El lunes por la mañana empezó con una mezcla de esperanza y cansancio en muchas casas de Leehampton. En el número 47 de Billing Hill, Jon Joseph estaba engullendo el desayuno para intentar irse antes de que su padre tuviera tiempo de soltar el consabido discurso del primer día de clase sobre cómo esforzarse en los estudios, sobre la necesidad de apuntar alto, etcétera. Aunque hubiera haceptado el hecho de que su hijo no iría a Cambridge, seguro que no renunciaría a su sermón para animarlo a destacar a cualquier precio. Aquel día, sin embargo, el señor Joseph aprecía tener otra cosa en la cabeza.
-¡No consigo encontrar la camisa de rayas rojas! -gritó.
-Está en el cesto de la ropa para planchar -contestó su mujer, Anna, preguntándose por qué su marido tenía que utilizar las cuerdas vocales como si tuviese que comunicarse con Bélgica.
-¡Pero me hace falta para hoy!
Henry entró bamboleándose en la cocina, con unos bóxer verdes y unos calcetines amarillos. Tenía un aspecto más bien ridículo.
-Pues plánchala -repuso tranquilamente Anna mientras repasaba unas anotaciones y preparaba un maletín.
Henry se detuvo en seco.
-Pero si tú siempre planchas los domingos...
-Esta semana, no. Por si no lo recuerdas, hoy empiezo el curso de decoración y ayer tenía cosas más importantes en qué pensar que en tus camisas... Pero ¿dónde he puesto las pinturas al pastel nuevas?
-Mira, Anna -dijo Henry, nervioso, al tiempo que las mejillas se le ponían peligrosamente rojas-, yo tengo que ir a la oficina. ¿Quién crees que traerá el dinero a casa, ahora que has decidido dejar el trabajo retribuido?
-De momento tú, cariño -respondió ella sin perder la calma-. Ah, mira, aquí están.
-¡Exacto! -exclamó Henry-. Y no puedes esperar que vaya a trabajar con una camisa arrugada, simplemente porque tú empiezas hoy un curso de decoración.
-Pues claro que no, Henry, cielo, jamás esperaría una cosa así -dijo Anna con una sonrisa angelical.
Llevaba cierto tiempo preparándome para escenas de este tipo y ahora que había logrado encontrar el valor suficiente para situarse a sí misma en primer lugar, se sentía eufórica.
-Ahí está la plancha, y la tabla está en el armario -añadió-. Yo me voy. Que tengas un buen día, cariño. -La señora Joseph se volvió hacia Jon, que estaba metiéndose en la boca el último trozo de una tostada e intentaba no reírse-. Jon, si quieres que te lleve hasta la parada del autobús, muévete. No quiero llegar tarde el primer día.
Jon cogió el equipo de rugby y la mochila. Sonrió. Tenía la impresión de que a su padre le resultaba difícil aceptar que su mujer saliera de casa para conocer el mundo.
-Adiós, papá -gritó.
Su padre no respondió. Tenía una camisa en las manos y contemplaba la plancha con la misma expresión temerosa con que hubiese mirado a una cobra. No resulta fácil hablar cuando uno se encuentra en estado de shock profundo.
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¿POR QUÉ ME SALE TODO MAL?
Fiksi RemajaLas cuatro protagonistas de "¡Mamá, no me montes escenas!" siguen enfrentándose a las catástrofes provocadas por sus desastrosos padres, y es que todo lo malo siempre es susceptible de empeorar. Así, Laura se encuentra con una madre embarazada de s...