–Muy maduro, Darío. ¿Puedes soltarme ahora? –Bianca se sacudió. Esta vez, él la dejó ir. Y todo habría resultado perfecto si no estuviera sin aliento, con una ola de emociones recorriéndola por completo. Esperaba que no fuera tan evidente en su rostro como lo sentía en lo profundo de su ser. Darío, dolía admitir que siempre sería Darío.
–Bianca...
–Si esta es tu idea de una disculpa, creo que he tenido suficiente –alzó su mano para detenerlo. Él arqueó una ceja–. ¿No era lo que estabas haciendo?
–Sí, pero no tiene nada que ver con lo de aquella tarde.
–Entonces, ¿qué fue esto, Darío?
–No lo sé –murmuró entre dientes–. Pero si esperas una disculpa...
–¿Y qué si lo hago?
–Pues que no la tendrás.
–¿No? ¿Por qué no?
–Porque no voy a disculparme por algo que no me arrepiento de haber hecho.
–¿Quieres decir que tú me besaste porque querías?
–Sí.
Él la miró, desafiante. Bianca tuvo que dar un paso hacia atrás, con el único propósito de observarlo por completo. Darío había dicho que la quería. Bien, que quería besarla. Lo había admitido y no pensaba disculparse por ello.
No pudo evitarlo. Sonrió. Sí, era una idiota. Pero una idiota feliz, al parecer.
–¿Bianca? –llamó, dudoso.
–No voy a golpearte, si eso es lo que estás pensando.
–Deberías.
–¿Por qué?
–Te besé.
–¿Y tu punto es?
–¿Te parece bien?
–Sí. De lo contrario, no te habría correspondido, ¿cierto? –Bianca resopló–. ¿Cuándo he hecho yo algo que no quiero?
–¿Quieres besarme?
–Sí.
Darío pareció atragantarse con su respuesta. Entrecerró sus ojos y la examinó, quizá buscando una pizca de burla. No la encontraría.
–¿Por qué lo haces? –inquirió Bianca.
–¿Qué?
–Fruncir el ceño –lo imitó, demostrando a que se refería–. Esa es tu expresión cada vez que me miras.
–¿De verdad?
–Sí. ¿Por qué?
Él se encogió de hombros, sacudiéndose ligeramente. Bianca deseó presionar para saber más, aunque sabía que sería inútil. Suspiró.
–¿Crees que alguien nos haya visto?
–¿Apenas te has percatado de eso, señor Zeffirelli?
–No. Sí. No lo pensé –dijo, claramente confundido.
–¿No lo pensaste? ¿Tú? ¡Vaya, Darío!
–Bianca, no empieces.
–Acepto.
–¿Disculpa?
–Sí. Acepto tu disculpa, Darío. ¿Puedo irme ahora?
Aunque lo hizo en tono de pregunta, no lo era, por lo que se apartó sin esperar una respuesta. Tenía demasiadas emociones dentro de sí como para detenerse a pensar en él. Necesitaba alejarse para procesar lo que sentía. Lo que esto significaba y lo que esperaba.
Quizá no fuera nada. O podía ser un inicio. Tal vez un final. No sabía.
***
–Y ahí vas de nuevo –soltó Ciana mirando fijamente a su hermana gemela. Suspiró, resignada.
–¿Eh? –exclamó tras unos segundos Bianca–. Me distraje, lo siento. ¿Decías?
–Lo he notado. Desde hace tres intentos que hago por contarte, sé que tu mente está en otro lugar. La pregunta es, ¿dónde?
–Hermanita...
–Tienes razón –elevó las manos, rindiéndose antes incluso que Bianca dijera una sílaba más–. No quiero realmente saber.
–No.
Lo dijo con rotunda certeza, una profunda convicción que nacía del conocimiento que tenía de su hermana gemela. Ella jamás querría saber lo sucedido y mucho menos con quién había sucedido.
El beso. Cielos, hacía años de la última vez que había besado a Darío y seguía siendo increíble, aterrador, maravilloso. Como caer a un abismo y de pronto, cuando creía que toda esperanza estaba perdida, notas que tienes una cuerda atada alrededor de tu cintura. Estás segura, pero la emoción de la caída sigue a flor de piel. Una sensación que con solo evocar lo ocurrido resurgía.
Involuntariamente sacudió la cabeza. Debía alejar esos pensamientos.
–¿Por qué no? ¿Qué debes hacer? –inquirió Ciana contrariada.
–Yo...
No podía decir que no la estaba escuchando. Se esforzó en pensar alguna excusa que sonara creíble para lo que fuera que se estuviera negando.
–¿Es por Kevin?
–¿Kevin? –eso la sorprendió. ¿Qué tenía que ver Kevin?
–Sí. Le dije que estaba equivocado pero... ¿te lo dijo igual, cierto?
–¿De qué estás hablando?
–Oh. Nada –Ciana cerró la boca de inmediato–. ¿Bia, entonces...?
–Ciana –cortó impaciente–. Dilo. Sabes que no resistiré la curiosidad.
–No es nada. Una tontería.
–No parecía nada.
–Ya sabes, es Kevin –Ciana rió por lo bajo–. Es una tontería –repitió.
–Kevin es perspicaz –apuntó Bianca y reprimió un escalofrío. Su cuñado era muy perceptivo, quizá demasiado. Tal vez no debería insistir en saber qué era lo que había visto o creído ver.
–Estás enamorada.
–¿Qué?
–Eso fue lo que yo dije. ¿Tú, Bia, enamorada? –Ciana negó–. Difícil, ¿cierto?
–No tienes idea.
–Lo sé. Ni siquiera recuerdo por qué surgió algo semejante –se dio unos golpes en la barbilla, pensativa–. Da igual, lo cierto es que no tiene sentido. Muchos menos si consideramos que no podrían ser meses, mucho menos años.
–¿Años? –sintió que se asfixiaba. ¿No era una buena opción matar a su cuñado para que dejara de hablar y se metiera en sus asuntos?
–Sí, años. ¿Te imaginas? ¡Absurdo!
–Hmm.
No. No podía matar a su cuñado o su hermanita no se lo perdonaría. Sin embargo, ¿qué era lo que sabía Kevin Sforza? Quizá no quería realmente saberlo ya. Lo sospechaba.
Recordó con claridad el día en que Darío regresó a Italia de su viaje. La mirada que Kevin había lanzado en dirección de Darío y Ciana se parecía mucho a la que ella misma había dirigido a los entonces prometidos.
¡Cómo había sido tan idiota! Por supuesto que Kevin lo sabía. No solo que estaba enamorada sino a quién estaba dirigido su amor.
–Él... –tragó con fuerza– Kevin... ¿te dijo algo más?
–¡Claro que no! Le dije que no fuera tonto y lo detuve. ¿Cómo podrías estar enamorada por años sin que yo lo supiera? ¡Es imposible!
–Ah.
–Por supuesto. Eres mi hermana gemela, mi amiga y te adoro. Tú nunca me ocultarías algo así, ¿no? ¡Qué tontería!
–Ja. Sí, qué tontería –concordó forzando una sonrisa. Oh, su hermana no tenía ni la más remota idea de lo que escondía.
ESTÁS LEYENDO
Un amor así (Sforza #5.5)
RomanceHistoria de Darío y Bianca. (Spin-off de la serie de los hermanos Sforza) Darío Zeffirelli lo tiene todo. Un negocio exitoso, una posición social que supone influencia económica, es miembro de una de las familias más consolidadas en Italia y está co...