Capítulo 27. Viejas costumbres muertas.

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Las costumbres jamás se olvidan. Menos las que se hacen con tanta frecuencia y dedicación. No obstante, las que se hacen por obligación y sin gusto alguno, van deteriorándose poco a poco, hasta que el profesionalismo queda reducido a simples intentos de realizar aquella actividad.

Lamentablemente la obligación no es mi caso por completo, ya que en el fondo de mi ser disfruto todo aquello que mi padre me ha enseñado desde los doce años, quizás inconscientemente, pero no lo aborrezco en absoluto.

Miré al hombre sentado frente a mí, amarrado a una gran silla de madera, con cojines de un costoso algodón, seguramente importado, intentando zafarse del amarre de las cuerdas que le había puesto sin cuidado minutos antes. Sonreí de lado cuándo me miró, furioso y asustado. No puedo decir que me sentía bien haciendo lo que hacía, pero tampoco me sentía culpable, y realmente quería que ese hombre atado me tuviera más miedo que a nadie jamás.

-Bien ¿Dónde está tu jefe? – pregunté con tono divertido, realmente este tipo era grandote y atemorizante, pero pelear con él había sido igual que hacerle una llave a Zachariah, rápido, gracioso y fácil. Pobre Zach, tuvo que soportar torturas de mí parte desde siempre...

-No sé- respondió casi gruñendo el hombre, mirándome amenazante.

-No tengo tiempo para esto...- bufé y saqué una corta-pluma que colgaba de mi cinturón. La abrí y le mostré una filosa navaja de cuatro centímetros más o menos- respóndeme y los dos podemos irnos sanos y salvos a nuestras casas, tú a jugar con tu esposa y yo a desear una.  Seguramente te despidan, pero puedes buscar otro trabajo luego...

- ¡Te digo que no sé dónde está!

-Bien, la segunda opción es menos amigable: Tú te quedas sin trabajo, sin esposa, y obviamente sin vida, y yo me voy a mi casa malhumorado. En las dos te quedas sin trabajo, pero sólo una te deja sufrir el desempleo... que tampoco es tan malo, menos cuándo tienes con quién compartirlo- me acerqué a él lentamente, con la navaja en mano, pasándola suavemente por sus mejillas y cuello. Las últimas palabras se las dije al oído, en los pocos años de experiencia que tenía en secuestros o intimidaciones, noté que susurrar en el oído de alguien era más efectivo que gritarle, más íntimo, por ende, más terrorífico.

-Holanda, viaje de negocios, vuelve el domingo- el hombre hablo rápido y sin pausas mientras mi sonrisa se ensanchaba con cada dato que mi "rehén" iba aportando a mi investigación.

-Saluda a Rose por mí- giré la corta-pluma para que guardará su hoja y lancé la pistola, que le había quitado al hombre al entrar, sin balas al suelo. Salí de la habitación dejándolo aún encerrado, quería por lo menos diez minutos de tranquilidad antes de que todo se volviera caótico. Llamé a mi padre y le informé de todo lo que había descubierto, algo aliviado por haber podido salir de aquel trabajo sin ningún rasguño. Era extraño, no se sentía como algo que hubiera dejado de hacer por unos meses. Era como aprender a andar en bicicleta, pueden pasar años, pero jamás olvidas como pedalear.

Bajé por las escaleras del edificio cubriéndome la cara con el cuello del sweater que llevaba puesto y abrochándome el abrigo hasta arriba, hacía frío afuera así que nadie notaría que escondía mi rostro a propósito. Una, de las tantas, maravillosas cualidades del invierno...

Al salir a la calle escuché la bocina de un auto tras de mí y me detuve en seco a esperarlo. El trabajo en equipo era algo nuevo para mí, pero no estaba tan mal, era todo mucho más fácil y tu mente normalizaba más rápido las cosas. Sí, secuestrabas gente, pero lo hacías con compañeros, como los proyectos de la escuela... Pero algo más violentos e ilegales.

Love & MurderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora