Había sido una de las mayores estupideces que había cometido en su vida. Sí, no era propenso a hacerlas, así que naturalmente asistir a una fiesta infantil por demostrar un punto a su prometida era una de sus peores ideas.
Lo cierto era que ni siquiera estaba seguro de que fuera un punto válido. Al contrario, la sensación de que le había concedido la razón a ella parecía evidente.
Bastaba recordar uno de los tantos comentarios que le hicieron a Ciana. No estaba seguro de si ella pensaba que era un total idiota o simplemente desinteresado en lo que sucediera a su alrededor.
Normalmente sería la segunda opción. Más aún si tenía en cuenta el lugar en el que había estado. Pero precisamente, aquella tarde, él había escuchado. Había prestado atención. Se arrepentía tanto de haberlo hecho.
¿Dónde está el chico que te acompañaba? ¿Por qué no estás con tu novio? ¿Acaso ya cambiaste de opinión?
Sí. La sutileza no era el fuerte de muchos de los asistentes. Y eso había probado el punto de Ciana más allá de cualquier duda.
Nadie lo conocía. Nadie sabía que eran una pareja. Todos creían que era... que otro, era el novio de Ciana.
"Es mi prometido", había respondido ella, con una sonrisa tensa.
Las miradas de incredulidad no habían sido precisamente de ayuda. En efecto, la afirmación de ella había quedado probada.
"¿Acompañarme? Darío, es evidente que has cambiado. ¿Qué sucede?"
Quizá sí. Quizás era él quien había cambiado. Pero no era el único. Ciana estaba diferente. Su relación... ya no funcionaba.
Solo así. Ya no era lo que él esperaba. Y, sospechaba, ni ella.
–¿Darío? –aquella voz. Demonios, aquella voz.
–Bianca.
–¿Vienes a la exposición?
–Sí.
–Que la disfrutes –sonrió levemente y se giró, dispuesta a marcharse.
Darío se sintió desconcertado. ¿Eso era todo? ¿Qué rayos sucedía?
–¿Bianca?
–¿Sí? –ella lo miró y esperó. Darío quería decir algo pero no encontraba su voz. Carraspeó–. ¿Te sientes bien?
–¿Por qué? –inquirió, con más brusquedad de lo que esperaba.
–Yo... nada. Pensé... –su voz fue bajando. Murmuró algo pero él no logró escuchar–. Pon especial atención en los dioses romanos, es magnífica.
Volvió a girar y se alejó con paso firme, rápidamente y sin esperar. Darío esta vez no la detuvo. ¿Para qué?
***
Había concluido la presentación y Darío se dirigía a la salida cuando algo captó su mirada. No era inusitado, por supuesto, sino un espectáculo que solían montar ellos, los admiradores de Bianca. Eran dos, en esta ocasión, los que la rodeaban, reían y bromeaban.
Él habría hecho lo acostumbrado y se habría alejado si no fuera porque miró de cerca, realmente miró, por segunda vez. Y lo notó.
Bianca no lo disfrutaba.
Bueno, lo había sospechado, pero jamás se permitía dejar de fingir el tiempo suficiente como para que él lo tuviera en cuenta.
Hasta ese momento.
Estaba a mitad de camino cuando se dio cuenta que esta vez no lo iba a dejar pasar. Hoy, Darío Zeffirelli, iba a hacer algo al respecto.
–... ¿estás de acuerdo, cierto? –el hombre rubio abrazó a Bianca. Ella esbozó una sonrisa claramente incómoda y, disimuladamente, dio un paso al costado.
–Darío –exclamó Bianca, tragando con fuerza. Lucía incómoda–. Yo...
Como si fuera su culpa. Por primera vez, Darío se dio cuenta que no era él quien la molestaba, al menos no en ese instante, sino la situación en que la había encontrado. ¿Por qué? ¡Era obvio que Bianca no lo estaba disfrutando!
Aunque... antes, él habría asumido que sí que lo hacía. Y habría pasado de largo. Qué idiota.
–Bianca, me alegra que aún estés aquí –esas palabras se sintieron extrañas. Al parecer, nadie más que él y Bianca lo notaron–. ¿Podemos hablar?
–¿Te importa? –el hombre rubio giró y, dado que Darío era bastante alto, tuvo que mirar hacia arriba. Así no podía intimidar a nadie.
Desvió su mirada hacia Bianca. ¿Había reído? Como por lo bajo, una pequeña risa. Pero no, ella seguía con su gesto de costumbre.
–Sí –Darío dio un paso al frente y se colocó entre ellos–. ¿Por qué?
–Darío –Bianca puso la mano sobre su brazo–. ¿Lo has decidido?
–¿Cómo? –murmuró desconcertado Darío. ¿A qué se refería?
–Lo que hablamos. ¿Decidiste al respecto? –ella puso cierto énfasis a sus palabras. Darío entrecerró los ojos pero lo entendió. Quería irse, sí, pero sin montar un espectáculo.
–Precisamente –Darío simuló impaciencia, mirando su reloj–. Es ahora, Bianca.
–O nunca –musitó Bianca poniéndose de puntillas al pasar por su lado–. Vamos, Darío. Adiós, chicos.
–Bianca, espera –uno de ellos intentó detenerla. Darío se puso ágilmente a su altura, la tomó del brazo y la alejó con paso rápido.
Caminaron por uno de los senderos del Instituto. Darío no había notado cuál era hasta que fue muy tarde. Disimuladamente tomó aire, esperando que eso despejara su mente. Rayos, ¿por qué precisamente ese lugar?
–Hace mucho que no estoy por aquí –dijo Bianca en voz baja, como si estuviera hablando consigo misma. Tomó su brazo–. No pensé que volvería... contigo.
Lo sé, quiso responder pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta. Había sido tan infantil aquel día, tan tercos los dos. Ella tan cínica. Tantos errores que no deberían haber sido, tanto tiempo por unas pocas frases que se habrían podido evitar... o, al menos, perdonar.
Si no fueran tan... ellos.
–Es extraño, Darío. A veces creo que me odias. En otros momentos creo que no. Que sencillamente te soy indiferente –Bianca suspiró y desvió la mirada–. Yo también te odio muchas veces... o eso quisiera.
¿Por qué? ¿Por qué quería odiarlo?
–No es tan sencillo como querer. Los sentimientos no cambian solo porque uno quiere, ¿cierto?
Darío continuó mirando al frente. No quería verla. Ni siquiera intentó ladear su rostro. Tenía que resistir la tentación si quería seguir. Adelante. Sin ella.
Eso había decidido. Era lo correcto. Lo que debía hacer. Él no volvía sobre sus decisiones. Nunca.
–Creo que lo recuerdas. Aunque no digas nada –Bianca se soltó de su brazo–. Debo irme. Gracias por el rescate, señor Zeffirelli.
Creyó que sonreía. No podía saberlo. No la miró. Y, por segunda vez en aquel día, Bianca Ferraz se alejó de su lado sin esperar respuesta.
Antes, Bianca habría insistido en respuestas. Y él se habría irritado, gruñendo y contestando lo que no quería admitir.
Antes. ¿De qué? ¿Qué había cambiado?
Y, en ese "antes", Bianca habría podido decir algo así: ¿Por qué lo hiciste Darío?
Quizás, en ese momento, él no habría resistido contestar: Porque quise. Porque quiero. Porque, contigo, siempre querré. Y nunca será suficiente.
Antes. Hace mucho, tal vez. Ya no más.
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Un amor así (Sforza #5.5)
RomanceHistoria de Darío y Bianca. (Spin-off de la serie de los hermanos Sforza) Darío Zeffirelli lo tiene todo. Un negocio exitoso, una posición social que supone influencia económica, es miembro de una de las familias más consolidadas en Italia y está co...