Capítulo 19

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–No debió suceder –Darío se dio una patada mental cuando Bianca lo miró a través de su escritorio, interrogante. No su más brillante inicio, como de costumbre–. Yo... necesito hablar contigo.

–¿Hablar? Contigo nunca es sólo hablar.

–Bianca...

–¿Te das cuenta que nos están mirando?

–¿Quiénes? ¿Tus compañeros de trabajo?

–Exacto. Estoy trabajando, Darío. ¿Qué haces aquí?

–Buscarte fuera de la oficina sería más extraño, Bianca.

–Buen punto –se encogió de hombros–. Pero estoy ocupada ahora.

–Es pasado el mediodía.

–¿Ah sí?

–Sí.

–Qué bien.

–Bianca, por favor.

–¡Oh, un Zeffirelli pidiendo algo de favor! ¿Te sientes bien?

–No bromees –Darío apretó la mandíbula. Bianca no tenía idea de cuánto le estaba costando esto–. Bianca, ven conmigo.

–¿Por qué?

–Sal a comer conmigo.

–¿Me estás invitando a comer?

–Sí.

Bianca se incorporó, poniéndose a su altura e inclinándose hacia él, con el escritorio aún de por medio.

–¿Te das cuenta lo que podría parecer? Una impresión equivocada es todo lo que se requiere para que todo vaya mal.

–¿Qué podría ir mal?

–¿Tomando en cuenta que somos tú y yo en el mismo lugar, compartiendo una mesa? Todo. Todo podría ir mal.

–Pero... ¿aun así vendrás conmigo, no? –Darío dijo con una confianza excesiva que estaba lejos de sentir. Esperó, expectante, sumamente inquieto, hasta que Bianca curvó la comisura de sus labios.

–Sí. ¿Por qué no?


Caminaron en silencio por el instituto. Darío convenció a Bianca de comer en otro lugar que no fuera la cafetería cercana. Demasiada gente familiar ahí.

–¿Temes que nos vean juntos? –soltó, burlona.

–Sí.

–¿Te avergüenzas de mí?

–No.

–¿De ti?

–No.

–¿De la situación?

–Un poco.

–¡Vamos, Darío! No puedes no pelear un poco –Bianca se puso frente a él, caminando aún pero sin darle la espalda.

–Mira por dónde vas. Te caerás.

–No, no lo haré.

–Bianca.

–¿Sí?

–¿Debería dejarte tropezar...? –él no tuvo tiempo de completar la frase antes de tomarla de los brazos y estabilizarla para que no cayera. Bianca rió y, para su sorpresa, él se encontró sonriendo levemente–. Debí dejar que cayeras.

–Me habría reído aún más.

–Probablemente yo también.

–Entonces habría valido la pena caer.

Darío perdió la sonrisa, de pronto consciente de lo cerca que estaba Bianca una vez más. Esto no estaba yendo como lo había planeado.

En su mente, él acudía por Bianca, comían en relativa calma. Hablaban sobre lo sucedido, reconociendo que había sido una tontería y que jamás volvería a pasar. Se despedían como de costumbre, volviendo a desaparecer el uno de la vida del otro.

Pero, en ese instante, sosteniéndola no pudo evitar acercarla hacia sí, inclinarse poco a poco hasta que Bianca posó la mano sobre su pecho con firmeza.

–¿Qué estás haciendo, Darío?

–Nada. Yo... –intentó disculparse, alejarse, pero su cuerpo tenía ideas propias y contrarias al respecto–. Bianca.

–Si haces algo así de nuevo –entrecerró los ojos– tendrás que hacerlo bien.

Sin esperar respuesta, Bianca posó su mano en la cabeza de Darío, atrayéndola hacia su rostro. Lo besó intensamente, con pasión, borrando el lugar en que se encontraban y cualquier pensamiento de protesta o de lo que fuera que estuviera en la mente de Darío.

Él solo podía sentir. Sentirla. A ella. Bianca Ferraz, ahí, en ese momento. Era suya.

Y con ese beso, ella demostró que no solo era suya. Sino que él, Darío Zeffirelli, era total y absolutamente suyo.

–¿Y bien...? –inquirió Darío, ansioso, tras separarse de ella.

–No estuvo mal –Bianca sonrió levemente–. No estuvo nada mal.

–Ah –Darío quería enfadarse pero no lograba poner su corazón en ello. Aún estaba sintiendo el cúmulo de emociones por aquel beso de Bianca–. Bien.

–Darío –llamó ampliando la sonrisa–. ¿Comemos?

–¿Eh?

–¿Dónde comemos? ¿No era eso a lo que salimos?

–Sí, por supuesto. Comida –repitió, como un idiota. Bianca rió–. No te burles.

–No lo hago. Aún –se encogió de hombros–. Acostúmbrate, Darío. Conmigo nunca nada te será sencillo.

–¿Es eso un reto?

–Es una advertencia.

–De acuerdo. Aquí te va una para ti: no juegues conmigo.

–¿O...?

–O podríamos continuar cometiendo un error tras otro.

–¿Error? –Bianca entrecerró sus ojos–. Ah, te refieres al beso.

–Sí. Es algo que no debe volver a pasar –aunque quiera, realmente quiera.

–Claro. No volverá a pasar –afirmó irónica–. Mi error. ¿Comemos ahora?

Un amor así (Sforza #5.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora