La Mansión Zeffirelli había sido construida para impresionar y no para ser un hogar, por lo que al observar la imponente estructura, nadie pensaría en emociones cálidas sino en un frío museo. A Darío le encantaba aquella sensación de ecuanimidad que la aportaba la casa en la que había crecido.
–Abuela –saludó con un beso en la mejilla de la mujer. Ella lo observó con el ceño fruncido.
–Menos mal que te has dignado a venir, Darío. ¿Dónde demonios te habías metido?
–Yo también te extrañé, señora Adelaida Zeffirelli –replicó sentándose en el sofá a su lado. La anciana gruñó por lo bajo–. ¿Has dicho algo, abuela?
–Ni pienses en disimular, niño. Sé que has estado por más de una semana en Italia y no has venido a verme. ¿Qué te está sucediendo?
–¿A mí? Nada en absoluto, abuela. ¿No ves que ya estoy aquí? No hay necesidad de continuar enfadada y gruñendo.
–¡Gruñendo! Qué muchacho tan insolente. Yo soy una dama y las damas no gruñimos.
–Si tú lo dices...
–¡Basta! –Adelaida entrecerró los ojos–. ¿Qué es lo que estás evitando decirme?
–No hay nada que esté evitando, abuela.
–Sé que sí hay algo.
–Abuela, te aseguro que...
–¿Es de la empresa? No, yo lo sabría –se contestó inmediatamente. Elevó una ceja–. ¿Será respecto a tu novia?
–A mi prometida no le sucede nada –contestó a la defensiva. Su abuela sonrió.
–Ah. Ya veo que he acertado.
Darío gruñó una respuesta incoherente, desviando la mirada lejos de la mujer que lo había criado. Sí, sin duda si había algo que él encontraba incómodo o incomprensible, ella lo sabría con solo mirarlo. Por eso se había resistido tanto a visitarla.
Y ahora que estaba en la mansión, lo único que esperaba era salir corriendo ileso en unos minutos más. No más de una hora, esperaba.
–Darío –llamó con firmeza. Él se obligó a mirarla sin titubear–. ¿Has dejado a tu prometida?
–No –replicó desganadamente. Su abuela resopló sin elegancia.
–¿No? ¿Y qué estás esperando?
–¿Esperando? Abuela, no sé a qué te refieres.
–¿Crees que no tengo ojos? ¿O que la sociedad italiana es una tumba sellada? ¡Todos lo saben, Darío!
–¿Saben, qué? –insistió entre dientes. Adelaida lo miró como si fuera un idiota.
–Que está fascinada con ese joven Sforza. No ha hecho nada más que pasear a su lado por todos los lugares imaginables.
–Eso no tiene nada que ver.
–¿No? Despierta, Darío. Fuiste rápidamente reemplazado y ni siquiera lo has notado.
–Abuela... –advirtió, reuniendo sus últimos restos de paciencia.
–¿Qué estas esperando? ¡Nunca entenderé a los hombres Zeffirelli!
–Te casaste con uno, ¿recuerdas?
–Precisamente. Sé de lo que hablo –su abuela resopló–. Más vale que tomes cartas en el asunto, Darío. No querrás seguir quedando como un idiota, ¿eh?
–No –zanjó y se dirigió a la ventana, caminando lenta pero firmemente, considerando aun lo que había negado.
No. Eso era todo lo que había dicho y probablemente era lo único que necesitaba ser dicho.
No iba a rendirse.
No iba a renunciar.
Y, lo más importante, no iba a dejar que nadie se burlara de él. Mucho menos un Sforza y, definitivamente, no su prometida.
¿Renunciar, él? No. Era solo un capricho y él no estaba dispuesto a conceder caprichos de nadie. Precisamente por eso había renunciado a Bianca sin mirar atrás. ¿Y ahora pensaba su hermana utilizar el mismo artificio?
Oh, qué equivocados estaban todos si pensaban que él renunciaría tan fácil a la unión perfecta y fríamente planeada que había establecido con Ciana.
–Entonces, Darío...
–Espera la invitación a la boda, abuela –pronunció mirándola con fría determinación–. Puedes firmarlo, me casaré con una Ferraz y no hay más que decir al respecto.
–Eres un idiota, si lo haces.
–Eres bienvenida a la boda si quieres asistir.
–Darío, ese siempre ha sido tu problema. No sabes reconocer un imposible.
–No es esa la situación –quería dar por terminada esta discusión sin sentido. Una vez que él tomaba una decisión, no daba marcha atrás. No entendía por qué su abuela esta vez estaba tan decidida a no dejarlo estar–. Ciana y yo tenemos un acuerdo beneficioso.
–Difícilmente eso suena como una relación comprometida.
–¿Sí? Espera y verás –Darío se despidió de su abuela con un beso. ¿Él, renunciar a algo? ¿A su prometida por un Sforza? ¡Ya les demostraría a todos lo que significaba entrometerse en los planes de Darío Zeffirelli!
***
–Así que... –Ciana miró a su alrededor. Parecía incómoda–. ¿Darío?
–¿Sí?
–¿Qué estamos haciendo?
–¿A qué te refieres, Ciana?
–Bueno... esto –abarcó el espacio entre ellos.
–No te entiendo.
–Los encuentros. Los paseos. Las salidas a comer –empezó a enumerar–. Es casi como si fueran...
–¿Citas?
–Exacto.
–¿Y por qué te extraña? Estamos comprometidos, ¿no?
–Precisamente –acotó desconcertada–. Esto no fue así ni tan siquiera cuando sencillamente salíamos, Darío.
–¿No?
–No. Y de verdad quiero saber qué sucede.
–¿Tú? ¿Tú quieres saber lo que sucede, Ciana? –Darío arqueó una ceja–. Qué curioso. Porque yo quiero saber qué es lo que sucede entre tú y ese...
–¡Ciana! –la voz de Bianca se elevó desde el umbral. Abrió la puerta del todo–. Ah, estás acompañada.
–Bianca –gruñó Darío, esperando que lo tomara como un saludo y una despedida. No era bienvenida en esa conversación.
Naturalmente, estaba hablando de Bianca Ferraz y ella no se daría por aludida por algo tan sutil como su nombre pronunciado de manera despectiva.
–Darío –contestó con voz cantarina–. ¿Han vuelto a salir? ¡Parece que la separación les hizo muy bien! ¿Se divirtieron? Si fueron a comer, díganlo pronto que necesito una buena recomendación.
–Bianca, no es el momento –intervino Darío con firmeza, dado que como de costumbre, Ciana no decía ni una palabra–. Vete.
–¿Cómo has dicho? –Bianca lo miraba, dirigiéndole su sonrisa más angelical.
–Ya lo has escuchado.
–Darío... –intentó mediar Ciana. Muy tarde. Él la ignoró.
–Bianca Ferraz –habló lentamente, dando énfasis a cada sílaba–. Desaparece.
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Un amor así (Sforza #5.5)
Storie d'amoreHistoria de Darío y Bianca. (Spin-off de la serie de los hermanos Sforza) Darío Zeffirelli lo tiene todo. Un negocio exitoso, una posición social que supone influencia económica, es miembro de una de las familias más consolidadas en Italia y está co...