Capítulo 3

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Otro encantador día en Alaska , se dijo a sí misma mientras se ponía un chaleco sobre la ropa que ya tenía puesta, tantas prendas limitaban su movimiento pero había una ventisca que era mejor evitar. Parece que para eso también estaba haciéndose vieja, estaba empezando a sentir frío , una mujer de Alaska con frío, eso era inconcebible.

Aunque quizás lo más inconcebible fuese su costumbre de salir a caminar en la mañana, pero necesitaba despejarse, no estaban siendo días fáciles. Y cuando , Evan había llegado de madrugada , apenas sobrio, debió contenerse para no descargar su frustración con él.

Así que con frío o sin frío, necesitaba el ejercicio físico para despejar su mente.

Además a aquella hora había mucha tranquilidad y silencio , al menos fue así hasta que unos ladridos resonaron con fuerza. Se detuvo y un precioso siberian husky llegó hasta ella y se puso a juguetear a su alrededor.

-Hola, bonito...- dijo acuclillándose frente al animal. Le encantaban los perros pero nunca había podido tener uno, pues ya tenía demasiado trabajo cuidando a su familia y ocupándose del trabajo. Aunque ella fuese la responsable de criarlo, los demás no hubieran dado su aprobación.

-Le agradas- dijo una voz masculina y cuando ella levantó la mirada se encontró a Kenai, que desde aquella posición se veía mucho más alto.

-¿Es tuyo?

-Sí, se llama Nieve.

-¿Nieve? – preguntó poniéndose de pie y esbozando una sonrisa- No parece ser un nombre adecuado.

-Bueno, tengo algunos problemas con los nombres. Hubo una época en que detesté el mío.

-¿Por qué?

-Digamos que no sonaba tan mal hasta que Disney nombró igual a un personaje de sus películas.- explicó y al recordar ella que hablaba del pequeño niño - oso de Brother Bear se rió.

-Pero era muy lindo.- acotó después para disculparse por reír.

-También yo, pero no es el caso- dijo él

-¿Saliste a pasearlo?

-Sí, solemos salir a caminar temprano.

-No los crucé antes – mencionó ella.

-Tal vez sólo nos desencontramos – musitó , callando que acababa de cambiar el horario del paseo del perro con la esperanza de encontrarla.

-Quizás- dijo ella mientras Nieve intentaba jugar con ella.

-¿Caminas con nosotros? Le gustas, y si no me equivoco a ti también te gusta – dijo él y aunque hablaban del perro se sintió nerviosa. Estaba por negarse, pero se sentía tonta y cuando Nieve empezó a ladrar juguetonamente como si también la invitara, olvidó sus reservas.

-De acuerdo- aceptó y metió sus manos en los bolsillos.

-¿Tienes frío?- preguntó Kenai.

-Soy una mujer de Alaska- respondió quitándole importancia. Él estuvo tentado a decirle que eso no significaba que tenía que ser invulnerable al frío o ser siempre fuerte, pero se contuvo. Tenía que ir despacio con ella. Que accediera a acompañarlo un rato ya era mucho.

Caminaron un trecho y Kenai se las arregló para tener una charla amena sin meterse en terreno peligroso, ni siquiera se animó a mencionar su encuentro anterior.

Poco a poco Rachel fue perdiendo sus reservas y se permitió relajarse y disfrutar de la compañía de aquel hombre y su perro.

-¿Regresamos? – preguntó el hombre y ella asintió.

Caminaron hasta la camioneta de él y Rachel se agachó para despedirse de Nieve.Kenai pensó que era el momento de redoblar su apuesta.

-¿Quieres tomar un café? Hace mucho frío.- ofreció él.

-No, gracias, regresaré a casa.

-Te llevo y de paso tomamos el café.- incistió.

-No tengo tiempo para ir a una cafetería.

-Sube entonces – dijo abriendo la puerta de su camioneta. Rachel cedió pues tenía frío, habían caminado bastante y no le resultaba muy tentador volver a pie hasta su casa.

Apenas se acomodó en el asiento del acompañante, Kenai sacó un termo y una taza térmica y le sirvió café.

Ella lo miró sorprendida.

-¿Esta era tu idea?

Sí, ¿aceptas mi invitación? – preguntó extendiéndole la taza- Y ni se te ocurra decir lo de mujer de Alaska porque en este instante tus labios están casi azules y eres una mujer que necesita calor- dijo él y ella recibió la taza con un leve sonrojo. Aquella mención a que necesitaba calor había sido casual y referida al café, pero su mente le había jugado una mala pasada y de pronto había imaginado algo mucho más sensual.

-¿Cuánto tiempo tiene? - preguntó señalando al perro que estaba en el asiento trasero, necesitaba despejarse y volver a un territorio familiar, recordar que aquel era Kenai, el amigo de su hermano, el muchacho que conocía desde siempre.

-¿Nieve? Tiene un año ya.

-No sabía que tenías un perro- comentó.

-Hay mucho que no sabes de mí – dijo él y sonrió sensualmente, luego arrancó la camioneta y Rachel tuvo la sensación de haber caído en una trampa. Apenas hablaron en el camino, al llegar a su casa, Rachel le dio las gracias por el café y por el viaje, luego se apresuró en bajar.

Kenai quería ofrecerse a llevarla al trabajo o algo, pero era un hombre con un objetivo y por lo tanto iba a ser prudente.

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Amor en Alaska (En curso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora