5- El dinero, causa de todas las discusiones

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A última hora de la tarde del viernes, la madre de Chelsea contemplaba, afligida, un montón de ropa para lavar y se preguntaba cómo era posible que dos semanas de vacaciones en bañador y pareo hubieran generado tanta ropa sucia.

En aquel momento sonó el timbre.

-Voy yo -gritó Chelsea, que había visto desde la ventana llegar a Rob en bicicleta.

-Hola. ¿Está tu madre?

-Sí - contestó Chelsea con un suspiro y deslizando los dedos entre sus rizos castaños-, pero está ocupada.

<<Es a mí a quien deberías buscar y no a ella>>, pensó, irritada. No era así como reaccionaban los chicos en España al verla; allí todo eran silbidos de admiración y pellizcos en el trasero, mientras que aquí el chico de sus sueños prácticamente ni la miraba.

-¡Hola, Rob! ¿Cómo estás? -dijo Ginny con entusiasmo mientras bajaba la escalera cargada de ropa sucia.

-¿Se ha divertido en las vacaciones, señora Gee?

-Pero ¿cuántas veces tengo que decirte que me llames Ginny? -repuso la madre de Chelsea, sonriendo.

-Ginny -dijo Rob-, quería pedirle que le echara un vistazo al cuento que he escrito para el concurso de Jóvenes Escritores de Leehampton..., si no es molestia. Verá..., es que tengo algunas dudas acerca del final.

-Claro, no hay ningún problema. Déjalo encima de la mesa y le echaré un vistazo durante el fin de semana.

-¡Ginny! -gritó su marido desde la cocina-. ¿Qué demonios significa esto?

<<¡Vaya por Dios, bronca a la vista!>>, pensó la señora Gee.

-Creo que tengo que irme, chicos... Chelsea, ¿por qué no vas arriba con Rob? Enseguida os llevo algo para beber.

<<Ya era hora>>, pensó Chelsea.

Ginny respiró hondo y se dirigió a la cocina.

Su marido estaba allí, rodeado de unas cuantas truchas sin cabeza y un montón de tiritas de papel. Aún no habían terminado de deshacer las maletas y él ya estaba desempeñando su papel de Chef del Año, pensó Ginny con sarcasmo. Pero lo que más le preocupaba era que Barry le estaba mostrando la cuenta de la tarjeta de crédito.

-He encontrado esto -se limitó a decir.

-¡Ah, sí! Llegó el día que salíamos para España y no quise estropear el ambiente festivo, así que...

-Así que la escondiste debajo de la tostadora..., ¡fantástico! Ginny, la cuenta asciende a 1.396 libras. ¿Qué ha ocurrido?

-Bueno..., una cosa lleva a la otra... -¿Por qué se le había olvidado esconder la cuenta de la tarjeta de crédito en el cajón de la ropa de casa?-. Ya sabes lo que pasa...

-Francamente, no, no sé lo que pasa. La mitad de las cosas que has comprado son totalmente inútiles -dijo Barry en tono brusco, recorriendo con la mirada la relación de las compras-. Ginny, es imprescindible que reduzcas los gastos, lo repito, imprescindible.

-Bueno, si tú tuvieras un empleo no sería necesario -replicó ella-. Si pasases más tiempo buscando trabajo y menos en experimentar recetas de gourmet, quizá las cosas irían mejor.

Barry se sentía culpable por no haber logrado encontrar todavía un empleo y lo último que necesitaba era que su mujer se lo echase en cara.

-Yo tengo que mantener una imagen, soy un personaje público -prosiguió Ginny. En el último año había descubierto que conseguir tener un aspecto decente, cuando partes enteras de tu cuerpo cuya existencia habías olvidado empezaban a reblandecerse y a ceder, requería dedicar un montón de tiempo. Envejecer no era algo que Ginny lograse aceptar fácilmente.

-Oh, sí, lo olvidaba, nuestro periódico local exige que la autora de la sección <<Díselo a Ginny>> lleve modelos exclusivos de Gucci y Saint Laurent, ¿no es eso? Y, evidentemente, no puedes presentarte en la radio sin llevar un traje de firma que <<realce>>... En fin, tenemos que mantener una casa, y Warwick va a ir a la universidad, y...

Desde arriba, Chelsea oyó que las voces sabían de tono y cerró la puerta de su habitación.

-¿Me has echado de menos? -le preguntó a Rob.

-¿Cómo? Oh..., hemmm, sí, claro -contestó el muchacho-. Jon también ha estado fuera durante las vacaciones y no había nadie con quien matar el tiempo.

Matar el tiempo no era lo que Chelsea tenía en mente. Con todo, como dice el refrán, el que no se arriesga no pasa la mar. ¿Qué era lo que decía siempre su madre? <<En la vida, Chelsea, si quieres algo debes actuar para conseguirlo a toda costa.>>

Se inclinó y besó a Rob en los labios. Al chico pareció sorprenderle, aunque no desagradarle demasiado. Pero no le devolvió el beso.

-Rob, yo te gusto, ¿verdad?

-¿Cómo? Oh, claro..., sí, por supuesto -balbuceó Rob, que de pronto pareció experimentar un inusitado interés por sus uñas-. Eres una tía muy enrrollada.

Chelsea notó que se le aceleraba el corazón. Desde luego, aqullo no habría ganado el primer premio de declaraciones de amor románticas, pero era lo máximo que había logrado obtener hasta el momento.

Quizá las cosas estaban empezando a ir por un buen camino.

En la cocina, en cambio, las cosas estaban yendo sin duda por mal camino.

-Vale, vale, no hace falta que sigas -dijo Ginny con aspereza-. Pero, ya que te pones a criticar lo que yo hago, ¿te has mirado alguna vez al espejo? ¿Cuándo empezarás a ahorrar con la comida de primera calidad que compras todos los días? -añadió, señalando con la bronceada mano las truchas sin cabeza que yacían sobre el banco de la cocina. Barry las miró sorprendido, como si hubieran saltado de pronto de un rió y se hubieran colocado allí ellas solas.

-Si quiero participar en Superchef, tengo que trabajar forzosamente con ingredientes de calidad -se apresuró a responder-. ¡Pero incluso tú puedes comprender que unos faisanes de vez en cuando o un kilo de gambas no son exactamente lo mismo que un montón de vestidos de firma con su correspondiente bolso de piel de cocodrilo a juego!

Ginny suspiró.

-Está bien, hagamos un pacto. Yo reduciré los gastos si tú intentas en serio encontrar un trabajo. Cualquier trabajo. Enseguida. Mañana. ¿De acuerdo?

-De acuerdo -aceptó Barry, resignado.

Durante los diez meses que había pasado en casa desde que lo despidieran de Freshfoods había disfrutado mucho. Nunca había sido uno de esos tipos brillantes y ambiciosos con los ojos puestos en la silla vacía del consejo de dirección. Bastaba con darle un paquete de pasta y unos cuantos langostinos para que fuese feliz toda la mañana creando un plato. Si encontrara a alguien dispuesto a pagarle por sus <<veinte maneras de cocinar la merluza>>... Pero Ginny tenía razón. Era imprescindible que hiciese algo.

Todos debían hacer algo, si no, lo pasarían mal. ¡Eh, eh, espera un momento...! ¡Pues claro! ¡Ya estaba, eso sí que era una buena idea!

¿POR QUÉ ME SALE TODO MAL?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora