¿Qué sucede?

–Creo que tengo una idea –Marcos miró fijamente a un punto sobre ella. Soltó el aire lentamente–. Esperaba estar equivocado, pero no parece ser el caso.

Bianca se tensó. Trató de relajarse, tomando aire varias veces pero era difícil. Retiró la mano de la de su padre.

–Creo que debes leer este libro –habló Bianca, lo más alegremente que pudo–. Es maravilloso. Te lo prestaré cuando lo termine.

–¿Sí? ¿Qué lo hace tan maravilloso?

–Tiene inscripciones en latín –sacudió la cabeza–. Es un libro de anécdotas de un viajero. Este en particular me ha encantado, pues trata de su viaje a Italia, los restos de la civilización romana que nos rodea y cada capítulo inicia con una pequeña anécdota de la historia romana. ¿Qué opinas?

–Parece un libro interesante –Marcos giró la cabeza y clavó su mirada azul en su hija–. Bianca, sabes que será difícil.

–¿Padre?

–Quizás, hasta imposible. Una locura. Un absurdo, inclusive. Pero creo que ya sabes todo eso y, sin embargo, no puedes evitarlo. ¿Cierto?

–Hay cosas que escapan de nuestro control –contestó, cautelosa–. Por mucho que intentes... simplemente, no dejan tu mente –o tu corazón.

–Lo sé muy bien –Marcos suspiró–. Recuerdo cuando conocí a tu madre. El reto más grande de mi vida.

–¿Ah sí? ¿Por qué? –Bianca sabía por qué. Había escuchado esa historia cientos de veces pero aun así no dejaba de cautivarla. Un flechazo instantáneo, un amor que no se suponía podría durar y sin embargo lo hacía.

Marcos sonrió. Una sonrisa brillante, llena de pura añoranza. Bianca hizo lo único que podía hacer en ese caso, se echó en sus brazos, aferró a su padre y cerró los ojos. Deseando, añorando también, lo imposible.


***

Su idea de una tarde tranquila y familiar no tenía nada que ver con lo que estaba sucediendo ante sus ojos. Es decir, lógicamente debía haber algún caos ya que era una fiesta infantil. El cumpleaños de los gemelos de su primo, nada menos. Pero, eso era una cosa.

Ahora, era muy diferente que entre los invitados apareciera la persona más imposible de encontrar en un lugar así. ¿Una fiesta infantil? ¿De verdad, Darío Zeffirelli en una fiesta infantil? Tenía que ser una broma de mal gusto.

Y, si eso no fuera lo suficientemente desconcertante, él no lucía su máscara de habitual frialdad. Es más, si no supiera que era imposible, podría decir que estaba discutiendo con Ciana. Ahí, en mitad de la fiesta, ante la vista de todos.

No obstante, eso no era posible. Darío jamás daría un espectáculo. Solo lo estaba malinterpretando.

Desvió la mirada. Era lo mejor. No podían atraparla viéndolo, más aún cuando tenía una marcada sospecha de que al menos dos miembros de su familia conocían lo que transcurría en su alocado corazón.

Se llevó la mano al pecho, intentando calmar los erráticos latidos. Basta.

–¿Bianca?

Ella cerró los ojos, apretándolos con fuerza. No.

–¿Bia? ¿Estás bien?

–Ciana –pronunció, esbozando una sonrisa que le costó bastante. Oh, la culpabilidad de nuevo.

–¿Te encuentras bien?

–Sí.

–Iré por algo de tomar. ¿Quieres?

–No.

–Bianca. ¿Qué sucede?

Ojalá pudiera decírselo. Un día, quizá, lo haría. Y, probablemente, ese mismo instante Ciana dejaría de mirarla como lo hacía ahora.

–Bia, respira. Todo estará bien –de pronto, Ciana frunció el ceño.

–¿Qué sucede, Ciana? –Bianca quiso evitarlo, pero no lo logró del todo. Miró a su alrededor. Darío había desaparecido. Cielos, ¿cuánto tiempo había cerrado sus ojos?

–Kevin Sforza.

–¿Eh? –inquirió, sin entender.

–Todos me preguntan por Kevin –Ciana suspiró–. No lo entiendo. ¿Por qué sería más lógico que él estuviera aquí conmigo, cuando es solo mi amigo? Mi prometido es Darío –aclaró, como si eso no fuera evidente.

Bianca habría sacudido a su hermana, pero algo en su tono la detuvo. Era como si estuviera lejos, como si no fuera del todo consciente de lo que estaba diciendo.

No quería. Era mezquino. Y, sin embargo, no pudo evitar sentir un rayo de esperanza. ¿Podía ser?

Un amor así (Sforza #5.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora