Darío se esforzó al máximo por olvidar aquel incidente, rogando para sus adentros que se tratara de algo aislado. Tenía que serlo. Porque, si no lo era... podía significar que realmente había estado ignorando algo grande. Enorme. Absoluta y malditamente importante.
Apretó la mandíbula y asintió rígidamente a su interlocutor. Hacía lo posible por interesarse en las últimas novedades de la sociedad italiana y los negocios postergados pero estaba resultando difícil. Lo que era desconcertante. ¿Por qué tenía dificultades en lo que generalmente le resultaba no solo fácil, sino satisfactorio? ¿Por su conveniente, eficiente y seria prometida? ¿En serio?
La observó de reojo por un fugaz momento. Tenía sus ojos azules fijos en el suelo y se veía desdichada. O quizá solo seria. La verdad, no tenía ni idea de si había algo realmente extraño en ella. Bueno, sí lo había pero, ¿era importante? ¿O tan solo un capricho?
Pero si era un capricho... ¿por qué? ¿O por quién? ¿Kevin Sforza? ¿De verdad?
No. Era absurdo. Más, era totalmente imposible. Ciana era razonable. Él no podía haberse equivocado con ella durante esos tres años, ¿cierto? ¿O sí?
Contestó a una pregunta que le habían dirigido, esperando haber sonado lo suficientemente coherente como para no suscitar sospechas por su distracción. Trató de no alterar su semblante en lo más mínimo, siendo conciso pero cortés. Sí, estaba seguro que sus reflexiones no se transparentaban.
Soltó el aire disimuladamente, despacio, aliviado. Y eso duró un instante. Solo uno, pues notó que su prometida finalmente había dejado de mirar al suelo y había trasladado sus agudos ojos azules hacia el extremo del salón. A Kevin Sforza, nada más y nada menos. Ahora sí, sonreía. O intentaba reprimir una sonrisa. No supo cuál de esas dos perspectivas era peor.
Afortunadamente quiénes los acompañaban ya se habían marchado, por lo que pudo dirigirse a ella con total libertad.
–Ciana.
Su voz sonaba fría e indiferente, lo que lo sorprendió gratamente. Al menos no se doblegaría frente a lo que, a todas luces, aparentaba ser una flagrante traición. ¿Lo era?
–¿Sí? –musitó perdiendo el indicio de sonrisa. Eso fue suficiente para que se sintiera aún más ofendido. ¿Cómo era posible que un idiota como Kevin Sforza pudiera hacerla sonreír a metros de distancia y él, su prometido, con solo hablarle lograba que se pusiera tensa y seria? ¡Inaudito!
–¿Qué estás haciendo? –inquirió con aspereza. Ciana arqueó las cejas.
–¿Qué? ¿Qué quieres decir?
Él no creyó que debería aclarar a qué se refería pero quizá Ciana pensaba que él era un despistado total.
–¿Kevin Sforza? ¿Es una broma, no?
Porque, de verdad, solo podía tratarse de una broma pesada. Kevin Sforza era un imbécil bufón, propenso a encantar al mundo con sus historias y risas. Encantador, sí, pero un bufón al fin por lo que no podía estar más distante del ideal que Ciana tenía de... lo que sea.
–¿Qué quieres decir? –repitió. Darío apretó la mano en un puño un segundo, para evitar poner en blanco los ojos.
–¿Por qué hablaba contigo? ¿Por qué se acercó siquiera antes? –preguntó en rápida sucesión, sin detenerse a pensar.
–Porque es mi amigo –su sencilla réplica hizo que le enviara una mirada escéptica. ¿Amigo? ¿Su amigo?
–¿Amigo tuyo? ¿Uno de los idiotas que siguen a Bianca? –soltó burlón.
–Él no es así –lo defendió abruptamente. Eso no lo había esperado... aunque quizá debió haberlo hecho. ¿Amigo había dicho, no?
–Ciana, no vamos a discutir ahora –intervino razonablemente, manteniendo su genio a raya–. Y menos por él.
–No estamos discutiendo, Darío.
–Excelente –comentó con alivio. Al parecer, Ciana empezaba a entrar en razón–. Supongo que harás lo correcto –acotó, solo para estar seguro.
–¿Lo correcto?
–Esa amistad no te conviene, Ciana. Pensé que quedó claro –añadió confuso.
–¿Claro? ¿En qué momento? ¿Cómo es que tú has decidido de pronto con quien me conviene hablar?
–Siempre lo hemos hecho, Ciana –le recordó con paciencia–. Si alguien no encaja en nuestra forma de vida, lo dejamos de lado.
–Porque tú así lo quieres.
–Porque los dos notamos que es lo mejor –corrigió. Un deje de exasperación se coló en su voz.
–Pues esta vez yo no noto nada. Kevin es mi amigo y no dejará de serlo.
Darío se tragó su dura réplica al apretar la mandíbula. Sus labios formaron una fina línea de molestia y no pudo evitarlo, la fulminó con su mirada oscura.
–Como quieras, Ciana –dijo al final, cuando pensó que podía hablar sin gruñir. Aún así, se escuchó tenso–. Pero no digas que no te lo advertí.
Iba a protestar, lo vio en su rostro. Sin embargo, Ciana se silenció cuando un sonido provino de su bolsa. Él le dirigió una fría mirada y la escoltó hacia la mesa de bocadillos. ¿Qué otra cosa podía hacer sino simular que nada sucedía y actuar civilizadamente? Era lo único a lo que podía aferrarse para no empezar a gritar y gruñir de frustración por la desconcertante situación.
***
Bianca hizo lo posible por ocultarse en una esquina sin ser demasiado obvia. Frenó en seco los avances de un par de hombres y, finalmente, parecieron entender que ella quería estar sola. No aspiraba que esa situación fuera a durar pero con unos minutos más tendrían suficiente.
Tomó aire y lo dejó salir en pequeñas y lentas exhalaciones. No debió haberse acercado a Darío. Cielos, ¿en qué había estado pensando? ¿Qué quería lograr provocándolo en un lugar público, en medio de la sociedad italiana? Estaba a punto de volverse loca. O quizá ya lo estaba. En un punto de no retorno.
Cerró los ojos con fuerza en un intento de calmarse. Nada había sucedido. Nada. Darío estaba de vuelta con Ciana, su prometida. Todo era como debía ser. Sí. Así debía ser... ¿verdad?
¡Sí!
Asintió una vez, firme. No había lugar para dudas. Desde que él había iniciado una relación con su hermana había sido consciente que nunca más tendrían... aquello. Lo que sea que hubieran tenido durante esos tres meses.
Qué idiota había sido al no darse cuenta que si no hacía algo lo iba a perder. Que Darío era diferente. Era suyo.
No. No era. Nunca lo sería. ¡Sí, estaba loca!
Sus ojos grises se desviaron hacia Ciana y Darío. Ella posaba su mano en el brazo de él, moviéndola distraídamente. Ni siquiera parecía notar lo que hacía. Suspiró. Si estuviera en el lugar de Ciana, ella...
Basta. No estaba. Nunca estaría. Eso estaba más allá de lo imposible.
Por un instante encontró los ojos de Kevin Sforza, quién también había estado contemplado a la pareja que formaban su hermana gemela y su prometido. No pudo evitar dirigirle una mirada cargada de intención que dejaba claro que lo que sea que planeara estaba dirigido a un caso perdido y debía resignarse.
Ciana no sería para él. De la misma manera que Darío Zeffirelli jamás sería para ella.
Nunca. No en mil años. No en esta vida.
ESTÁS LEYENDO
Un amor así (Sforza #5.5)
RomanceHistoria de Darío y Bianca. (Spin-off de la serie de los hermanos Sforza) Darío Zeffirelli lo tiene todo. Un negocio exitoso, una posición social que supone influencia económica, es miembro de una de las familias más consolidadas en Italia y está co...