22- La hora de la verdad

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Llegó la tarde del sábado y la señora Turnbull comprendió que no podía seguir aplazándolo. Laura iba a ir al Stomping Ground esa misma tarde y Melvyn iría el domingo a comer. Si no se lo decía ahora, no tendría otra ocasión, y, además, Melvyn se hallaba en tal estado de excitación que podría escapársele cualquier cosa y provocar un desastre.

Llamó a la puerta de la habitación de Laura.

-¿Puedo entrar, cielo?

Del otro lado salió un gruñido que parecía de asentimiento. Laura, con los cabellos rojizos sujetos por una cinta elástica, estaba sentada frente al espejo del tocador, la frente fruncida, la boca abierta, y en la mano un lápiz de ojos.

-¿Ya estás bien? -preguntó.

Su madre había vuelto a encontrarse mal esa mañana, pero probablemente era debido al vino que seguro que había bebido la tarde anterior con la señora Gee. Además, no podía ser nada grave, porque cuando Laura regresaba a casa del colegio siempre estaba en una forma excelente.

-Beno, no exactamente...

<<Dios, no va a ser nada fácil>>, pensó la señora Turnbull dejándose caer en la cama y pasándose las manos por el pelo. ¿Por dónde iba a empezar?

-¿Qué pasa? No irás a decirme que todavía te encuentras mal -repuso Laura en tono acusatorio.

-No. Sí. Es decir, no exactamente -dijo su madre-. Bueno, verás...

-¡Dios mío! -la interrumpió la chica, dejando caer el eyeliner y volviéndose hacia ella-. No tendrás una de esas terrible enfermedades, ¿verdad? ¿Es por eso por lo que vomitas? Te han dado pocas semanas de vida y yo voy a quedarme huérfana... Dios...

-¡No! No, claro que no. No seas tonta, no estoy mal..., bueno, no en ese sentido -dijo la señora Turnbull-. El caso es que... -Aspiró profundamente y añadió-: Estoy embarazada.

Laura miró a su madre con expresión de incredulidad.

-¿Que estás QUÉ?

-Estoy embarazada, voy a tener un hijo -dijo Ruth sonriendo relajadamente, o al menos eso esperaba-. A principios de marzo más o menos.

-Un hijo... ¿Tú? Pero, no puedes, quiero decir..., ¡es asqueroso! -gritó Laura, tirando al suelo sin querer una caja de polvos para la cara-. ¡Tú, a tu edad, un hijo! ¡Oh, mamá!, ¿cómo has podido? -los ojos de Laura estaban anegados en lágrimas de rabia-. Supongo que el responsable de todo esto es el plasta...

-Sí, evidentemente él ha intervenido, ¿quién si no?

-Pero... ¡es asqueroso! -gritó Laura-. ¡Tendrás que librarte de él!

-¡Laura! -explotó Ruth-. ¿Cómo se te ocurre una cosa así? Lo que estás diciendo es horrible. Yo quiero..., nosotros queremos tener este niño.

<<Sí -pensó, sorprendida-. Sí, realmente quiero tenerlo.>> Luego intentó mantener la calma y explicar la situación.

-Reconozco que al principio me pilló por sorpresa, pero ahora estoy contentísima. Y cuando te hagas a la idea, también tú te alegrarás. Piénsalo, un hermanito o una hermanita...

¿POR QUÉ ME SALE TODO MAL?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora