Capítulo 16

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Renunciar. Aquello no tenía ninguna relación con renunciar. Sencillamente era una manera de seguir, sobrevivir, superar. No renunciaba, solo dejaba atrás. Era diferente. Y no tenía la menor idea de por qué importaba, pero lo hacía. Renunciar sonaba tan definitivo. En cambio, seguir era más gradual. Un proceso. Terminaría con la renuncia, era posible. Sin embargo, aún no.

Cerró los ojos, aspiró una bocanada de aire y los abrió, dibujando una sonrisa en sus labios. Había llegado el momento de poner a prueba su estrategia de supervivencia.

–¿Debo estar asustado ante esa sonrisa?

–¡Oliver! –saludó Bianca abrazando con fuerza a su primo–. Me alegra verte.

–¿Cómo podía faltar a uno de tus mayores éxitos? La exposición es magnífica.

–Gracias –asintió orgullosa. Había sido un trabajo arduo–. ¿Y tu amada?

–Lucianna vendrá más tarde –contestó, su voz trasmitiendo un toque de añoranza por su esposa. Bianca suspiró–. ¿Y eso?

–¿Por qué no puedo encontrar a alguien como tú? Creo que realmente tenerte en mi vida desde tan temprana edad ha arruinado mis expectativas de la realidad, Oliver.

Él soltó una profunda carcajada y la encerró una vez más en sus brazos. De verdad, no era justo que existiera un hombre tan encantador como él, al que no se podía evitar querer y que fuera su familia. Hablando de injusticias.

–Exageras, prima –Oliver ladeó el rostro–. ¿Estás bien?

–Mejor.

–Ya veo –él le ofreció el brazo y echaron a andar por la galería–. ¿Los has visto?

–¿Qué quieres decir?

–A Ciana y Kevin –puso en blanco los ojos, incrédulo–. ¿A quién más?

–Ah, claro. No, no están por aquí. ¿Por qué? –apenas las palabras dejaron sus labios, negó–. Olvídalo, pregunta tonta.

Era natural que Oliver preguntara. La relación de Ciana y Kevin había sido muy sonada dentro de la sociedad y un golpe fuerte en el impecable prestigio de los Ferraz. Chasqueó la lengua ante la mirada traviesa de Oliver.

–¿Lo adoras, no? –inquirió. Él se encogió de hombros.

–Lo admito. Me parece terriblemente divertido y cursi lo sucedido –rió con fuerza–. Pero no lo repitas ante nadie.

–Ay, Oliver. ¿Quién diría que tú eres un noble y un Torrenti? Ciertamente no luces como tal.

–¿Cómo debería ser, según tú?

–No sé. Quizá... ¿más serio? ¿Frío? ¿Lejano?

–Ah. Creo que sé a quién te refieres.

–¿Qué? –Bianca arqueó una ceja–. No pensaba en nadie en particular.

–¿No? Extraño. Sé a quién aplica tu descripción perfectamente.

–No lo digas. Estoy convencida que si dices su nombre en voz alta, aparecerá.

–¿Acaso te parece alguna clase de criatura sobrenatural? –dijo Oliver, bastante divertido ante la perspectiva. Bianca volvió a suspirar.

–No. Solo terriblemente inoportuno y demasiado pagado de sí. Creo que siente cuando se habla de él.

–¡Bianca, cielos! Si alguien te escuchara... –Oliver negó con fuerza, como si quisiera apartar pensamientos inconcebibles–. ¿Sabes que has perdido, no?

–¿Perdí? ¿Qué?

–La oportunidad de ser quien arme el escándalo familiar de tu generación. Sorpresivamente, fue tu hermana gemela serena y tímida quien te lo robó. Eso no lo había esperado, más aún cuando eres tú mi favorita.

–Siempre dices eso, Oliver, aunque sabes que no es cierto. Del todo –Bianca sonrió–. Pero creo que te equivocas. ¿Aún puedo sorprenderlos a todos, no?

–¿Después de que Ciana dejara a su prometido a pocos meses de casarse, cambiándolo por alguien diferente, ante los ojos de todos, incluso antes de que terminaran? Lo veo muy difícil, prima.

–Ahí es donde te equivocas, primo. Yo nunca me amilano ante un reto.

–¿Qué he hecho? –Oliver proclamó y medio sonrió–. Sé que me sorprenderás.

–Eso espero –murmuró Bianca, especialmente porque sospechaba que Oliver sabía de sus sentimientos no correspondidos por Darío. Qué mejor manera de sorprenderlo que dejando todo atrás–. ¿Está bien renunciar, Oliver?

–Cuando la pelea no vale la pena, sí.

–¿De verdad?

–Por supuesto. Una manera de ganar es reconocer cuando no queda nada por hacer. Ganas un tiempo valioso que solo iría a pérdida si lo inviertes en algo que no lo vale.

–Creo que tienes razón.

–Bia –Oliver la detuvo, susurrando en su oído antes de dejarla ir–. Me temo que lo más difícil no es renunciar, sino aprender a reconocer cuando debes hacerlo.

Bianca miró como Oliver se reunía con su esposa, el amor que parecía rodearlos en cuanto sus miradas se encontraban o sus manos se entrelazaban, como si fuera suficiente que estuvieran en el mismo lugar para que el ambiente cambiara y se convirtiera en su mundo. Era una relación envidiable.

Para darles privacidad, giró el rostro y se encontró con los ojos de Darío Zeffirelli clavados en ella. Intensos, fríos y duros, como si la estuviera estudiando de hito en hito y, finalmente, la encontrara deficiente. Él desvió la mirada, con evidente desinterés. Bianca apretó la mandíbula, reuniendo el coraje que requería no gritar su frustración. Siempre era así, en toda ocasión que se encontraban. ¿Qué es lo que Darío buscaba y no encontraba? ¿Por qué no se limitaba a ignorarla? ¿No sabía acaso que ella sentía su mirada, que no podía evitarlo y dolía? ¡Maldito Zeffirelli!

Pero no, no le daría el gusto. Este día, una vez más, ella haría de cuenta que no lo notaba. Que no sentía. Que no sabía nada. Él no existía. Ella desaparecía. Era más sencillo de esa manera.

–¡Bia! –Lucianna la saludó con una amplia sonrisa.

–¡Lu! –correspondió con un beso en su mejilla–. Estás preciosa.

–No es cierto –Lu frunció el ceño–. Estoy con un terrible malestar.

–¿Qué? ¿Estás enferma? –Bianca la miró alarmada.

–No exactamente. Y de hecho, todo es culpa de él –apuntó a Oliver.

–¿Mi culpa? ¿Lo hice todo yo solo? –Oliver simuló pensar. Bianca lo entendió y soltó un gritito.

–No lo creo. ¡Felicidades! –Los abrazó, emocionada–. ¿Una niña esta vez, sí?

–Si no son gemelos, me doy por satisfecha –contestó Lucianna, aunque traslucía en su rostro la emoción que sentía por volver a ser madre. Bianca contempló a su primo, quien no parecía precisamente calmado ante la idea, como si en cualquier momento pudiera empezar a brincar de alegría.

No pudo evitar sonreír. La felicidad de Oliver y Lu era contagiosa, una emoción que la bañaba poco a poco y hacía que sueños e ilusiones que creyó olvidadas renacieran. Esperanza. Una pequeña esperanza de que, tal vez, ella también lograra aquello un día.

¿Por qué no?

Un amor así (Sforza #5.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora