Capítulo 3

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El último lugar que él habría elegido para volver a ver a su prometida tras su ausencia sería un evento social pero no había tenido alternativa. Los rumores se esparcían rápidamente, de tal manera que no había estado más de dos horas en su oficina, reunido con socios y potenciales inversores, cuando las especulaciones sobre su relación habían hecho eco en él. Las preguntas sobre su compromiso solo lo habían sorprendido al inicio... hasta que continuaron, provenientes de distintas personas. ¡Algunas a las que apenas había tratado! ¿De qué iba todo aquello?

Se había sentido exasperado e impaciente, sin duda no la mejor actitud para abordar negocios de cualquier tipo, así que había decidido llamar a Ciana, confirmar su asistencia al evento y ver por sí mismo qué era lo que sucedía con su prometida, porque evidentemente tenía que ser relativo a ella.

Mientras paseaban por el jardín empezó a pensar que había sido un movimiento equivocado. Ciana no parecía estar más presente que el día anterior y, junto a su ya agotada paciencia, esto no iba a mejorar. Por supuesto que no mejoraría si tenía que soportar la presencia de esa mujer. Bianca Ferraz lo estaba mirando especulativamente, en compañía de uno de los imbéciles que la seguían, sin duda alguna. ¿Uno de los Sforza?

Recordó aquellos tres meses que debía enterrar en su mente pero parecía que no lograba hacerlo. Claro, el menor de los Sforza había estado persiguiendo a Bianca sin cesar, hasta que se había marchado de Italia. Era uno de los acompañantes más frecuentes de ella.

Apretó las manos en puños y le dirigió una breve mirada de desdén que ella se apresuró a ignorar. Maldita Bianca quién siempre parecía surgir en donde él estaba, dispuesta a fastidiar lo que sea que estuviera haciendo y a enfadarlo. Por Dios que no entendía por qué se tomaba tanto trabajo. Con saber que se encontraba presente, él sentía un nudo en el estómago y vértigo... además de unas intensas ganas de huir.

–Permíteme un momento, Ciana –pidió pues debía saludar a un potencial inversor que había visto entrar al salón. Ella asintió, sin mirarlo.

Se encaminó al interior del lugar, charló con el hombre que buscaba y se despidió cortésmente antes de emprender su regreso. Caminaba con paso enérgico y por poco se lleva por delante a la pesadilla de su vida. Porque no podía ser de otra manera, Bianca estaba en su camino. Como de costumbre.

–Hola, Darío –exclamó alegremente–. No sabía que habías vuelto.

–Hola, Bianca –contestó con fría cortesía–. Espero que estés bien.

–Mejor que bien. ¿No te parece? –respondió y giró, riendo burlona.

–Me alegro –gruñó y dio un paso al costado para evadirla. Ella lo imitó–. ¿Qué quieres, Bianca?

–Estás tan serio, Darío. ¿Por qué?

–Estoy ocupado. ¿Me dejas pasar?

–Pero...

–Bianca, quítate del camino.

–¡Cielos, eres grosero! –se cruzó de brazos. Darío no tenía tiempo para sus juegos. Soltó un suspiro irritado–. ¿Por qué me odias?

–Bianca, déjame pasar, por favor –pidió, suavizando el tono.

–Me gusta que supliques, Darío –soltó en voz extraña. Él la miró, arqueando una ceja–. ¿Estás bien?

–Por supuesto. ¿Por qué no lo estaría?

–¿Eres feliz?

–Vamos, Bianca. ¿Qué quieres ahora? –inquirió y observó a su alrededor. No era cuestión de empezar rumores sin sentido.

–¿Buscas a Ciana? –Bianca ladeó el rostro.

–No. Seguramente sigue en el lugar en que la dejé.

–Sí. ¿Eso te gusta, no? Que ella siga ahí, siempre ahí. Sin quejarse ni replicar.

–¿Qué quieres decir? –preguntó con dureza.

–Nada. No creo que lo veas... aún.

–No sé por qué me molesto hablando contigo –volvió a dar un paso. Ella lo imitó nuevamente–. Déjalo, Bianca –advirtió.

–¿Si no lo hago, qué? ¿Qué harás, Darío?

–Quisiera saber por qué me fastidias tanto, Bianca. ¿No tienes hombres para escoger? –medio sonrió, burlón–. Entre tu grupo de idiotas que te siguen a cualquier lugar, por ejemplo –añadió. Bianca puso en blanco los ojos y a continuación le brindó una sonrisa maliciosa.

–Darío, he estado pensando y, ¿qué crees que diría Ciana si supiera que tú eras parte de ese grupo de idiotas, como tú los llamas? –suspiró dramáticamente–. Dudo que le gustara.

El rostro de Darío se endureció y sus labios se cerraron en una fina línea, como si le costara mucho esfuerzo no protestar. Y es que no podía hacerlo, los dos lo sabían, y eso lo estaba matando.

Bianca se sintió satisfecha y malvada, extraña sensación que le gustó. Si ella sufría por no poder tenerlo, era justo que él también sufriera, aun cuando solo fuera una mera mortificación por alguna vez haberse sentido atraído hacia ella.

–Yo nunca...

–¿Vas a mentir, Darío?

–Nunca fui como ellos, Bianca. Nunca –soslayó. Le brindó una mirada de disgusto–. ¿Eso te habría gustado, no? ¿Qué me humillara como todos ellos?

–¿Humillarte? ¡Darío, yo nunca...! –Bianca cerró la boca y desvió la mirada–. Nunca te haría algo así –musitó.

–¿Qué dijiste?

–Nada.

–Bianca, de verdad... –Darío no pudo continuar pues algo inusual capturó su atención. Ciana seguía en el mismo lugar, por supuesto, pero no estaba sola. Es más, él habría jurado que era el mismo hombre que había estado con Bianca. ¿Era posible o estaba confundido?

Sin siquiera notarlo, ya estaba a medio camino de alcanzarlos. ¿Ciana hablando con uno de los pretendientes de Bianca? ¡Eso sí que no lo habría esperado!

–Darío, estás de vuelta –exclamó Ciana clavando sus ojos en él. Lucía diferente, no tenía idea de qué era pero estaba ahí, presente–. ¿Conoces al señor Sforza?

–No –contestó en tono seco. ¿Qué más daba que supiera quién era si lo que quería era saber qué hacía con su prometida, en mitad de un evento, riendo?

–Darío, él es Kevin Sforza –presentó Ciana–. Kevin, él es Darío Zeffirelli...

La vacilación en su voz hizo que arqueara una ceja. ¿Ahora qué? ¿Se había olvidado quién era él?

–Su prometido –completó apretando la mandíbula, profundamente molesto.

–Mi prometido. Te hablé de él, ¿recuerdas? –acotó Ciana y Darío hizo lo posible por mantener gesto neutro. ¿Le había hablado de él? ¿Por qué? ¿Desde cuándo Ciana hablaba con Kevin Sforza? ¿De qué demonios se estaba perdiendo?

–Sí, claro. Un gusto –contestó Kevin en tono burlón. Tan similar al insolente que usaba Bianca que le provocó arcadas. Evitó mirarlo mientras decía:

–Ciana, debemos irnos –se sorprendió de la fría normalidad que rezumaban sus palabras. Era un verdadero alivio que aún pudiera mantener bajo control a su carácter.

–Sí, por supuesto –confirmó Ciana de inmediato, siguiéndolo–. Kevin, si nos disculpas.

Un amor así (Sforza #5.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora