Capítulo 22

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Con cada roce de sus labios, Bianca podía sentir como las barreras que rodeaban el corazón de Darío se resquebrajaban, cada pieza cuidadosamente colocada iba cediendo ante la pasión que se arremolinaba entre ellos. Siempre lo habían sabido, muy dentro de sí, que estaban hechos el uno para el otro. Que una vez que se decidieran, podían ser una fuerza que destruyera todo a su paso. Iban a construirse desde cero, empezaban a ser uno solo.

¿Aterraba? Sin duda alguna. Pero Bianca no dudo un instante. Se lanzó hacia el abismo, aferrándose a Darío con todas sus fuerzas. Y él... la siguió. Ansioso. Entregado. Feliz.

Se separó lentamente y abrió los ojos de golpe, encontrándose con la mirada oscura indescifrable que le era tan familiar. Sin embargo, no era igual. Darío tenía una leve sonrisa en sus labios y eso hizo que su corazón se encogiera. Y, a un tiempo, se expandiera hasta que sentía que podría explotar en cualquier momento de tanto amor que la embargaba.

–¿Y bien? –inquirió Darío con voz ronca. Bianca clavó sus ojos en él y empezó a reír–. ¿Bianca?

–¿Por qué tan serio, Darío? ¡Ha sido la experiencia más increíble de mi vida! ¿Y tú frunces el ceño así? –Bia lo imitó. Darío soltó el aire, aliviado–. Me gustas más cuando sonríes, aun cuando sea muy levemente. En especial, cuando esa sonrisa está dirigida a mí.

–O la has causado tú.

–Sí, eso es –Bianca musitó y elevó las manos para tomar el rostro de Darío entre ellas–. Ya era hora de que te decidieras.

–Lo siento.

–Lo sentirás más cuando sepas todo lo que te has perdido en estos años.

Darío la observó de hito en hito, antes de soltar una profunda carcajada. Bianca se quedó muda de sorpresa y no apartó sus manos, dispuesta a sentir aquella risa repercutir en su ser de todas las maneras posibles.

Y, cuando aquello no fue suficiente, lo besó.

–Bianca –pronunció Darío, una vez que se dieron un respiro.

–¿Sí?

–Creo que te amo.

–¿De verdad?

–Sí.

–¿Darío?

–¿Sí?

–Sé que te amo.

Y, esta vez, fue él quien la encerró en sus brazos y la besó.

–Bianca.

–¿Sí?

–Tienes razón –Darío sonrió–. También sé que te amo.

–¿Darío?

–¿Sí?

–Eres tan fácil de persuadir –soltó riendo. Darío rió con ella y se quedaron así, uno en brazos del otro, por largo rato.


***

La cena había sido deliciosa y Darío la había disfrutado a pesar de encontrarse a gran distancia de Bianca, por lo que no solo no podían charlar sino que tampoco podía apartar sus ojos de ella. Se veía atraído por cada leve movimiento que ella hacía, por la sonrisa ladeada que esbozaba y por los ademanes que expresaba. Envidiaba a los que la rodeaban, aunque se consolaba cuando aquellos ojos grises tempestuosos se clavaban en él y sonreía un poco. El más leve indicio de sonrisa... era lo más real y hermoso que había visto en Bianca desde hacía mucho tiempo y estaba orgulloso de saber que él la provocaba. Solo él. Esa sutil curva de sus labios era suya.

–Así que la idea no fue mala, ¿eh?

Darío dirigió su mirada interrogante hacia su abuela. Ella rió por lo bajo.

–No me mires así, Darío. Vuelve a sonreír, es mejor.

–¿Abuela? ¿Te sientes bien?

–¡Perfectamente! –resopló y puso en blanco los ojos–. Quizá si sigues sonriendo lograrás finalmente encontrar una esposa.

–¡Abuela!

–No sé por qué te sorprendes. ¿A qué más puedo referirme?

–A que te preocupas por mi felicidad sin duda, no.

–Darío, es irrelevante lo que me preocupa o lo que no –entrecerró sus ojos–. Has dejado de sonreír. ¿Eso significa que ya tienes a alguien en mente?

–No. Únicamente significa que he tenido demasiado de ti.

Su abuela no se inmutó por su comentario, como de costumbre. Se limitó a sonreír burlona, antes de adoptar su característica postura altiva.

Darío logró cruzar un par de palabras disimuladas con Bianca una vez más antes de que la concurrencia los volviera a separar. Esta noche se le iba a antojar interminable.

Y no, no era que buscara ocultar algo. Sencillamente quería evitar las habladurías que inevitablemente vendrían cuando se descubriera que estaban juntos. No quería tomar esa decisión por su cuenta, sino que él y Bianca la discutieran con calma, hasta saber cómo manejarlo todo.

–Estás aquí –Darío cruzó el umbral de la Mansión, aliviado de que la fiesta hubiera terminado y Bianca siguiera ahí, esperándolo.

–¿No fue eso lo que me pediste? –Bianca ladeó su rostro–. Espera por mí.

–Lo dije.

–¿Era cierto, verdad? –por un instante, ella pareció insegura.

–Cada sílaba. Créeme, necesitaba estar a tu lado sin tener a tanta gente a nuestro alrededor.

–¿Ocultándonos?

–No, simplemente siendo prácticos. Quiero saber qué es lo que tú quieres.

–¿Respecto a qué?

–A nosotros. Nuestra relación causará revuelo, como bien sabes.

–Sí –pestañeó, confusa.

–¿Es una afirmación o una pregunta?

–Creo que un poco de ambas. ¿Te preocupa lo que cause lo nuestro, cierto?

–Sí. Por ti.

–¿Por mí?

–Claro. No quiero que sufras.

–¿Por qué...? –Bianca clavó sus ojos en él, comprendiéndolo–. Ah.

Sí. Precisamente. Ese ah lo expresaba bien. No solo causaría especulaciones su relación, sino que había una persona a la que quizá no le sentara bien.

–Ciana –soltó Bianca. Darío asintió–. No sé cómo lo tomará.

–¿Bien? –inquirió Darío, esperanzado. Eso esperaba. Después de todo, ella era quien había roto el compromiso. O, algo así. Y estaba casada. Felizmente, de hecho–. Pensé que nos convenía ser discretos hasta que decidiéramos cómo resolver aquello.

–Tú... –su voz se convirtió en un murmullo–, piensas en todo. Gracias.

–Bianca...

–Gracias –repitió, con sentimiento. Lo abrazó y ocultó el rostro en su pecho–. Darío, ¿cómo voy a decírselo?

Un amor así (Sforza #5.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora